Un pañuelo. Y vamos con el vacío.
Aparece la nariz de K. El vacío es un pañuelo así, hecho hasta el fondo,
formado como una cueva, una honda. Que
esconde, guarda, entraña una plétora de objetos íntimos e iguales:
un arpón, una caja de música, el orbe
universal. La caja de música suele corresponder al primer recuerdo.
El cielo y su armonía, tal vez unas
manos adultas. La nariz de K no se encuentra dentro del pañuelo,
gira fuera del rostro a la altura de
los hombros, a la altura del pecho delicado,
aspira el puro fuego de los
pensamientos.
Ella cuenta con una voz nasal que
repercute y vibra. Vibran las cuerdas vocales en su frecuencia lírica,
logran un sonido ecuánime. Entonces el
ritmo de la vida suprime ciertos cánones,
acertijos y flujos, se reinventa en
medio de las avenidas, en cualquier dirección, hacia adelante, al sur. Los
autos moquean
constipados, las radios abortan,
sonríen los televisores sin señal.
Se ha desenchufado el mundo. Bonita
acústica, buen juego de pies, el baile, siempre el baile.
Hay que ir a bailar, no es un
compromiso, ni el baile de fin de carrera, ni la presentación en sociedad de la
chica
más linda. Es una danza que nace del
hip-hop y su exégesis real, política. La política que surge del tesón del barrio
y aumenta sus decibelios en la calle insegura,
sobrevuela los baches con su tabla de skate. Las chicas
obran su entusiasmo y comparten;
llevan tatuajes en el cuello, en las manos. Trabajan
el cuerpo a cuerpo y conocen el sabor
de la victoria.
La marcha del vacío es una carambola
rítmica, se nutre de tal velocidad que asume sus predicados en silencio. K
rompe el silencio con un solo de voz.
Está tan sola como una variedad del universo, como el beso
entregado a cada nuevo amanecer. Al
alba, es natural salir a contemplar los frutos del cariño, su parquedad.
Hace falta un estilo propio para
internarse en el bosque sin sollozar ni mostrar desaliento.
Cuando las cosas van mal y no alcanza
el dinero, tampoco el aire.
El rap ha completado su base, dibujado
la estampa del color. Ella bascula entre millones
de realidades. Se atribuye un marcado
candor, una especie de conocimiento, pero arduo, posiblemente ilegal.
Las venas de sus manos son azules como
el tiempo. Sus ojos vierten ciclos en versión original o han prodigado la
lluvia.
Hierba. Se ve que tras la hierba hay
esperanza. Los crédulos esperan una bendición inocua,
un salto al abismo del pentagrama, la tranquilidad
de verse reducidos al mínimo tirón del espectáculo.
Sale a escena. Viste un crepúsculo
dorado, lleva unos zapatos de carbón;
sus labios insinúan con atrevimiento
un verso añadido a su prosapia: particularmente encantador. La gente
tiene que reír, tiene que ceder
espacio al plan divino y las canciones que comienzan a caer del cielo. Público
domesticado predispuesto a la gran
noche química. El aire se comporta como si fuese luz.
K se produce en un corte genial, su
pañuelo acoge las almas de los pájaros.
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