relatos, apuntes literarios...

miércoles, 24 de abril de 2013

un arrebato de simultaneidad


En el universo suyo, allí,
dentro de la oscuridad,
gárgolas que dan las buenas noches,
piedras ariscas y basales, la piedra mejor que el mármol,
elemental granito para la construcción
del templo. El templo se edificó en pie de oro
con piedras areniscas que se desmoronaban al contacto con el agua.
Llovía un poco, por aquel instante, y entonces el templo escuchó
a Louis Armstrong el doble del tiempo permitido.

El tiempo, comatoso, ocupaba su cama en el hospicio regentado.
Monjas sicópatas arrinconaban a los pobres en la esquina, luego
hacían la calle: un mal hábito.
Dicen que el vientre de un escualo pertenecía al padre
de la madre superiora, con dientes y todo.
Qué mordiente. En otro universo, por ahí,
las piedras contestaban mal a sus progenitores, que les pegaban con un palo;
el palo era muy gordo, estaba gordo de tanto comer chichones
y algunas piedras no valían para hacer un solo comentario de texto,
mucho menos para engendrar un desánimo hogareño.

Dentro de la oscuridad, al fondo, las gárgolas ensayaban sus caritas simpáticas
que te mataban del susto: no saludaban a nadie (por si acaso).
Un niño chico con la cara del Che se fumaba un habano
para siempre. En una realidad alternativa,
o en otro vecindario, la mujer perfecta enrollaba tabaco con el sudor de su frente.
Viendo pasar los automóviles se pasaba la vida
y todo se veía de color marrón.

En el propio universo las páginas pasaban por un cielo sencillo,
siniestro cielo empíreo y colosal;
policías fuera de servicio hacían de las suyas coaccionando
pechos recaídos en la droga, glándulas
de estrés que apenas contemplaban el deseo de darse un homenaje calculado.
En la habitación estaba (tal vez) un hombre negro llamado James Baldwin
que escribía de memoria y no cantaba todavía.

Otro país tan al norte, otra región, más lejana que el odio secular,
más lejana que en los confines del océano,
batiendo olas, ondas confiadas y regulares, sin protección. Ella,
charolada en su túnica, mirando hacia abajo
donde los pequeños seres como hormigas laboriosas levantaban torres
diminutas, una proeza. Su labio tembloroso discurriendo. Discurría
por tanto sobre su posición en aquel sitio realmente inobservable: no la caverna. No.

El vacío solo es aquello que no se ve o está muy solo.

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