Cierta
diplomacia del recuerdo que protesta en voz baja de cara a la pared;
su
voz es una estampa, la postal ingenua. En el recuerdo hay un verso que no rima
con
el verbo, no despierta a la realidad, no informa. Asalta el pacífico descanso
con
su amalgama de notas y sus variedades, ñoñerías y zapatos de charol.
Chiquilladas,
lances
que estropean la jornada apacible, que no saben estarse y proliferan adrede
contaminando
con sus matices plenos nada hieráticos la plácida condensación del tiempo.
El
clima desgrana su rap sobre una base otoñal, pero hace invierno y el infierno
avisa
de
sus intenciones, siempre férreas. El frío no basta para congelar el vértigo
feliz que asciende
por
la garganta y bucea, y busca. Se mira cómo cae la lluvia y es casi como mirar
un mar pequeño,
un
mar de góndolas y olas compasivas que posee un solo horizonte. La lluvia es de
verdad
y es
tan certera que baila en el recuerdo.
Todo
el viento mortifica, tanto viento es un estorbo para la soledad.
Permanentemente en retirada,
el
viento desconoce las horas que transcurren, las clasifica, las desmenuza con
paciencia.
El
llanto se merece algo de cielo de este lado del cristal. El llanto fluye desde
un pozo de memoria,
es un
río seco que merece su eco diáfano, su longitud de plata, forma que se deshace.
Pues
la lágrima del espejo no es aquella, esta tarde de invierno que ve llegar la
lluvia en soledad
se da
un aire al amor. Allí, bate el recuerdo sus alas negras y la espuma reblandece
aristas,
escoge
un lienzo para desprenderse de sí y de su estado hipnótico.
Tiernas
palabras abusan del sentimiento, cruzan charcos, invaden la parábola posible.
Las
palabras son dulces como luz, brillan como la luz de un sueño, a la luz de su
epílogo;
hay
una palabra que significa eso y parece volar en alas de la luna, significa
sombra
y es
tan dulce como un melocotón. El beso trae consigo su término insaciable, su
frecuencia,
el
anhelo perfecto que no sabe por qué, la sonrisa más profana y más recta, su
penuria.
Tras
el cristal, el rostro es tacto, es labio, y labio, es la pantalla para mirar el
pasado en su pureza,
cómo
respira el tiempo, dónde está el aire que se fue entre todo. La soledad se
vuelve cariñosa,
despliega
un mundo alrededor del día de mañana, una solicitud espontánea y febril,
lanza
su estela hacia la confusión y el miedo, abre la boca para decir amén.
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