domingo, 29 de julio de 2018

antes de la belleza


Cuando el silencio es un momento antes del silencio, antes de toda
posibilidad, algo antes de que los lagos, las lagunas, las montañas, los alces, las pantallas infinitas
que velan el curso de la Luna, en el instante
anterior, anteriormente, apenas con un segundo de antelación, casi al mismo tiempo, pero no, algo antes
de que el silencio fuera
eco, nombre, fuga, revelación revolución, forma en el aire, en el viento, en el cuerpo
cercado por los años y en los huesos rehechos en pedazos de lluvia, en el tambor de la conciencia.

Y la belleza, en el instante anterior a la belleza, cuando la belleza es solo
muerte.

Las palabras juran fidelidad a la palabra, prestan
juramento frente a un crucifijo amanerado, ya morado, del que brotan surtidores de sangre, pústulas y anatemas,
se postran dignamente ante la crucifixión del verbo, rehúsan el significado y permanecen
abrevando en el signo, en la tecla del teclado maternal.

Ella no ha dicho ¡silencio! para no acribillar el espacio sutil, lleno de fuerza débil y sonido,
microondas incapaces de levitar como el humo o la fantasía. Aunque no lo quisiera, la mudez de la naturaleza es natural:
el carácter natural del espantapájaros, moderno y green como una mañana de mayo,
verde como un semáforo en rojo o una dinastía samurái.

No vaya a decir fuego, nombrarlo es un peligro, un éxito, es un pecado previo a su formulación real,
previo a la realidad de su filiación inoportuna; no vaya a decir sangre, porque el fuego protege, es un invento
crucial. Cuando el fuego es algo anterior al incendio desatado
en los bosques autóctonos de Montana (cuánta brujería); cuando el aire
anda detrás del aire haciéndole la burla. Y la belleza
es solo un momento antes de la belleza, y la muerte es un momento después de aquel primer aliento,
algo antes de los libros, las estrellas, los techos bajos y las primaveras
puestas a secar en el poema.


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