lunes, 25 de febrero de 2013

apostolado


Doce lobos asisten al sublime escarceo,
la función estoica y gratuita
de aforo limitado bajo la luz canalla de la luna
(un resplandor fiscal);
gruñen bastante y muestran
los dientes en hilera, dueños de una ferocidad cobarde.

Babeando, los amantes retuercen sus figuras;
refuerzan sus diabluras habiéndose
perdido para el mundo,
que gira
y rota,
que gira roto y revienta

(como)

el lanzamiento de una pelota de béisbol (en efecto)
con efecto profundo y retroceso acusado.

El golpe se da en la cara oculta.
Un lobo salta por encima del aire
y los demás aplauden en combativo silencio,
ovacionan la escena que anticipa episodios sangrientos,
el diamante colorido de la fiesta, la perpetua
ilusión de una infancia convocada al fracaso.

La mujer es hermosa por defecto; por imperativo moral
cimbrea su cintura y recibe músculo,
un camino de curvas.
En el rostro del ángel, en su lívido rostro, renace el acné
primaveral y tan corriente como una
situación comprometida.

Doce lobos se relamen sin pensar en nada
-su tranquilidad amenazante-,
miran a degüello, a flor de piel,
con los ojos inyectados en algo parecido al miedo.

domingo, 17 de febrero de 2013

sonetos (IV)


En el sagrado nombre de las pequeñas cosas,
en el nombre impreciso que desliza la lluvia,
reclamo tu piedad, temerosa princesa,
apelo al sindicato febril de tu hermosura.

En el nombre del padre que yace indivisible,
en nombre de la sangre ruidosamente oculta,
imploro tu clemencia, reina desprevenida,
acudo al tribunal de tu justicia injusta.

¿Quién no recuerda el nombre discreto de la rosa,
los diminutos nombres del Sol y de la Luna,
los más altisonantes que lucen las estrellas?

En el nombre que empieza por mi letra minúscula,
¡oh abogada del diablo vecino de mi entraña!,
pronuncio esta solemne declaración de angustia.

---

Se me vendrá la lágrima hasta el beso
-en la mejilla un cauce para un río-,
resbalará en los labios,... ¡cómo ansío
de su corriente duelo quedar preso!

Deslizará el besar su oscuro peso
sobre el color del viento y el rocío
enfermará de pena, yo de frío,
el tiempo de imparable retroceso.

El llanto volverá a colmar los ojos,
salado y mineral, será la boca
de nuevo fosa, nuevamente tumba.

Y el luto anidará entre los despojos
de este anciano dolor que, siendo roca,
bajo el peso de un beso se derrumba.

---

No sé si trama el cielo azul cobalto
la tormenta final o el claro día,
sólo sé que me ve desde lo alto,
como dios, si mirase, me vería.

No sé si son arcángeles de asalto
los flamígeros dardos que me envía,
sólo sé que derriten el asfalto,
relámpagos de máxima energía.

No sé de qué portal saldrá la luna,
ni por qué resplandor se irá la noche
a dormir su perpetua borrachera.

Sólo sé que no hay cielo que reúna
tanto gélido umbral, ni que derroche
su caudal como el cielo que me espera. 

---

Yo tenía una piedra en la garganta
que afilaba mi aliento sobrehumano,
y llevaba una piedra en cada mano
y, en los pies, otra piedra en cada planta.

Cantaba como solamente canta
un jilguero a las puertas del verano,
cegado como un pálido gitano
a la luz mineral de una taranta.

Y llevaba una piedra, por si acaso,
en cada mano pálida de nieve
mientras me encaminaba hacia el olvido.

Y cambiaba de piedra, a cada paso,
buscando la de filo menos leve
y la de más profundo recorrido.

---

Del vertebrado suelo arranca Primavera
robustas flores, zarzas, naturaleza y daño.
En mí fuerza el aullido de estirpe lastimera
y el linajudo acento del príncipe ermitaño.

Del aire arranca el cielo que para mí quisiera
y de la hierba un verde más verde cada año,
pero de mis entrañas no arranca, ni siquiera,
la parte decadente que no me desentraño.

La Primavera esconde, furiosa, su postura
ante la piel del hombre abrazado al espejo;
no le transmite forma, sino furtiva esencia.

Sólo a mí se me muestra en toda su espesura,
con profusión de espinas, de las que me protejo,
y de rosas que vencen mi enferma resistencia.

