relatos, apuntes literarios...

martes, 17 de mayo de 2016

y pronunciarse


Jordan no es que sea su nombre; a quién le importa. Elegir una letra del abecedario,
bucear en el santoral, el almanaque de la imprenta. Hallar una forma desinteresada, eufónica y cordial,
un simulacro de realidad. Con su historia.

Detrás de cada nombre, una historia se pone de puntillas
o se agazapa en silencio. Pero los nombres se repiten, no así sus circunstancias. Jordan tenía un perro gris, de nombre
Gris, que hacía malabares y asustaba a los chantajistas. Gris era su nombre verdadero. En la rutina
absoluta de las necesidades, era preciso contar con una máquina inteligente
de protección integral.

Esta chica resulta hermética, no suelta prenda, su vida es un mecanismo enfático,
heredera de una dinámica celeste que le permite soportar los cambios de temperatura como las variaciones o sacudidas
registradas en los centros de poder, los cafetines y las cuevas más solemnes del parque interior
(que es todo el parque). Todos saben que su coraza es excesiva, que sus armas son mortales, que posee
una lírica destructora de mensajes, la llave del extracto.

En síntesis, Jordan se molesta cuando la lluvia atardece de súbito y las gotitas
queman como aerosoles y las bestias acuden a sus antros melancólicos, dejan limpia la acera y se relajan.
Leer, entonces, es un contrasentido que no puede evitarse. Primero, un vistazo
a las escrituras (para escoger sin miedo), luego un reconocimiento
baldío de estilo y mercadotecnia –sobredimensionando las articulaciones. Por fin la toma de contacto.

Un libro es un preparado de morfina y éxtasis:

            se le hace una radiografía a la imagen del espejo
            se dibuja un ratón con la melena al viento

Hay que mirar los santos (sin ira) y pronunciar despacio
(y pronunciarse). Las palabras tienen la virtud de encoger al recitado, desaparecen de la vista con harta facilidad,
quedan reducidas al eco de una mentira, se precipitan por el aliviadero de la memoria
como seres irracionales; y, entre todas, los nombres destacan por su falta de respeto, su propensión a lo desconocido,
la matemática del nacimiento impresa en su fachada.

Jordan: no para de llover. El sol ha declinado su amor –no en este tiempo– a través del olvido.




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