relatos, apuntes literarios...

domingo, 6 de junio de 2010

el rapto

Cultivo un grado de genuflexión honrosa.

Los sauces pandilleros de la esquina del parque,
que siempre me zarandean y luego hacen chocar sus ramas
como si fueran manos de gigantes alegres,
y que siempre sonríen con malicia poco antes de llorar,
me han recomendado que busque empleo en el Ayuntamiento.
Pero yo no codicio el minuto de gloria del jardinero;
no siento piedad.

Mi pequeña pretensión,
mi enfermiza pretensión es demoler,
cruzar la línea roja de la retórica
para deshilvanar el mensaje,
escriturar los arquetipos acentuales,
apisonar el mítico terreno de la flecha.

Pues vengo a hablar de la literatura -en alzas
que me alzo como vago caudillo-,
que es hablar de los hombres que lo tienen todo en la cabeza.

¡Y cómo lloro la forma de las nubes abúlicas!,
su percusión inane, su impronunciable saga,
estrangulado que rindo mis naves de papel,
mis aviones bombarderos,
hechos de lágrimas y tierra fina,
y depongo las banderas infrahumanas
y corto por sorpresa los mástiles adultos.

Cultivo y no cosecho, porque yo,
que sólo tengo un verso entre los dedos,
no estoy hecho de plantas ni sanos minerales
y me ahogo en mi agua corporal, mi líquido epitafio
y todo lo demás que cubre demasiado.

Un verso contra el ciclo de las palabras únicas
que componen historias magistrales de larga duración.
Un verso efervescente, por lo tanto, que compite
con la veracidad de los grandes relatos,
con las montañas mágicas y los reyes impuros,
los caballeros tristes y las ballenas blancas
los dioses insensatos y su asfixiante verosimilitud.
Un segmento festivo, desorbitado, ajeno, tangencial,
libre de condenarse a la misión del fuego,
reo de su nostálgica eficiencia, su plena certidumbre.

Aquí presento mi coraza de panteras
(rugen como panteras
especiales).

Hiberno aquí, lastimosamente pobre y casi híbrido,
polarizado por un millón de bosques que arden en su cuerda
disecando sonidos apacibles.

Heme allí, sentado en la pereza,
donde burlan los presos el castigo divino,
la forma fluye en balsas de dimensiones tiernas,
los ángeles firman su inicua maravilla
y las rosas guardan el dulce silencio de los ciervos.

¡Duplicado de mí!
Febril y anestesiado como arena de la playa,
sorprendido en mi extensa maniobra evasiva.

Ocurre que no soy espejo de mis horas
y el tiempo es un navío que sacude sus velas incendiarias,
se retracta y golpea con el puño directo.
El tiempo es un obstáculo para mi salto del ángel
-salto oblicuo, caída numerosa-,
una muralla medieval de entonces, cuando las hoces
dispersaban su parca melodía por los surcos
regados que yacían con el sudor del níveo amanecer.

¡Allá los ejercicios moderados de los buenos artistas!
Allá ellos con sus amapolas, sus elevados nimbos y su Atlas.
Allá su enciclopedia de clausura, su románico ambiguo,
sus primeros recuerdos industriales.
Viven de la belleza que suscitan las novias
y el campo robustece con natural orgullo,
hozan en la armonía de los pórticos,
¡ninguno se confiesa permanente!

Yo vengo con la furia de las nodrizas rubicundas y aleves,
con el estetoscopio del doctor,
el sextante inmoral y la brújula arcana
que descomponen al náufrago,
con una pluma rota entre las manos
y una brizna de hierba entre los labios.

Y vengo a demoler los castillos de luna,
a derribar las zanjas,
a ser murciélago atroz.
Vengo a ser una sombra que declina
y se apodera de la luz que acude a la mirada,
un ave en tránsito, impregnada de otoño,
mecida por el viento segador.

los sauces se fuman el reflejo de una estrella
y consideran la quietud del riachuelo
ordenan las palabras de la noche en liras imposibles
hablan con el deseo de una voz histórica


Tened mis precauciones, os doy el estremecimiento
que organiza mi espalda,
el material que luce en mi postura,
la doblez endiablada de mis sueños:
no habrán de concederos un respiro...
...