¡siente! (fuego)


misión imposible (III)


Corazón de plata,
el mensajero
¡siente!

Ligero, sube al andamio y trabaja en su gloria
toda la jornada.

Y nadie le venera,
ningún esclavo cae
de hinojos, abraza el suelo, lo limpia con sus besos,
se postra ante su ascenso al alza que delira.

Uno niega varias veces -tres-
haber sido conmocionado testigo,
privilegiado observador de la catástrofe,
y no presenta un nombre familiar.

Los hombres evitan la liturgia, oscurecen la fama
del reino, rechazan el poder,
el vínculo,
mantienen su boicot al manifiesto.

Corazón más grande,
él, ¡siente!
en beneficio del padre que dormita reconstruyendo su espíritu.

Hay gente hermosa, discreta gente
hermosa que sustenta columnas,
elegantes ramas.
Damas altivas grabadas con su estirpe de mirada felina,
belleza oscura y movimiento grave.

Cumple su tiempo, preso de amor,
cruelmente atado a su salario indigno,
embadurnado de mañanas vírgenes, víctima de un alma
tan pura como el fuego.





martes, 12 de febrero de 2013

misión imposible (II)


Rabian todos los gélidos infiernos,
pero, en el barrio,
el ángel ha comenzado el asedio como un loco.
Luce fuego,
cables que chisporrotean ruina.

Ladrones que se escapan por caminos ajenos.
Ayer que le robaron su varita mágica
mientras resistía temperaturas extremas.

Los chicos le cogieron por sorpresa,
le dieron vueltas en el tiovivo.

Robar no es un pecado aquí, es tradición,
libertad.
Aquí se roba por naturaleza inhóspita,
por tierra, mar y aire,
por espíritu.

Se enseña en otras aulas más espaciosas.
El maestro se marca un rap potente
y las chicas invierten las miradas en el flow,
aprenden a diseñar su orgullo.

El ángel pretendía evangelizar a los turistas
y se dio de bruces con el tanque de la basca:
lo rodearon,
lo apuñalaron el costado en la miseria.

Y se hizo fuego. Ahora luce fuego, cables
que chisporrotean
ruina.




misión imposible (I)


El ángel bosteza
como se yergue una columna de humo negro.
Escupe luego su anuncio luminoso:
"Factoría de Milagros"
que sitúa en lo más alto de una montaña de estiércol.

Seis segundos de trabajo. Al séptimo, descansa,
de acuerdo con la costumbre de su Casa Grande.

Comienza su andadura transformando
buitres en palomas
y repugnantes roedores en adorables mininos
listos para la adopción.

Realiza experimentos con los perros famélicos
y consigue pura sangres de elegante zancada.

Llegado el momento, secuestra al primer niño -uno pobre y andrajoso-
y lo convierte en un auténtico escritorio estilo Luis XV
que deja en la puerta de su chabola miserable
sobre una alfombra persa.

Acto seguido, come sin apetito y absorbe el caro espíritu de un cisne,
fuma alegremente y, antes de acostarse,
se pega varios tiros en las sienes con la pistola de su padre.

viernes, 8 de febrero de 2013

sonetos (III)


En un momento a nado los mares siete mares
y océanos afines alados de delfines,
dentados hasta el músculo y hasta los paladares,
surqué con vana gloria de gordos querubines.

En un momento dado, me dije, ¡no te pares!,
insiste con la heroica virtud que determines,
y, sin perder de vista los tramos medulares,
crucé con entusiasmo los últimos confines.

Al filo de la gesta global, llegué a buen puerto.
Llegué medio enterrado -porque llegaba muerto-
bajo una tonelada de reluciente arena.

Y, en menos de un segundo, al cielo me elevaba
sobre la piel del mar, albiceleste y brava,
tarareando un canto de sirena.

---

Herméticas al sueño, las tardes se suceden
dejando un feo rastro de paz dominical.
Para salir del paso, les digo que no pueden
tenerme secuestrado y me contestan, ¡sal!

Entro en la noche oscura, donde los ojos ceden
su meridiano cetro al don superficial;
ruedan las sombras, digo, ¡que las cabezas rueden!,
y empieza a darme vueltas la pena capital.

Luna, serás estrella de incalculable masa,
alumbrarás un rapto de infinito talento,
apenas cubra el tiempo la distancia precisa.

