Este
cielo braseado de la tarde
que todo
lo adelgaza. Los pájaros meditan su retirada, levantan planos, fáciles intersecciones.
Una valla de piedra
se
extiende hasta el confín, vista de cerca no es tan romántica, lleva
tierra,
barro industrial, una maraña de insectos. Se abate el tiempo a sorbos de
púrpura
vertiginoso;
lo hace sobre la luz, tan inocente, presa en su digna gravedad.
Verde es
el sol. Antes de nacer, la luz retoca su peinado, ¡qué turbación! El parque
abotonado,
anexionado al peso de la noche, su paso romántico. La totalidad se esconde en
una palabra
desierta.
El lenguaje se adorna con poemas de plomo. También se cenaba en las casas
partidas
por el rayo, aquellos simples barracones.
Ella
–nube– ha preferido un ángel. Las manos
se le desposeían, se le despoblaban, los ojos
eran
víctimas del sábado. Hoy toca hacer la compra donde no quiere ir;
ruinas
que pulsan su interruptor perdido, se ceban en la sed. Allí escriben los
doctores el nombre de los barcos,
viajan
sin compartir. En el cuarto de estar, una niña deduce su reflejo, pleitea con su pálida hermosura
y todos idealizan
su moldeable silueta ungidos de maternidad.
Armas
cortas para defender el territorio, bloquear el aire en su búnker de paja.
Ahora que los autos pertenecen
a la
historia y la electricidad estorba como una estalactita. Junto a la hoguera los
extranjeros cuentan
partes
oscuras de la felicidad que había, cuando el fondo era una música gigante
y los
versos arreciaban en nombre de la lluvia.
Básico y
por la espalda, a la puerta del contenedor en busca de otra maravilla
estropeada. Jordan ha salido
sin
bases ni color, solo acompañada de un aliento cortante, el silbido sujeto
al
centro de la fosa, su desproporción. Es tan bella hasta que lo demuestra y las
miradas se dejan de buenas intenciones;
será que
sus tatuajes bordan un minúsculo fracaso, que su cabello
estrena
la claridad del día de mañana. El parque es un control para mirar atrás sin ver
de dónde
viene tanta y tanta sombra.
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