sábado, 27 de octubre de 2018

monte carmelo


Pulir la tetera con sus tazas, sus platillos de porcelana carísima, tomar
el té en el vagón restaurante; en esa esquina tétrica del Parque con la Avenida donde se ligan los gramos
más puros de la marca, el verdadero polvo de ángel, la subida sin estrés, el linchamiento
capcioso de la angustia y sus quehaceres románticos; es como vender piezas
decorativas replicadas en la obra del último minero espacial.

Con los ojos vidriosos y la copa de vidrio; la naturaleza ante los ojos,
deliberadamente natural, hecha un pastiche químico, el vertedero, la guinda basural del monte carmelo,
el extremo aritmético de la mejor narrativa equilibrada.

Jordan ha sido captada en el momento de. El humo era una humareda, la hierba
era un kilo de hierba prensada del país, un rollo de césped artificial, una pradera americana, el humo era un bisonte
enamorado, una pluma en el viento (Vurt). La física de las emociones
en busca de un significado cegador.

Vienes por el círculo máximo de la traslación, adviertes un horizonte
circular, una montaña rota por el ábside. Los animales, los edificios, la ciudad a imagen de Escher y sus filigranas
expresionistas, su escalera ominosa, gomosa o gnóstica, el calibre, la escala virtual
de sus remesas gráficas. La nota es el ascenso, el mismo cielo que supera la cantidad del aire,
incluye el ritmo granulado de la piedra, esa novedad artesanal.

Vamos a la tienda y compramos la tetera perdida, el objeto arqueológico, el no sé qué del siglo XXI,
la puridad del intelecto vendida y fósil, fosilizada, líquida como el hielo que se deshace en la piel curtida del amor. Jordan
va y contiene la respiración, es toda aliento, es un ave mística,
dulce y repentina, y dulce.

Desde el vagón restaurante,
el campo es fruto de una suposición peculiar. Hay teorías al respecto, poemas al respecto,
rimas punteadas por una legión de regidores. Una muchacha aspira el rearme de las rosas, lleva la nieve en el pelo,
tan blanca, y su vestido blanco es un rayo de sol, sus labios tiene fe, pero no en el día de mañana,
es la fe del carbonero, que no guarda distancia entre un ramo de sombras 
arriesgadas y un juego de té delicadamente imaginario.



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