Lo que tejiera el día, la noche lo desteje,
y en la ilusión deshecha germina otra mañana,
otra de abrir los ojos y de sentir el agua
que peligrosamente hace girar el mundo.
Un sol de camposanto arrecia en la llanura.
Localiza mi cuerpo dolorido y se ensaña
en la carne cubierta de llagas invisibles
(registra vida en mí, más allá de las sombras).
En propiedad el duelo, me reintegro al paso
religioso del tiempo y araño unos segundos
de nostalgia al continuo reverdecer del siglo.
Lo que fuera del día, la noche lo apacigua,
y en su serena fuente se beben las palabras,
¡qué mansa luz, entonces, deletrea mi nombre!
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