relatos, apuntes literarios...

lunes, 9 de junio de 2014

integridad de una voz


Al otro lado del mundo, el pelo suelto, la mente perfecta. Maravillosa voluntad,
sobresaliente destello. Sigue ahora la rueda fanática, el impulso de una nota común.
La música es un deber, un engranaje que funciona con vasos de silencio, a costa del silencio.
No es tan sencillo comprender que la clave está en la voz que se inhibe y en el eco
más que en la nota alta y la armonía, en la quietud más que en el movimiento rítmico
de un paso de baile. También hay que dejar atrás el amor, aunque el espejo seriamente lo demande
y la carne aspire a su confirmación o el espíritu sienta aquel vacío febril de los amantes,
aquella sobriedad de los cuerpos ingenuos llamados a la guerra.

La canción por encima del verso, por encima del verbo, por encima del alma que la crea
y cree en ella por encima de todo. La canción que resuena en los espacios cerrados
y se expande nocturna por laderas y bosques en alas de la brisa que susurra su fervor invisible.

Hasta que el niño tararea una melodía justa, la niña mira al cielo con ojos impensables y se sabe
un línea maestra y la repite con su voz de ángel, la interpreta y da sentido a la obra.
Hasta que sube a la estación de radio que maneja un altavoz protagonista, se reparte de milagro,
se divide en sí misma y propaga una suave emoción por los salones, se inmiscuye en la vida
y la transforma.

Llega al centro del dolor y se produce el contacto, la colisión de contrarios. Nace un amor diverso,
en la élite del sentimiento, surge ahí, tan pobre, flor y nata de la pena. Algo que asciende
como un fulgor por la garganta, azúcar y limón, y una aguja de rabia. Algo que no renuncia
a su destino, que ya es del color de las tibias mañanas que habrán de ondear su azarosa bandera .

Al otro lado del sueño, en este instante, la mente perfecta capaz de anular la melancolía,
su mente poderosa imaginando el poema e incluso su torpeza, su aliento entrecortado,
e incluso ofreciendo tanto amor como ignora, más amor del que siente.

Sus manos entre ensayos, constantemente: ya gaviotas, ya nubes, un sinfín de violentas contorsiones.
Sus piernas demasiado calientes, demasiado técnicas, carabelas desafiando la intensidad de las olas;
un vaivén permanente de su figura, silueta en ascuas, la palabra, recta, atrapada en el pulso de los labios.
La palabra, un murmullo permanente, imperceptible apenas a oídos de los príncipes.
La palabra un espasmo, un avance hacia la soledad, pasos de plomo hacia la soledad completa
donde solo tiene cabida el amor más hermoso, el que no se concibe, que no aguanta la mirada,
que solo escucha el sordo crujido del silencio al caer
y fracturarse.






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