Sobre el
arquetipo de la victoria planea la desconsideración, gruñe un vaso roto. Desde
su despacho del vertedero,
Jordan
reorganiza la familia, dispone, condona y facilita las cosas. La acera es un
fenómeno
contrario
que se bifurca en alguna dirección, hacia otra parte. Por ella cruzan
ríos, se
apartan los soldados,
se
encuentra una felicidad con zeta. Polvo y luz solar, un cielo
azul-manzana
con buen color, sano y resplandeciente como la fortuna. Bajo este cielo se
puede
sintetizar,
es posible azorarse en el lenguaje, vaticinar un verbo consecuente que no se
eche para atrás.
En
poesía –Jordan sabe– la coherencia está sobrevalorada, como en política:
el poema
de hoy mañana será un cuento.
Sucia
poética sweet; qué poética basura saturada de suposiciones, obra que acarrea
pilas de
predicados holgazanes, adjetivos de un solo uso. La reiteración absurda que no
soluciona el problema, causa
ceguera,
eccema, lunares y vegetaciones.
Si
hubiese una terraza elegante y no depauperada donde sentarse a mirar,
a
escuchar el roto de la vida, su pájaro cargante, su motor. Todo afónico como un
sintagma especular, un diafragma
congestionado,
hundido como un galeón.
Megáfono
en la plaza: Jordan, ¡hay que soñar!
Y ella sueña con una serie de televisión (Azealia
es la
princesa del momento). Se prepara entonces para el próximo recado, la próxima
revelación, el acto
sinuoso;
lee un trozo de Irene que es tan atractivo, suena a realidad y pica un poco.
Nunca ha
sobrado (tanto) amor. Es fisgar por la mirilla, salir del orfanato a la calle
delicada, peligrosa y todo, salir
del
sanatorio y no sanar, ser atropellado por el aire, ¡mira, una mosca!, mira, una
flor. Seguirlos –a los niños–
y empaparse
de su estado, jugar a moderarse, a contener la rabia. No hay
rabia que valga, estamos muy contentos. Ella viste de marca, suele llamar la atención
con sus medias de colores, su lado
personal
y otras armas escénicas.
La acera
no se termina, la avenida es larga como la probabilidad
de no
hallarse y no estar cerca. Surge la casa grande en la que se mascan tragedias y
hojas frescas,
se
consultan las tristezas de ayer. El aire huele a pan porque alguien ha horneado
en su memoria. Bajamos la escalera,
como
dice el poema, nos cruzamos con mucha policía, aprendemos a aguantar el humo. Y
ella dice que ha visto
llover (cuando
ha visto llorar). La hierba está mojada y sabe a café. El parque está mojado,
a
reventar de rosas.
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