relatos, apuntes literarios...

lunes, 30 de abril de 2012

alta literatura


Un hombre culto va a leer la Trilogía de Deptford
-que es un libro con barba sentado en su sillón de orejas-
y ya fantasea y se relame en los preliminares:
- Pues sí, yo ahora estoy leyendo la Trilogía de Deptford y...
Lo repite un par de veces. Le suena bien, a otro siglo, un siglo extranjero.
Suena no apto para cobardes incapaces de aclimatarse a Proust,
poco recomendable para lectores compulsivos que se atascan en Faulkner.
La frasecita le suena distintiva,
útil para cortejar a alguna dama con respeto por el arte,
o para destacar ante el jefe de departamento que se las da de intelectual.

Otro, más culto aún (¡el jefe de departamento!),
se prepara para adquirir la última novela de Pynchon.
El típico alarde creativo: mil trescientas páginas.
Ya subrayó la crítica que no aporta novedades, estilo no más,
pero a él le priva, le va lo del incógnito, leyéndolo se siente prominente.
Lo cierto es que Pynchon simultanea demasiado y consigue despistarlo a cada párrafo,
que no se entera mucho.
Pero a él también le gusta Rothko, esos rectángulos tan bien pintados.
Él está por encima incluso de los cultos
que van con su volumen de Robertson Davies bajo el brazo que no se les cae de la boca.

El hombre de Deptford ensaya frente a su camarero de confianza:
- Pues yo ahora estoy leyendo...
y observa satisfecho la cara de absoluta incredulidad del joven.

Tras la barra, el barman escucha con atención,
aunque, en realidad, detesta a Davies -casi que por canadiense-
y está deseando llegar a casa para terminar Contraluz,
la última novela de Thomas Pynchon, uno de sus autores favoritos.



Robertson Davies

sábado, 21 de abril de 2012

diálogo


Y bien, ¿hace cuánto tiempo que no escribimos poesía?

Venga, no jodas con eso otra vez, claro que la escribimos, a diario lo hacemos, lo sabes.

Ya, pero no me refiero a esas chorradas de las noches y los días y las ciudades, que creo que no da más de sí, por otra parte, que ya hiede un tanto, me parece, con esas avenidas y esos edificios y los pobres árboles y tal...

Bueno, ahí tienes los sonetos, ¿qué dices a eso?

Bah, los sonetos se hacen o no se hacen, tampoco creas que somos tan buenos con los sonetos de las narices. Nos falta seguridad. Y también en los sonetos se descubre esa carencia, esa falta de intensidad real que sobrevuela toda nuestra producción.

No desvaríes... ¡tú lo que quieres, lo que estás deseando, es que contemos intimidades del alma humana! Horribles intimidades que a nadie importan un comino y además son siempre falsas. Quieres que nuestra página se convierta en un confesionario, como en telecinco.

Ja, muy buena, pero recuerda a Federman. Hay que hacerse pajas, metafóricamente hablando, por supuesto.

Claro, pero es que a Federman le pasa lo que a los Roth, que hablan sin trabas de su degenerada pubertad, porque su degeneración, aún siendo aparentemente infame, no alcanza las cotas de la verdadera degeneración, no sé si me explico. No es una degeneración de la que avergonzarse, ni siquiera en el caso de Ira Stigman.

No, bueno, te has marcado una perorata interesante, muy degenerada, solo te ha faltado concluir que esas son cosas de judíos, pero mi anotación sobre Federman era marginal.  Quería decir que deberíamos ser más introspectivos, quizá, más profundos...

Hermano, no menciones la profundidad en casa del ahogado. Esa es una palabra maldita, y no por reivindicar lo epidérmico como modelo creativo, sino porque es una palabra ridícula. Me hablabas de Federman, pues yo te hablo de Everett, y de su muy realista novela en la que la profundidad suprema y alabada por la crítica estaba nada menos que en... ¡Mi poblemática!

Reconozco que me haces reír, pero sigo afirmado que no escribimos poesía, que o nos ponernos a trabajar en serio o deberíamos ir pensando en abandonar el oficio.

