El aire ha descargado su pilar robusto sobre la tierra yerma, ha
construido un trípode de altura para ver a dios; el telescopio
manda señales imposibles hacia el duro velo de la historia. El tiempo
ha regresado,
su corteza se extiende por la superficie de la noche que continúa su
periplo ausente, salpicada de estrellas mansas,
simples masas críticas aupadas a lo alto del paisaje. Un odio ideal
subyace
entre los árboles que intercambian pasiones y la serenidad intensa de
la atmósfera; su aurora lírica se desploma
como la densa temperatura del día. Un pájaro ha nacido
hoy donde se crea el sonido de la resistencia y la muerte abandona sus
preceptos.
Hay que caminar por la cornisa con el alma arrojándose a un abismo intransigente.
Compararse con el fuego
a cada instante, poner la voz al servicio de una rosa marchita y
dejarse ir. Y dejarse
llevar por el instinto más que por el verso, por el aroma libre de las
piedras.
Cuando el amor es un resorte tímido, su mecanismo oxidado, su tamaño
tan público. Todas las horas
terminan en un vals, todos los besos se muerden la lengua y se conocen
de memoria. Ponderar este desconocido arte del espíritu que no se
desalienta frente al mar, como si diera por sentada
su fortuna; caer en la trampa armónica de la naturaleza. Viajar en una
silla
incómoda en vez de hacerse un hueco en el furgón de cola.
¡Qué humanidad prudente! Entregada al destino con repentina fuerza. El
límite de un hombre
se encuentra dentro de su imagen, retenido en el espejo que el agua
arroja contra la tristeza; el umbral de la razón
burla el destello errante de la luna y se fija en un vértice inseguro.
El poema es un trozo de rabia
estrellado en el campo, un conato de alguien, una tormenta a secas.
Oh, ha subido al tren una doncella
y nada. Manos que no han parado de mirarse, labios pesados como libros calados
de esperanza, palabras
que han firmado sentencias de eternidad y espanto. El futuro se asoma a
la puerta del baile,
tropieza con los pies desnudos de las novias y arranca flores a la
bóveda antigua bajo cuyo establo
se desarrolla la melancolía, su proceso imparable, cierto como la llama
del olvido.
Esta violencia de la necesidad se ha desatado en un instante, ha
vuelto. Gotea sangre de los brazos
útiles; la realidad ha deshabitado las conciencias. El vacío ocupa
tronos,
dirige ejércitos de idealistas. El parque acaba de cerrar, porque ya es
hora de cerrar los ojos y volver el oído hacia las sombras
que perduran desde que el mundo es mundo, dejan dormir hasta el límite
extenso de la muerte,
dejan vivir como poetas muertos a los muertos, seres dichosos que no
desean ver el nuevo día.
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