Círculos de silencio, tramos aéreos
sin una sola voz, un solo trayecto.
Este silencio extenso en derredor,
diverso, aterrador. Un estilo dominante
de no decir, basta de oírse, basta de
hacerse ruido. Una vez en la música que suena y reverbera el rap
de manera que rompe, tira la
muralla por los suelos, hace ruido hip-hop sobre los tímpanos, timbales
y algo crudo que rompe el paisaje y no
se quiere creer. La paradoja de tanto silencio musical
tan intenso como un alba, tan diverso
como una reunión de embajadores. Algo por su palabra, por su voz
elevándose acaso sobre el tumulto de
la soledad.
Un silencio doméstico de andar por
casa sin abrir las ventanas a la luz. Un silencio que ama
su elegancia, su timbre desnudo, su
extravagante flow. Aterido, la quietud asociada con el cuarto invernal,
el foso de las contradicciones, la
hibernación de la inteligencia que asoma su hocico húmedo
por la madriguera de un libro, el
escondite del poema. Nada, sin dirigirse la palabra duermen los músicos,
la ciudad duerme sin digerirse la
palabra, sin hacer la digestión de tanto grito, tanto dolor.
Nadie ha vuelto a hablar y el poeta halla
por fin su inspiración en el transcurso de la poesía que ha callado la noche,
lo que la luna se ha dejado en el
tintero, manchas de crepúsculo que te ponen perdido,
hay que lavarse las manos, dientes del
ocaso bajo la almohada del sueño. Vence la incomodidad,
el aliento que se desperdicia, lo que
duele y no suele escucharse por educación: las armas con su repiqueteo,
ametralladoras como truenos, trenes
sin éxito. El poeta se queja del silencio atronador que le rodea,
envuelve su trabajo con alas mágicas,
plumas que gotean sangre, la mejor tinta para describir la ausencia.
Todo para comenzar a decir: no es
ella, no está en su sitio, en ninguna parte. Su voz y el espejismo de una
realidad,
un hogar entre las nubes, el pájaro de
fuego: sin árbol para iniciar su canto. Ella sigue en su corazón,
perfeccionando el beso; allí, su boca
responde a las caricias, su boca es libre de intentar un nombre, de besar un
nombre
con sus labios de fuego.
¿Quién debe trasladar la esencia? Se
relata un viaje complicado, demasiado largo. Las crónicas explican
el itinerario, semejante al de un copo
de nieve en el desierto, un ángel en curso, la cigüeña con su joya en el pico,
¡el mismo aire! que nace donde se
planta el hielo y la naturaleza se desborda. Su esencia es un pequeño juego,
un pañuelo en el medio de la plaza y
unos chicos que corren, su idea, un verso que se inclina por el arte, se inunda
de pureza.
Su cuerpo en el vacío que cubre la
distancia, su alma en todas partes al mismo tiempo,
dios que se aclimata a su ceguera. Un
tiempo para cada pensamiento, cada imagen vestida como viste el amor,
con esa sonrisa dulce, ese altar de
los ojos y ese cabello suelto como un caballo negro
que hubiese recorrido el mundo con un
secreto ardiendo en la garganta.
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