Nas
suena a una forma de nostalgia,
a
Coko y sus amigas de gira por el parque y sus locales mágicos,
pieles
enérgicas invadiendo la historia, voces
líquidas.
Oh,
las chicas por entonces decían con franqueza no al amor,
ni
eran románticas. Sus pantalones cortos declaraban esos muslos sobrenaturales;
aunque
hablaran de dios, sus labios prometían el dulce beso del gueto.
Coko
está que trina, lanza un arco iris que nadie puede parar.
Esta
mujer es un incendio. No parece un ser humano en sus propios términos,
en
carne y hueso, y luz. Demasiado perfecta para tener un número
de
la seguridad social. Apenas vocaliza su aliento, el universo calla;
sus manos
interpretan un solo arrollador.
La
fuerza del recuerdo abusa de su encanto. Las chicas asaltaban los oídos
con
una introducción a su pasado, tan tradicionales.
El
parque se rendía a sus piruetas exóticas, su anarquía inconsciente.
Nas
toma impulso y enciende otro habano para romperse la voz,
suena
melancólico, como si su estribillo fuese a delatarle
ante
un tribunal sediento de lágrimas.
Coko
sonríe y mueve el cuerpo con el ágil volumen de su boca.
Calla
porque conoce su estatura real, su genealogía
hasta
llegar a la raíz de todo el calor,
el
corazón del espejo, la fuente del verdadero poder,
la
belleza más honda que pueda imaginarse como una verdad impredecible.
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