Jordan no es que sea su nombre; a quién le importa.
Elegir una letra del abecedario,
bucear en el santoral, el almanaque de la imprenta.
Hallar una forma desinteresada, eufónica y cordial,
un simulacro de realidad. Con su historia.
Detrás de cada nombre, una historia se pone de
puntillas
o se agazapa en silencio. Pero los nombres se repiten,
no así sus circunstancias. Jordan tenía un perro gris, de nombre
Gris, que hacía malabares y asustaba a los
chantajistas. Gris era su nombre verdadero. En la rutina
absoluta de las necesidades, era preciso contar con
una máquina inteligente
de protección integral.
Esta chica resulta hermética, no suelta prenda, su
vida es un mecanismo enfático,
heredera de una dinámica celeste que le permite
soportar los cambios de temperatura como las variaciones o sacudidas
registradas en los centros de poder, los cafetines
y las cuevas más solemnes del parque interior
(que es todo el parque). Todos saben que su coraza
es excesiva, que sus armas son mortales, que posee
una lírica destructora de mensajes, la llave del
extracto.
En síntesis, Jordan se molesta cuando la lluvia
atardece de súbito y las gotitas
queman como aerosoles y las bestias acuden a sus
antros melancólicos, dejan limpia la acera y se relajan.
Leer, entonces, es un contrasentido que no puede
evitarse. Primero, un vistazo
a las escrituras (para escoger sin miedo), luego un
reconocimiento
baldío de estilo y mercadotecnia
–sobredimensionando las articulaciones. Por fin la toma de contacto.
Un libro es un preparado de morfina y éxtasis:
se le hace una
radiografía a la imagen del espejo
se dibuja un ratón
con la melena al viento
Hay que mirar los santos (sin ira) y pronunciar
despacio
(y pronunciarse). Las palabras tienen la virtud de
encoger al recitado, desaparecen de la vista con harta facilidad,
quedan reducidas al eco de una mentira, se
precipitan por el aliviadero de la memoria
como seres irracionales; y, entre todas, los
nombres destacan por su falta de respeto, su propensión a lo desconocido,
la matemática del nacimiento impresa en su fachada.
Jordan: no para de llover. El sol ha declinado su
amor –no en este tiempo– a través del olvido.
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