relatos, apuntes literarios...

domingo, 23 de marzo de 2014

el vuelo de una alondra en el espacio


Cuando no hablaba de amor, el poeta concedía versos raros,
elevaba peticiones difusas a la superioridad literaria, la trama Editorial.


poema de laxa moral con meteoroide


Era preciso escribir con.
Poner la carne en el asador. Sangre. La sangre se diluía. Licuábase de milagro.
Era una santísima virgen realizando el suyo, su-milagro. Los panes y los peces
reían y simultaneaban su concordia, estaban en la caja y en el mar
a un tiempo. La caja era de pino lapidario, un féretro chapado a la antigua.
Por el cristal podían verse unos ojos a la virulé, demasiado pequeños u ojerosos.

Habría que escribirlo con demasiada. Sangre.
El microondas no churrusca en condiciones, no furrula (en sábado). La pluma se atasca
en el inodoro de la pantalla y emborrona frases de color bastante
grueso. La grosería está en pecado ni la ignorancia exime de su cumplimiento.

Aquí venimos al surrealismo. Dicen por decir.  Que las partes de una vaca
son incontables partes, tantas como bocados: pero buenas para el cerebro.
¿Que Alex Woods recibió un impacto! Allá su mala estrella.
Otro expediente. Una X mortal en la cabeza.

Duele la cabeza cuando se escribe (con) (Sangre). La sangre da espectáculo,
por su propia naturaleza, su encarnación tan cárdena.
La sangre es cáustica, borbónica como el bicarbonato de la coca-cola.
Se trata de una peste deslocalizada. La cabeza se imprime
como una bajada de tensión. Sube la tensión hacia la guerra fría. Es lo que pasa.

No se puede escribir así de fuerte que se oyen los gritos a cien millas a la redonda,
redondos y esculturales -muy normales no son- gritos angustiosos. Hay que hacerlo
con lágrimas en la nariz, persuasivas, inocuas como una profecía.

Porque otras cosas duelen: golpes, golpetazos, golpizas, palizas, bofetones,
también los golpes propinados con elementos maderables como un bate o un rodillo de cocina,
un palo gordo, o una vara de fresno tan flexible y duradera, el látigo, la mano abierta, el puño,
el puño americano, una patada en la boca, una patada voladora hasta las sienes.
Todo eso duele y arrebata, sin olvidar el puñetazo en la boca del estómago, que curte.

Ya no se sabe escribir con. Sangre. Nos industrializamos, modificamos nuestra energía,
nos momificamos y nos hacemos débiles a marchas, debilitamos nuestro brazo secular.
La escritura es tortuosa, debe ser un fallo. Lo primordial es un buen fracaso
estallando ante los párpados, que crujan los omóplatos y se desdibujen las ganas.
Tropezando los huesos en cuerdas musculares, ese daño colateral.

Vamos con la buena literatura, prosapia y nombre. Hacer que se parezca a un desafío.
Que se parezca a su acertijo. El laberinto es una manera de no estar dónde.
Se arrugaban las letras y (se) tomaban amorfas libertades, oligopolios significativos,
cárteles del significado, signos arrumacos.

El verso, pues, era de extraño. Ligaba con su acento. Música de época
frotaba sus manitas junto al órgano, una sistemática misión. Pechos y maquetas
de buques destructores, goletas rimorosas y anfibias. Puntas sin estrofa,
horas sin tedio ni longitud. El tiempo decimal, sin horma, comprimido en la pared;
el verbo fetiche hecho de encargo, acariciado por una selección de inoportunos magos.



el vuelo de una alondra


Mientras, la Princesa se rumoreaba. Asomada a su balcón de invierno,
iniciaba su captura semántica de cada día. Asumía los versos con audacia
y sincretismo. Buceaba en la forma para desentrañar
un pétalo de amor. O paseaba por el jardín platónico vestida de gitana
arrancándole flores con los ojos.

Había madurado su belleza de pluma, su gota a gota elemental y cálido. Hacia el beso
caminaba dispuesta a un sacrificio, entregada a su adorno, considerando un paso afirmativo.
Tenía una palabra bailando entre los labios, que brillaban incrédulos de furtiva esperanza,
una palabra gigante que aún no era suya en cuerpo y alma.

El poeta reverenciaba el sonido del agua, la voz de una canción atenta. Tanta ausencia de color
le hacía enfermar; la tos acaparaba sus pulmones con escuálido pulso, arañaba rasposa
su rosada garganta, le imponía una oración desenfocada, una pequeña arenga dirigida al vacío,
característica. Intuía los peligros a los que ella habría de medirse; ogros nigromantes,
madrastras preciosas, validos maquinadores, tejedores de enjuagues y emboscadas,
la palabra fantástica de algún embaucador. ¡Ah!, contra ellos, solo tenía en mente el pobre verso,
la rosaleda en llamas, la flor acompasada.

Ella formaba un corazón con sus manos artísticas, suspiraba un beso eterno,
se dormía a la sombra del futuro. Manejaba los códigos de la inspiración y conocía
el lenguaje barroco de Calíope. Pasaba páginas de soledad en una partitura
consagrada al recuerdo. Filtraba notas sólidas que signaban el aire e influían en la manera del viento,
ofuscaban la lluvia. Sus pies rondaban fortaleciendo la hierba con tímida pericia.
Sus labios terminaban en columnas de niebla.

Todo era bello alrededor de un mundo triste. La risa pertenecía a un verano rusiente y tan lejano.
La tristeza era el fondo de una noche de luna, sucedía con fuerza aproximada al sabor agrio del destierro.
Azealia cedía al vuelo de una alondra, difundía su aliento entre el fuego de la nieve pura;
sus ojos mantenían en vilo a la nación, sujetaban las bridas del reino,
a su modo valiente, narraban una historia pacífica.




general y radiante (en el espacio)


Frente al espejo, su rostro es un amor para siempre.
Sale a la calle: ¡si nadie puede verla! Nadie descubre ese territorio sagrado.
Pues la belleza adquiere también su monotonía, su rigidez.
Puede que no vaya vestida con la ropa bonita de los ángeles rubios,
puede llevar un abrigo gastado.

Puede tener una voz demasiado pequeña para ser escuchada.
Puede estar demasiado cansada después del trabajo admirable.

En el espacio, ella es el trance de la estrella romántica, el lado oculto del planeta perdido.
Ella en el bosque -que es solo un parque general y radiante-, entablando amistad con la hermosa gacela
que redobla sus patas de marioneta libre. En el espacio, ella es el punto luminoso,
el reflejo adorable de la primera voz del universo.

Puede que surja un poco fuera de sitio esperando su turno para cualquier farragoso trámite,
que no repare nadie en su valía, que nadie sepa honrar su presencia
extranjera con el debido respeto. Su mera presencia en cualquier parte.

Una muchacha negra perdida en el bosque, perdida en el espejo, todavía sin verso que la guarde.
La música que empieza. Y la vida que empieza de una vez, única. Para siempre.


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