Las tardes se detienen, la noche oscura pasa
y llega la mañana -lustral advenimiento-
pintándose los rayos de sol a toda prisa.

---

No estoy capacitado para la poesía;
me lo dicen las flores cuyos nombres ignoro
y lo gritan los bosques centenarios a coro
cuando trato, a su costa, de mostrar mi valía.

Ni con mi desaliento estoy en armonía,
mi verso es un quejido sin pálpito sonoro
(me dicen que carece del mínimo decoro
mil voces palpitantes mejores que la mía).

Mas apunto talento para la leve prosa,
para hilvanar la frase certera y lapidaria,
o cincelar la piedra con letras iniciales.

Estoy que no me sale ni el nombre de la rosa,
por más que lo repita la fronda centenaria
a voces palpitantes y sobrenaturales.

---

A dividirme en nadas, rígida como vienes
con esa cara negra y ese mirar tranquilo,
con esa daga negra que me mantiene en vilo
y ese dalle lunático sobre el que te mantienes.

A contenerme en nichos, a trasladarme en trenes
sobrecogidos todos en el mayor sigilo,
áspera como vas dando y negando asilo
con ese negro espejo y esa nada en las sienes.

A decidir mi esfuerzo vital y mercenario
en el recto sentido de tu palabra oculta
-física que me traes, elemental y obscena-.

Con esa carga injusta y ese feroz horario,
que es tiempo y en el tiempo sepulta o no sepulta,
y esa virtud de plata que es transparencia plena.

---

Un cielo dominado de jilgueros
y una frescura líquida y discreta
me bastarían para ser poeta,
si volviese, poeta, por mis fueros.

Mas, en esta ocasión, he de reconoceros
que a pesar del adagio que la brisa interpreta
no consigo hilvanar una mala cuarteta
ni un ligero romance para mis romanceros.

Se me vuelve la llama incendio arisco
y la pluma me lanza otro mordisco
entre espuma de letras y renglones.

Mas debo de admitir que no me causa espanto
que no cante mi pluma. ¡Que duerma, que yo canto
como canta el jilguero sus líquidas canciones!

martes, 5 de febrero de 2013

la nueva dinastía del aire


Desde el promontorio,
dios-es-dios
observa su nación desamparada.
¡Oh!
Y conjuga una mueca celestial en su artístico semblante.
¡Ah!
Se mira en el espejo del océano,
su mar anclado. Brilla de refilón en su resorte,
centellea, abandona el hábito cruel de la belleza.

Al borde del abismo, expresa su disgusto por la
pequeña gloria de los hombres.
No.
El plan era distinto. Milagroso.  
¿Quién fabricó ese oro que abunda y envilece?
Ese metal amargo y más punzante.

Sopesa decisiones infernales.
No en vano se enorgullece de su aspecto. Su creación rotunda,
última gesta.

Sobre los pequeños seres de escasa gloria y corazón salvaje,
sobre su inexperiencia,
allí recae el divino esputo vomitado en asombroso silencio,
así compacto y ordenado, sólido,
remarcando una ligera función, inclinado al descontento.

Dinastía. Renovación.
Un aleteo, un juego élfico empeñado en su tímida hermosura,
su claro gusto por la corrupción y el esnobismo;
el contraste.
Sí.
Planearán eligiendo la virtud de las águilas,
orbitarán una llama indolente a la velocidad mortal de los satélites,
harán su aparición ante las multitudes
y los científicos aprenderán sus nombres de memoria.

Ahora, dios-es-dios cierra los ojos que le faltan y mira al frente, adentro,
sin asistir al vuelo de una mosca, sin resistir la sangre
que fluye desnortada, caliente, mineral.

Un hombre llega a verlo entre las sombras.
Todos los hombres esperan una señal,
escrutan el tamaño del pulcro firmamento.
¡Oh!
Reconocen la luz,
aquella que les dio la vida, escuchan el retorno
de un deseo común.

La paz orea cementerios de piedra,
gime para las cruces que elevan su antorcha,
no desiste.

El ángel lleva el pelo teñido, bebe en cuernos de cerveza,
ensaya rugidos atroces.
Suelta una palabra que pinta una canción de libertad en el cielo
y abrasa los cerebros,
arroja un festivo relámpago, un rayo poderoso que calcina espíritus ficticios,
almas de cartón piedra, conciencias colectivas moldeadas sobre una sola idea,
vigorosas esencias que ocultan un tremor de fatalismo.

