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jueves, 14 de julio de 2011

cada blanca primavera


Llega la primavera cada año
y el cielo cuerpo a tierra del invierno
asciende de región, sube un peldaño
por la escalera del espacio eterno.

Tú llegas, cada blanca primavera,
con un vestido nuevo en la mirada,
un nuevo movimiento de cadera
y la misma belleza desalmada.

Están los blandos pájaros a punto
de subyugar la vida con su canto
y zumban las abejas en conjunto
y los sauces se vuelcan en su llanto.

Tú llegas, con el sol en las mejillas
y un espejo de lunas en el pelo,
y vuelves a ponerte de puntillas
con la esperanza de tocar el cielo.

Los árboles abrazan una idea
de planta circular, casi redonda;
se aferran a la luz que les rodea,
como a la tierra su raíz más honda.

Tú llegas en el canto de una nube,
abrazada a tu lógico destino,
y tanto amor a recibirte sube
que no cabe más cielo en tu camino.

Ya se mueren las rosas por ser bellas,
convencidas del fuego que las mata;
ya comulgan con fuego las estrellas,
que se mueren por ser rosas de plata.

Tú llegas sin edad, creando espacio,
atenta al desaliento de las flores,
y el bosque se transforma en un palacio,
para que no lo sientas y no llores.

La hierba precipita su frescura
sobre el cuerpo presente de la tierra,
cuerpo insepulto de osamenta dura
que un mar de sangre derramada encierra.

Tú llegas al azar -es tu costumbre-
y viertes una lágrima fortuita,
como una chispa salta de la lumbre
o al abismo una flor se precipita.

Amaina el vendaval, pierde coraje;
muda el aire su tono ceniciento
en un tono vernal de camuflaje
y se remansa en la quietud del viento.

Tú llegas en el centro de una sombra,
en el hueco del centro de la llama,
y es tan falso el vacío que te nombra
como cierta la luz que te reclama.

De carne y hueso el sol, de carne y hueso
las burbujas de tímido rocío,
el sueño del calor y hasta el exceso
de la lluvia cayendo sobre el río.

Tú llegas, alma errante, agua de mayo,
sin un solo rasguño, más completa,
igual que va a parar al suelo el rayo,
con todo el horizonte en la maleta.

La nieve atrincherada en la montaña
saluda a la que escala por el monte;
un ciervo resucita en tierra extraña,
después de haber saltado el horizonte.

Tú llegas cuando el hielo se desvive
por liquidar su deuda cristalina,
cuando el invierno muestra su declive
y la primera sombra se ilumina.

Acuden esforzadas mariposas
al rescate dialéctico del arte,
pero resultan demasiado hermosas
para lucir tan trémulo estandarte.

Tú llegas al final, décima Musa,
en auxilio del último poema,
pues concibes el verso que lo acusa
y el que luego lo salva de la quema.

Llega la primavera cada año
con su miel laboriosa y su diluvio,
un ojo azul celeste, otro castaño,
el pelo milagrosamente rubio.

Tú llegas, cada blanca primavera,
vestida con la misma rebeldía,
el halo de tu rubia cabellera
de un color diferente cada día.

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