Mas, ¿cómo derruir, cómo arrasar desde la sima ingrata,
cómo asaltar el mundo desde la prieta fosa del pasado,
si apenas arañar la superficie parece una entelequia,
una utopía verde, una deliberada ensoñación?

Será de forma que las nubes trinen
y bendigan los cielos su contraste.
Habrá una matemática gloriosa para describir las trayectorias
decadentes de los planes destinados al fracaso,
y sonarán sirenas infalibles
por pistas forestales y avenidas redondas
llamando a la desgracia.

Un eco habrá
en medio de esa especie de ingravidez formal,
el eco de la causa,
el origen del humo despeinado,
la metafísica del excremento.

presentiré montañas o lagunas preciosas
diferente seré de los espejos
cúbicos en semejante esparcimiento
iré por las majadas majadero,
disimulando corvas y rutinas
lívido y simultáneo

¡Oh! Y me recibirán a hurtadillas los clérigos,
de puntillas sobre su epifanía,
vivaces entonando cofradías de guerra,
envueltos en sus togas apagadas.

Juez que seré del mundo y de su arte menor
cuando los sauces me describan el método:
la línea recta -senda y pureza en exceso- que delimita el reino,
la línea roja de la sangre brava,
la secreción que raja el firmamento vestida de palabra,
el vibrante rocío de las prímulas.
...

En carpas, festivales y aulas serenas de perfil castaño,
reconocí la cumbre
y me subí a los cárpatos del aire
como si fuera musculoso polen, número atómico,
roca indirecta,
y proyecté catarsis, seísmos en el vientre del futuro,
revoluciones húmedas, bailes en el abismo,
pasos valientes al crepitar del fuego.

En la casa, leí, me hice un hombre
(desde que presumía de tener un verbo
y poseía el don del verbo atribulado),
así que comprendí las monsergas más autoritarias,
los sermones marítimos, las homilías fétidas del cuervo;
y en casa de los padres supe lo que sabían nuestros padres
y quedé horrorizado, marcado en el espíritu
con el intenso estigma de la vinculación.

Hoy recuerdo el agradable escarnio, mi piadoso designio,
desnaturalizado y vuelto del revés, trastornado en poema,
en verso elíptico y tornado angular de piel vertiginosa:
ni me conmueve la imagen fósil de su grandeza,
ni me daña su magno sentimiento,
su sentimentalismo atronador.

Simplemente, ocurrió que leí lo que leían las personas
que tenían un nombre y supe lo que todas ocultaban
en sus pérfidas mentes absueltas de pecado.

Hoy, un gramo de suplicio se encharca en mis retales
y lo recito al borde del orgasmo indefenso,
al filo del impúdico éxtasis,
de carrerilla, al grito diminuto del insecto,
instaurado el deseo en mi garganta.

Así que lo comprendo y me quedo mudo.
Se me anulan los ritmos cerebrales.
Es cuando el rictus ejemplifica el ansia,
toma cuerpo el instante y se congela el vuelo de la flecha.

En concreto: adiós a los recuerdos
(habré de liberarme de ellos para difamar mi obra,
que así parecerá más frágil,
más sostenida en el vacío por los sueños,
menos épica, por cierto,
que así parecerá disminuir en forma
y cotizar al alza entre los materiales,
y tenderá al destierro que bordea las fuentes,
separada del bulto inconfesable,
pero real de la experiencia humana).

¡Ah!, ¡cómo equilibra el hueco de la nada!
Ahora sí que empiezo a doblegar la pluma
y empiezo a erosionar paisajes ominosos.

Siento la contracción de los instintos
cobrándose la pieza de mi alma: caza mayor.
Triunfan las correcciones en todos los sentidos
y la novela se desvanece
dejando una maraña de flojas resonancias;
las palabras abdican de su razonable solio,
se tambalean, átonas,
y las tramas oscilan sus hojas de plomizo desagüe
hasta caer de bruces contra las fosas.

Siento los cementerios como si fuesen áticos
y los gusanos como pájaros sedosos que burlan el océano;
me han dicho los cipreses que los huesos levantan polvaredas,
que algunos huesos son de plástico porque renuncian
a llevar una vida fácil
y que otros se despiertan a las cinco para ir a trabajar.
Los cipreses son sabios;
despojados del énfasis de la nación,
no temen a los hombres,
esos seres locuaces de repugnantes hábitos.

