Afortunadamente
ha llegado un momento en que ¡todos héroes!, todos santos. El niño pequeño que
recita;
el
pájaro cantor que es –momentáneamente– un héroe; en la puerta del jéder los chicos que
compiten.
Los
chicos que rebuznan en el patio del colegio. Las chicas que golpean un sombrío
atardecer con la mirada;
las
chicas que rebuznan en el patio. Las niñas que recitan su parte del saber.
Todos héroes.
En esa tesitura,
en esa diplomacia del sentimiento o de relación de humanidad, esa relación
humana
tan
igualitaria en la que todos contribuyen según la medida de sus posibilidades, no hay
ninguna
posibilidad. El heroísmo es definido:
es no tener qué llevarse a la boca. La
familia define como nadie, se define a su alcance y en sus contradicciones
sofocantes;
nada más elegante que la familia con sus harapos pero limpios,
su
hambre selectiva, sus ganas de comer pero hace tiempo, su decencia imperturbable.
Seres
que se arrastran por el cielo como siluetas fugaces. Espíritu es lo que dicen
que persiste
después
de la palabra. Sin libro que valga. La palabra desnuda de considerandos,
la
palabra en estéreo, retransmitida en directo, estereotipada, dilapidada o
lapidada a salivazos. El drama
avanza
pues inmarcesible, la tragedia está caliente ahora. Hoy
puede
morir un ángel en un pico de audiencia.
Héroes
que buscan comida
desesperadamente.
El pájaro es un lastre momentáneo, no se aclara, no admite réplica, es un poema
perfecto.
Jordan
no está por aquí. Estuvo. ¿Cuándo? Ayer estuvo y su voz
trágica
y meticulosa se detuvo en el aire con un aire distinto, un garbo de voz alta,
una altura en el tono,
su
desapego valiente que volaba en el viento,
por el camino del viento.
Santos
héroes, ¡tantos! La chica-milagro, descalza (no es Jordan, que no). Hacía falta un milagro
específico;
un tratamiento ético infalible era lo deseable entonces para los jueces. Jueces
herméticos que manoseaban
la Ley
como entre cómplices, abusando del hecho.
Un
tratamiento médico era esencial para el poeta, y eso lo pensó Jordan nada más
oírle divagar
en verso
(y verso demasiado abominable). Algo del shock, otra doctrina
para el
paseo diario cuando llega la noche y las calles se convierten en un parque
cruel, las estrellas pronostican
odio.
Pero se lava las manos. Comprende que no hay futuro para ese clamor, esa
metafísica
de
parvulario que no rima ya ni con el eco y solo con la rabia prevalece.
Estaba
Jordan en silencio y su épica (historia) desmentía mejor que muchas oraciones,
preguntaba
mejor que el mismo dios, con más acierto.
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