No te me pongas tan melodramático. Creía que había quedado claro que nosotros no podíamos rebajarnos a mentir a ese nivel. Porque de eso se trata, de mentir como bellacos. Yo no quiero hacer esa poesía de desnudar el alma. La encuentro adolescente (en términos poéticos, aunque la escriba un tío de setenta años). Lo mejor es tratar de filtrar alguna idea entre versos que no parezcan demasiado profundos, como siempre hemos hecho...¡Ah!, la poesía... Fondo y forma. Y la forma te dice que cuando encuentras un verso perfecto siempre va a resultar verdadero, independientemente de que lo sea o no en realidad. Otro poblema es que cuanto más se profundiza, más se estrecha el fondo y al final todos convergen ahí. Ahí en eso. En el fondo, que es casi una singularidad que aglutina y corta por ese patrón profundo y uniformiza la escritura de los poetas audaces.

Muy bonito. Así que, en tu opinión, la profundidad ha de ser, digamos, sobrevenida, no buscada conscientemente...

Exacto. Y es bien difícil, no creas. Hay que colocar los objetos de tal forma que establezcan relaciones entre sí y produzcan rayos de luz, más o menos... Pero no hay que andar con lanzallamas por ahí abrasando conciencias. Por cierto, ¿cómo se busca conscientemente la inspiración?

Bah, no me convences. Cualquier crítico, cualquier tipo sesudo y universitario, cualquier persona culta y universitaria se reiría de tus argumentos. Lo llamaría incapacidad. Y punto. Concretamente, lo que tú propones es que no escribamos poesía, sino adivinanzas, acertijos, ¡ocurrencias!

Por favor, serénate. Y no blasfemes. Existe un término medio. Hay un espacio entre la o y la p, como entre Lyon y Spakowski, un amplio espacio entre la ocurrencia y las profundidades abisales, y nosotros tenemos la obligación de buscar el centro. Tan lejos de la impostura como de la severidad académica. Lejos también del léxico excesivo como de las improvisaciones formales. Luego se quejan de que no los leen, los poetas, de que no se venden sus libritos de cien páginas. Nadie en su sano juicio se dedica con entusiasmo a leer algo que le saca las miserias a la luz, por decirlo de una manera gráfica, que le hurga en las entrañas y le enfrenta brutalmente con su mediocridad o con su zafiedad o con su egoísmo y su mala hostia. Nadie va a tener un libro de ese jaez en su mesita de noche...

Ja, te has envalentonado y has soltado una sarta de memeces importante. Ahora quieres descalificar de un plumazo a todos los grandes poetas, los grandes y PROFUNDOS poetas que en el mundo han sido. Porque, por si no te habías dado de cuenta, la poesía es profunda por definición, es profunda o no es. Se siente, oyes.

La ignorancia es atrevida... Por definición, dice, y se queda tan ancho. Pues nada, vamos, defíneme la poesía, machote, ya que te pones... Dicho esto, tengo que admitir que  llevas algo de razón... Pero es que algunas profundidades me sublevan de verdad. No puedo con ellas. Digo que llevas razón porque es cierto que los grandes poetas son a menudo pozos sin fondo, pero no son solo eso. Los grandes poetas son, sobre todo, misterio.

Bien, pues para resolver un misterio hay que, examinar, escarbar, indagar, en una palabra hay que profundizar, así que mejor me lo pones...

Ya, pero no es imprescindible resolverlo como si fuese un problema matemático. Uno también puede, simplemente, dejarse sobrecoger por él, o puede simplemente admirarlo, aquilatar su valor estético.

Vale, para ti la perra gorda, el caso es que así no vamos a ninguna parte. ¿Tendremos que esperar a que se muera otro de nuestros ídolos para hacer un poema decente?

Usar a Whitney para afianzar tus posiciones es rastrero...

De acuerdo, lo retiro, disculpa, ha sido un golpe bajo. Lo que no retiro es lo demás, que si no nos  movemos vamos a acabar haciendo patochadas sin gracia ninguna, para bochorno de nuestros escasos lectores.