Los cipreses -todos los árboles- son pura acción,
naturaleza pura, y sus admoniciones llevan el sello grave
del futuro espectáculo que habrá de estremecernos
(ellos retozarán en la pestilente ciénaga de mi memoria
y adornarán mi sangre con fascinantes selvas,
en mi debilidad, afirmarán su impulso,
compartiremos fértiles ganancias
y seremos eternos con cada gota de lluvia).

Estudio la majestuosa fauna del pasado,
su gran literatura encuadernada en piel
y su literatura de autopista,
presa en la extrema dimensión urbana,
también las frases hechas del amor
que responden al mismo canon bífido.

Me recito en la penumbra suave de unos ojos artísticos
y acabo balbuceando versos desconocidos a mis ojos,
que manejan pinceles y cinceles como ángeles,
pero tienen un fondo de silencio.

Nada de recordar
a los niños pequeños de los colegios mayores,
ni las norias lejanas, ni el sable de madera,
ni la felicidad del cuerpo en armas,
el primer cigarrillo, el primer ajetreo, el primer golpe,
la primera ocasión de ser humano.

Una oquedad infinita enroscada en el tiempo
o un azulejo suelto en la pared de la cocina,
tanto da;
el camino es camino a pesar de la bruma.
...

Mi extraña pretensión es demoler los vanidosos templos
y edificar entre las ruinas ligeras estructuras voladoras,
¡oh pájaros sin léxico!,
pulcros sistemas sin nombre ni apellido
capaces de vivir en la miseria.

Mi herramienta es el odio, que es amor a los párpados
y es amor al espasmo cotidiano.
Respiro odio en los preámbulos del combate ciego,
aire revolucionario, éter de fractal estirpe,
el numen con el himen y los párpados, nebulosos y osados,
el cum laude de las frases de efecto invernadero.
Me ahogo en la mendaz extravagancia de un venablo sin duende.
Sangro torrijas de papel cebolla y me arropo con tablas de planchar.

¡Estoy tan cerca de morir de espaldas!,
tan cerca de no ver siquiera el puño arcano del puñal mecánico
cercenando los planos espectrales,
que rehúso la buena compañía de los peores libros
y de nuevo me indigno ante la plataforma ufana
que impulsan los autores consagrados al tedio.

Formo parte de un séquito hostil, la caravana púrpura
que franquea las puertas del averno con una rosa en los labios,
y llevo un grueso fármaco en las venas calientes
que salta de latido en corazón.
...

Un poema no es una mujer,
aunque luzca las curvas moderadas y el aroma in fraganti
de las damas católicas,
tampoco es una casa donde mudar de acervo
o meditar sobre lo intenso que debe ser el arte,
ni una biblioteca donde acudir a las citas inteligentes
del internacionalismo literario.

Un poema es un cráter cavado por un crápula,
una erosión cercana al vertedero,
es un piano de cola entre neumáticos,
un peso que te quitas, una evisceración de las mejores,
un escándalo que avanza a toque de corneta puntiaguda,
una presencia jubilosa entre las nubes.

El poema es la sombra que procura ocultarse,
la sombra tímida que rueda por la noche,
el fantasma dantesco del estro digital.

Es la torre de marras -torre inversa y torre de Babel-
es el infierno y cubre demasiado,
es un invierno cogido por los cuernos,
¡un libro de oración!,
como si fuera un libro cogido por los cuernos,
untado de milagros, carcomido de insomnios.

El poema es un himno a todas horas,
la pulsera del prójimo,
el éxodo de un pueblo despreciado,
la suma contumaz.

Pero yo busco un verso con gancho de derecha
y maldigo las plantas aromáticas
y el encanto materno de la bóveda celeste.

No me conmueven las felicidades rubias
asidas a su gama de nostalgias,
ni me ofenden apenas los preclaros talentos
productores de auténticas elipsis,
simplemente, me ausento de su estilo furioso,
que me salgo a fumar de su imaginación invertebrada,
y me fumo los átomos que asedian el contorno de sus obras.

Poetas neosucios, neoobscenos,
de los que escriben polla y fóllame
y se corren de gusto entre arcadas de elite.

Yo les diré por dónde se abandona la gloria,
por dónde se desciende
al fondo en que terminan los hoteles y las chicas del club,
el maxifondo árido de las minas de polen,
la pena principal.

