Cuando
una flor cualquiera se marchita
y muere,
su
belleza permanece,
no
en la retina,
no
en el recuerdo,
sino
en el mundo.
En aquel sueño, K llevaba una flor en el pelo que no era
una rosa negra
ni una rosa.
Al rato, KRIT sonaba como a punto de volver a nacer
en un riff sin complejos, su manera de iniciar la
estrofa, de sobreponerse al íntimo curso de la adversidad.
La música tan buena, el campo que se hacía a la memoria
descontando mañanas inseguras de su propio comienzo.
Cuántas veces el sol ha de salir y, sin embargo,
contempla su escenario con figurada modestia y se declina,
se salta el calendario y burla su norma eléctrica sin que
nadie averigüe su conducta, sin que nadie investigue
su indolencia ni castigue su incuria metafísica.
Ahora Nas está aprendiendo a bailar con una niña que
acaba de cruzar la barrera del espacio entre universos
felices dejando atrás la infancia como un juguete roto o
el envoltorio de un caramelo de menta. Su música más seria,
gira en torno al vórtice de la indeterminación y el
peligro, alrededor de una bola de fuego que despide rayos-disco.
Keny -que no quiere bailar- escucha el parloteo material
del espejo y se da una vuelta y luego otra
mientras pisa de soslayo la alfombra mágica de las flores
especiales sin acordarse de vulnerar el silencio
con su risa: en trance de obrar su próximo milagro.
Este fue el sonido de la escena, la banda sonora del aire
que festejaba las notas con ondas sucesivamente suaves,
dilapidando su energía, el excedente minúsculo de una
mota de polvo. Pues, ¿quién sino ella iba a lucir
un vestido de novia cuando la arena era impulsada como en
una tormenta y el agua formulaba
deseos ardientes? Ella, que mantenía su pureza de intacto
recorrido, su libertad ligera de gacela insumisa,
el método salvaje de su belleza arcana, tan a pesar de la
luna, tan a pesar del cielo que publicaba su inesperado anuncio
a toda plana más allá del horizonte.
Ahora KRIT convence con su ráfaga extrema; desde su
Cadillac-Andrómeda-Asombrado, pasando revista
al libro de la calle. No es que interceda por ella, aunque
tenga su escuela donde vibran los ejes
y las chicas descubren sus voces invernales abrigadas de
estilo. K resuelve con tacto las reglas complicadas,
combina gloria y sufrimiento con ascética neutralidad, se
percata de todo lo que ocurre a la altura de un cielo escayolado:
ideas que fenecen suspendidas de abismos virtuales, el
déficit de juicio y pensamiento invadiendo los índices bursátiles.
Nada calculado. Para ella que ha profanado el jardín de
las apariciones y se ha dejado retratar tan sola como un árbol,
hermosa como una metáfora indecisa.
En el sueño, K lleva el pelo tan negro como una
exploración. Conserva ese desnudo
falsamente moderno para la época del año, para el siglo y
para la razón. Su pañuelo procesa informaciones sin dar pábulo
a la melodía general, su belleza es un arma de sugestión
masiva, su obra es la mecánica que alza pabellones laicos,
cúpulas sin firma, arcos apócrifos .
Sobre el amor se ha escrito, se ha encalado la valla del
arte: pero ella no ha ligado su última palabra,
el gran abeto de la navidad oscura. Viajará en su trineo
de vacaciones y lanzará bolas de nieve hacia el destino,
amará todas y cada una de las hojas segadas por el
viento, se doblará como una llave
y asaltará el infierno como un ángel sin alma.
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