Conforme, 
el ser estático y supremo se desmelena, abarca un apretado cinturón de asteroides
con brazos espirales,
piensa en sí, destierra la esperanza, termina de creer en sus fantasmas
o se deleita en una gota de fuego.


sábado, 2 de febrero de 2013

una copa de nieve estremecida


Me viene grande el Sol cuando aparece
volcando su rubor en mi ventana,
me viene grande y crece, crece, crece...

Una bola de luz cada mañana.
Una copa de nieve estremecida
que rebosa fulgor de mala gana.

Nieve reveladora y homicida,
corpúsculo fractal, nieve completa,
desanimando al fuego en su caída.

Me viene grande el Sol, pero me aprieta,
como el hambre dramática que tengo,
como la sed que llevo en la maleta

con la que voy de gris en gris marengo,
directo hacia la nada competente
en la materia gris de la que vengo.

Una bola de luz incandescente,
infectando la nieve depresora,
nieve que de su albura se arrepiente

y regresa a su origen, incolora,
agua para calmar la sed vibrante,
para entregarse al llanto que se llora.

Me viene grande el Sol, apabullante,
obrando su presencia testaruda,
y la sombra me queda como un guante

hecho a medida de la carne cruda.
Sombra de fundamento misterioso,
color oscuridad casi desnuda.

Un horrendo estallido luminoso,
una tromba flamígera y certera.
Un cáliz de la sangre que reboso.

Copa de nieve que mi sangre fuera,
sombra que fuera en tiempos delicados,
polvo que contendrá, cuando se muera.

Un golpe de calor, ¡cuarenta grados!,
lanzado contra el centro de mi centro.
Me queda grande el Sol, por todos lados,
y más grande de puertas para adentro.

y fiestas de guardar


Antes de entrar en liza, nuestro ejército fue derrotado.
Curiosamente, tampoco hubo vencedores,
lo que reforzó el orgullo del pueblo.

Los muertos, de todas las edades, se contaron por millones,
pues la leva fue masiva entre los jóvenes
e incluso los niños fueron movilizados en la inmensa retaguardia

(los ancianos iban sucumbiendo al ataque de virus innombrables
o animales ciegos).

Algunos supervivientes se hicieron a la mar en frágiles cayucos
porque todos los barcos habían sido destruidos.
Por aquel entonces, el mar, que había adquirido un tono púrpura,
solía estar en calma, una calma abstracta, inverosímil.

Los delfines alcanzaron las costas
y se dejaban morir boqueando sobre la arena con ojos suplicantes,
para regocijo de las masas deshambridas.

De ciento en viento, un comando perverso entraba en escena
y cometía una tanda de crímenes horrendos
antes de enzarzarse en luchas intestinas.

Se constituyeron milicias miserables, siempre en guardia.

Cuando expiraba un niño, se hacía una gran fiesta,
había baile, y las mujeres sonreían mostrando sus podridas dentaduras.

viernes, 1 de febrero de 2013

hasta que llega el día


Tierna palpita la espesura bajo
un sol de otoño que amenaza nieve.
La luz hace en la sombra su trabajo

de conceder y de quitar relieve
a las cosas del mundo, a las personas
que van y vienen por su vida breve.

Porque la luz también tiene sus zonas
oscuras donde todo se enmaraña,
que son como papeles que emborronas

y como el pensamiento que te engaña,
fantásticas regiones, hemisferios
ocultos, tierra incógnita y extraña.

También las luces guardan sus misterios,
lo mismo que las sombras forman parte
del decorado de los cementerios.

La luz es la materia que se imparte
en ciertas academias de altos vuelos
y, para las estrellas, es su arte

y es un secreto a voces en los cielos.
Pero la sombra escoge su alumnado
entre los que se tiran por los suelos,

planetas que carecen de alumbrado,
lunas que ponen siempre mala cara,
ciegos cometas de contorno helado.

El sol descarga su tormenta clara
sobre los árboles desprevenidos,
como si el aire se desangelara

repartiendo sus alas por los nidos,
mientras la sombra se pronuncia suave
y suavemente roza los oídos

con su voz terrenal de tono grave
y su color de ausencia, tan vacía
que todo el ancho mundo en ella cabe
noche tras noche hasta que llega el día.






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