Y les enseñaré a medir el rancio costado del obrero
desde el tajo a la mesa del quirófano,
sólo por desquitarme de su ramo.
...

Incluida la noche, soy ahora el más bruno, el más opaco.
Ningún celoso vate supera la intrincada
simbología de mis párrafos escuetos,
la nimiedad visual de mis escorzos
o mi superlativa hexagonía,
que es un dolor cansino que duele en los riñones
antes de apoderarse de los verbos.

Me sueño destructor de las odas brillantes,
con sus admiraciones y sus látigos de siete colas,
desguazo los pretéritos y me conjugo al fresco
regenero las místicas imágenes a base de gerundios
y me desgarro la camisa en los enlaces propios de los versos;
abundo en la pamema,
me reitero en las contradicciones,
suprimo determinadas líneas,
dibujo tormentas en la malla invisible de las cláusulas.
...

la montaña de lema horizontal
vocifera desde su libertina cumbre
sopla un céfiro honrado
y los pájaros vuelan como puntas de flecha
sensibles a la pauta sanguínea del espacio

los jardines dan buena coliflor
las damas se merecen un descanso

En el jardín que prefieren las princesas,
las dóciles avispas juguetean con el aliento gris del manantial,
concentrada en un palmo de terreno, se pronuncia la hierba,
y los robles endurecen su fama
haciendo abdominales que deforman su tronco florecido;
el ambiente concibe su juventud, vive los días transparentes,
la difusa claridad de las horas,
la intratable frescura de la tierra cubierta de riquezas.

El sol alabardero siempre triunfa a las diez de la mañana,
el momento fecundo que aguardan los románticos
para despotricar de la fortuna.

En el jardín,
el alígero pie de la doncella registra la tensión y palidece,
encallecen sus manos, se aceleran sus hombros
bajo el peso del agua.

El estanque rezuma una soledad glauca
y hasta cierto punto milenaria,
arrullado por el claro zumbido del enjambre;
un efluvio dogmático se abre paso entre la soldadesca
de cardos y ortigales,
y las flores temerosas de dios
se disponen a huir de su vasta hermosura
de rosas incendiarias.

Los bancos cotillean sentados a la sombra,
las estatuas hacen girar sus cuellos para ver el futuro
y en sus recios pedestales puede vislumbrarse el ágil pestañeo
de la roca salvaje.

Una mariposa lenta diluye los sonidos del encaje floral,
los nidos piensan en su prole catastrófica
y las esposas de los pinos trabajadores
-que soportan con estoicismo el síndrome de abstinencia-
perforan las arterias de la madre
en una decadente invitación a la derrota.

En el jardín, todo prolifera.
Prolifera el amor, voluminoso y férreo,
terráqueo hasta la saciedad del desamparo,
el amor compulsivo que dirime razones en sus insanos márgenes,
también, una necesidad de ser amado, de ser correspondido.

Hay una biblia en verso escrita en las cortezas de los árboles,
un espeso catálogo de huesos escrito en los senderos de verano,
toda la poesía;

súbete a la montaña
hasta donde alcance tu vista
toda esa poesía es parte del jardín

...

De medianoche, anduve por el jardín en llamas,
ondas nocturnas que fabricaban hoces de platino
con esfuerzo agrario,
ondas de luz, acaso pertinentes, luces fósiles
extraviadas en medio del conflicto,
emigrantes en un país terrible,
de nuevo los pequeños habitantes y los grandes espíritus,
otra vez la penosa gangrena
que desarrolla el tiempo en las pieles ocultas.

Una serie de animales astutos
correteaba entre madrigueras y desperdicios otoñales,
y un deje torrencial, confiscado a los cúmulos ariscos,
impregnaba remotas hectáreas de secano.

La soledad se oía
como el vestigio del metal que agarra,
de la tiza que agrede, de la rueda que gira y se traslada;
el pálpito del mineral era visible,
con suaves letras de neón,
en el éter fecundo, y el aroma del polvo estrechaba las manos,
dirigía las piernas ofertadas al baile.

No se oía el amor,
por más que el dolor suplicante que aborta los gemidos
la mayor atención reclamara a los tímpanos
y obrara con tal saña el infortunio
que se vieran los nervios
amarrados al potro de su fatiga cósmica.