De modo que sugieres una vuelta a las esencias, un retorno del Jedi, una involución en toda regla, un jodido Big Crunch. ¿No ves que lo que hacemos ahora es resultado de nuestro desarrollo, de nuestro crecimiento como escritores? Por descontado que dejar de escribir siempre es una opción. Pero, entonces, ¿por qué no lo hacemos y acabamos de una vez?, ¿no será que mantenemos una cierta confianza en nuestras posibilidades?

No, apenas estoy sugiriendo que seamos sinceros, nada más.

¿Sinceros?  Si ya lo somos, y por encima de todo. La sinceridad abarca un espectro comunicativo de lo más amplio. Nadie deja de ser sincero por no decir toda la verdad. Pero ya sé a lo que te refieres, no quiero entrar en una dialéctica miserable contigo. Hablas de la primera persona, de escribir más en primera persona y con hondura, ¿no es así? Y todo porque la primera persona conduce a la profundidad, revela sus secretos si no quiere pasar por inane y aburrida, tiene que echar el resto, que comportarse. Olvidas que nosotros teníamos un empacho de primera persona que nos hacía vomitar obscenidades, es decir, intimidades, a las primeras de cambio. Y, claro, ya dice Gombrowicz que hablar de lo que no se sabe es garantía de incurrir en flagrante error de estilo. Lo mejor es que Gombrowicz se equivoca e incurre él en su famoso error de estilo cuando afirma lo que afirma. No entiende que si eso fuese así, terminaríamos por allanar la literatura de una manera escandalosa, porque lo que la gente en realidad conoce no es mucho, y la mayoría conoce las mismas cosas. Así que uno lee la poesía publicada por ahí, en los sitios prestigiosos de la red y casi nunca se sorprende de nada. En general, poesía cortada por el patrón de los concursos literarios. Debemos huir de esa fatalidad.

Ya, pero es que a mí me da envidia a veces leer algunas cosas serias y me pregunto, ¿no podríamos nosotros hacer algo semejante?, ¿intentarlo siquiera?, ¿o es que estamos ya en baja forma, en caída libre, fuera de onda? Eso es lo que me pregunto, si no habremos completado nuestro ciclo.

No lo creo, es más, estoy seguro de que, ahora mismo, podríamos tener una idea. Podríamos escribir ahora mismo un poema solo dejándonos llevar, empleando recursos de nuestra vasta reserva lírica...

¿Ves? Te delatas, supongo que sin pretenderlo. ¡Cómo que dejándonos llevar! Si es precisamente a eso a lo que me vengo refiriendo desde el principio, a ese desvanecimiento creativo que padecemos que no salimos de las calles y los vehículos y la gente rara que hace tonterías y ese cielo y esa noche, que hay que joderse con tanta oscuridad de pacotilla. Hay que joderse porque el rollo fluye, ¡y cómo no va a hacerlo si no posee ninguna solidez!

Je, sí, lo de la vasta reserva lírica iba de coña. Quería expresar lo siguiente: que no necesitamos a una musa tocándonos los cojones para escribir un poema, ni oír campanillas, ni rezar un padrenuestro. Que nosotros no somos de esa clase de poetas que sufren eclipses prolongados, que se ven abandonados por la inspiración y todo eso. Que nosotros no somos poetas. Verás, y con esto doy por zanjada la discusión, si no te importa, cuando menos por el momento; nosotros vamos diciendo, tenemos que decir y probablemente lo haremos, y tal vez nos dejemos lo mejor para el final, como Henry Roth, y puede que entonces superemos la degeneración tan literaria de Ira, y la nuestra, nuestra deformidad, sea a los ojos del mundo tan cierta, grotesca y monstruosa que cause verdadero pavor...

Largo me lo fiáis...

¿Acaso dudas de nuestra clarividencia?

No osaría... Oye, me ha encantado lo que has dicho hace un momento, lo de que nosotros no somos poetas. Efectivamente, has zanjado la discusión de forma rotunda, eso sí, a mi favor. Si no somos poetas, es lógico que no escribamos poesía.