Describí una parábola
y estuvo mi tropiezo en la primera línea de los ángeles,
que eran gaviotas negras y reptiles;
rodé así por el inhóspito césped,
como quien dice esfera mantenida en suspenso,
saltándome las cercas de los gnomos con grácil impotencia
y fui a salir al metro del olimpo
sin un centavo encima,
sin un clavo.

Estuve en el jardín,
pero no hallé
ninguna idea que sujetara con fuerza mi reflejo.
...

Los corazones venden castañas recién hechas.
Virulentos druidas acechan en las esquinas de madera,
ancianos supervivientes a dos inundaciones,
los veo por el rabillo del ojo,
tensos de tanto amar a las mimosas,
con un ojal de orgullo en la solapa
y un negativo imberbe en cada espejo.

Escribo en mi cuaderno lo siguiente:

mi grotesca intención es demoler
columpiarme en el gótico y desautorizar a los patrones
bordear el rincón del esperpento
feliz de ser quien soy
el homicida
el fracasado jack el hombre abierto

nada que descuidar
será instantáneo
una deflagración un cataclismo
el crack de las aceras
el boom inmobiliario de los peces

y me siento mejor, mucho más ganso,
superdotado sólo para el odio -esa virtud en riesgo-,
diferente a los cárteles de la palabra justa,
al mando de una fobia con los días contados.

Repongo el mueble bar de mi conciencia
y me sirvo unos cócteles de miedo;
me creo religioso durante una fracción de pensamiento,
entro en mi templo con la cabeza gacha
manifestando un padrenuestro antiguo;
no llego a caer de rodillas, la ilusión se deshace
y los trozos de dios se transforman en lágrimas
de un cielo que procede del abismo...
...

¡Atrás!

Porque llevo la grúa y el martillo pilón,
la percuciente glosa, la tuneladora de prosas cobardicas,
el devastador pestañeo del tsunami in-mediático.
Porque llevo en los genes la palabra invisible,
el vocablo inaudito que trasciende géneros y hermenéuticas
y no admite prosodia ni caligrafía que perturben el vuelo de la idea,
la palabra tenaz, ramificada,
la que nunca se escucha a pesar del silencio,
tranquila como suele desplomarse en los divanes,
emanciparse en la cabeza hueca,
surtir de espanto al pecho que no llora.

¡Teneos!,
desgranad vuestros nombres en francés,
vuestra trova meliflua,
lejos de mí.
...

Todo mi verso es huella de una acción,
de una acción tan concreta como freír un huevo
o quebrantar su cáscara con un golpe de suerte
o tomarlo cuidadosamente del estante.

Cualquier algarabía me subleva,
también sensible a la acrobacia cuántica,
al suceso perfecto, que ni ocurre ni deja de ocurrir,
sensible a la conducta teatral que reprimen las bestias,
al polen que reforma los pulmones,
desde luego a la rosa presente en las espinas del pescado,
por supuesto a la espina que aromatiza el bosque encantador.

Toda mi gracia es basura.
Amontonada gracia,
sin precio que marcar en el teclado grasiento,
sin peso en la balanza de los ecuánimes,
alta basura en su montón de estiércol,
detritus impalpable.

¡Oh!, la vuestra es pura gracia,
deliciosa la vuestra,
la gracia del amor y del talento,
del puro amor que vale un Potosí
y del talento innato para los negocios,
la intersección cabal que devenga intereses
por la demora en alcanzar la gloria.
Así que presumís de armonía y donaire,
que presumen de ingenio vuestras punzantes diatribas
y vuestra poesía exhibe sus intocables bíceps con furtiva elegancia.

Yo sé que dependéis de la sonrisa cínica
como del palmetazo quasimodo,
de las fluctuaciones del mercado
tanto como del patriótico mesías que habita vuestra farsa;
y sé que la verdad que os hace libres
sólo funciona porque desconoce la miseria real.

Toda mi gracia es basura, mas apenas se esconde
tras el humo famélico del tabaco cargado de esperanza,
apenas se divorcia de mis manos;
quizás se descomponga,
pero me aguanta el tipo.
...

Un secreto que tengo y cojo la dialéctica del napalm,
el bolígrafo rojo que cauteriza tomos nauseabundos:
una revelación a la que asisto,
un regalo de reyes, los juegos reunidos marca ACME.

Yo paso la factura del modesto albañil
y le añado el valor de mi avaricia,
la astronómica cifra de los muertos que soy,
el innúmero censo que me elige entre pares.

Pues espero un descenso, una pedrada mágica en la sien.

... Lo mío es de un tendón mulitpolar
que me ha salido en medio del cerebro.
Es una enfermedad contra el sistema
(contra el jurado compuesto por reputadas personalidades
del orbe intelectual
),
el accésit que humilla, la escultura piojosa,
las tertulias opiáceas, opacas como rayas de cansancio infinito.

Lo mío es de un total por el contrario;
es una impugnación, un interdicto,
un proyecto de ley en pleno rostro
que instituye el fatídico declive de la forma.

La crítica que instruyo es de rango interior,
arruga los relatos con artera ignorancia,
los desprotagoniza, emborronando imágenes logradas,
y pone al descubierto su tísico andamiaje:
su chapucero afán por lo cotidiano
o el licenciado ardor de su rabieta clásica.

Es poesía,
pero con dos pistolas que disparan en ráfagas modernas
(que disparan en ráfagas moliendas
que disparan en ráfagas...
).

Es poesía armada, no profética,
forrada de metales injuriosos,
la que arrastran mis pies,
con el abatimiento crónico que prohíjan por las sendas del parque,
y mis manos por medio del frotamiento inicuo
que se riza en la piel calenturienta.

Es poesía, amigos,
fermenta a todo tren, ¡y traquetea!,
atropella en los pasos a nivel y se cambia de aguja y de caballo,
hace trasbordo en la estación de Francia una noche de invierno,
sobrecoge las fiestas en la penumbra atroz del sonido directo,
horada las colinas indiscretas con ímpetu vulgar,
gira sobre sí misma, y traquetea.

Su buen balance, extraordinario ingreso,
sentido del humor, corte de pelo, fornida comprensión, liricidad,
hacen de mi poema un ARLEQUISMO,
una temeridad continuada,
como un Murillo calcado de un Picasso extraterrestre.
...

... tú eres inferior porque naciste
con un talón de aquiles al revés
y fuiste envuelto en un sudario bonito de horrorosa blancura
y calentito fuiste a nacer a la sombra
que nació tu madrastra en ese instante de furioso dolor...

Comulgo con el pensamiento verde,
y convivo con él, aquí en la selva, en mi selva temática del cine,
desde donde observo el horizonte de sucesos de la realidad;
por eso lanzo parcas reverencias a los príncipes
y me someto en parte al esplendor de su corona,
pues no he palpado el suelo de mi tumba con dedos ateridos
para postrarme ahora ante la vida...

Se mofaron los sauces, en su tónica:

‘tú eres inferior porque naciste...’,

y yo les preparé una merendola de fruta agusanada
hurtada por las aves tironeras, delincuentes aéreas,
y dancé alrededor de su estatura hercúlea
estimulando mi gradual proceso de putrefacción
al ritmo de la savia inmaculada

los sauces son hermanos
hermanos o soldados
los sauces son mis hermanos

tienen muerte
causan dolor
igual que los soldados de los hombres

aman para quedarse
se afianzan
...

Procuro esta palabra perniciosa, a favor de la sangre,
mi palabra en formato de ariete que se carga los muros de la patria
y desentierra una moral inmunda,
mi tropa de fonemas al rescate del sello editorial,
como quien dicta un verso bolchevique frente a los sacerdotes,
quien dictamina su verdad de acero,
quien da su testimonio enardecido
culpándose de toda una traición.

Avanzo entre las ruinas de los grandes autores
con mi sutil apisonadora cimentando el descrédito del arte,
no pertenezco al eje de los súbditos
que conceden entrevistas a la prensa nocturna,
apenas ironizo con el sagrado amor y sus calamidades,
casi me aburro de mi sin parangón superfelibre;
mi rama no se troncha ni se divide en cachos prefulgentes,
no mancilla la prosa ni resbala en el haiku,
más aguanta lozana la elástica acometida del canto popular,
se resiste al colectivo imán de las antologías,
rechaza sinecuras de probada falacia,
se aparta, se margina, se protege,
se blinda, se vacuna contra el tifus,
florece en un recodo del jardín.

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