Ah, pero yerras, caes en la trampa como un cervatillo desvalido. Precisamente porque no somos poetas siempre escribimos poesía.


sábado, 14 de abril de 2012

éxodo

Será preciso el exilio de uno mismo,
la diáspora desde el íntimo centro hacia la masa compacta
de los que no buscan respuesta a su desánimo.
Nuestros músculos hacen necesario el camino,
porque habrá que correr sin escuchar la voz de la conciencia.
Nos pondremos en marcha con el cuerpo a la espalda
y montaremos trenes varados más allá de las ciudades.
Cruzaremos ríos de fuego y comarcas profundas,
como falsos cometas estrellando el crepúsculo.
Por la página en blanco, avanzará de noche
nuestra pequeña caravana clandestina;
iremos cada uno todos juntos levantando columnas
de polvo universal, meditando bien nuestras imperfecciones.
Ahora, basta una máscara que nos preste atención,
tenemos suficiente con un beso sin carne;
hacemos nieve, nos protegemos del frío, rodeamos la hoguera
y bailamos quietos sobre el barro con la música densa, intacta,
que interpretan los árboles y el aire traslada con delicadeza.
¡Ah, nuestra aventura de metal! Nuestra acristalada vida,
tan sucia, toca a su fin, el ansia se desvanece, se va desvaneciendo
con escaso estallido, sin deliberación, ni pausa.
Aquellos días felices de tristeza infinita no volverán a hacernos desgraciados.
Aquella soledad que no se hallaba seguirá llamando a una puerta cualquiera.
Habrá que recorrer largos espacios en los que la emoción será un desierto
sembrado de fronteras. Y al bajar por las calles del pueblo abandonado
jaleará la piedra nuestros pasos idénticos,
el rizo monumental del movimiento airoso, la cuadratura exacta de las filas,
el vacío momento de los ojos.


lunes, 9 de abril de 2012

diario nocturno

Se desinstala el arte de la luz,
la calle va escalando en la penumbra,
una rata espabila.

La ciudad disminuye hacia el proyecto
de las sombras que fingen situaciones y anulan el karma.
Avenidas que laceran sus extremos
se retuercen formando vertiginosos circuitos,
vuelan árboles a media altura emitiendo un zumbido vertical.
Varios semáforos que ya no temen a los escaparates
desmenuzan tráfico
(otros trafican directamente con sustancias visuales).
En el último piso, el viento holgazanea, se lanza y gira,
resbala en la fachada con un soplido incómodo.
Las manzanas del barrio
inspiran crecimiento y exhalan aflicción;
un coche robado pasa con las luces apagadas
en dirección al parque del fin del mundo.

Gente corriente vaga por las aceras arrastrando los pies,
emulando un apocalipsis de bolsillo.
Una mujer baja del coche y tropieza en su cuarto de baño,
una chica distinta camina sobre un alambre dorado;
los chavales comienzan a devorar futuro
y afinan su romántico hip-hop.
Líneas de vida que se entrecruzan, discurren paralelas
o anotan la curvatura del espacio.
¡Oh, es la vida de Renfield!, la que asalta a punta de deseo.
La sangre colosal, el círculo degenerado.
Es la vida más tenue, la que se pierde a solas,
la que se pierde a ciegas, diminuta y nocturna.

Pretender un atisbo de duda no parece prudente:
es de noche y el aire ha terminado de acercarse al cielo. 

sábado, 7 de abril de 2012

compromiso



Ellos alzaron su cadalso injusto
sobre los hombros de la clase obrera
sin apearse de su gesto adusto
ni en la sonrisa de la calavera.

Pero el cuerpo del pueblo es tan robusto
que cedía a su peso la madera
y cedía el acero al peso justo
de su espíritu libre y su quimera.

No tuvieron en cuenta el compromiso,
la compasión que anida en el deseo,
la voluntad de hierro que nos guía.

Y vieron calcinarse el paraíso,
y maldijeron a su Prometeo
mientras se alzaba el pueblo y no cedía.