Tarea de escribir, iluminar el fuego, soñar con una voz que se adelanta.
El poema
se congestiona y no para, no pasa por la tubería, hinchado como un
globo terráqueo, se atranca en una arteria,
arma un trombo peligroso, hace un trompo en la curva del ventrículo
derecho, se come la femoral
de un arrebato. Aburrido hasta el tuétano felibre, ese meollo desierto
del que deserta toda
perfección formal, donde vuelan las plumas y los petrodólares. La
repetición hastía, es una náusea que asciende
su palidez por la garganta, firma todas y cada una de las letras, se
arremanga para componer
una figura disecada, se las compone para filtrar una estampa gélida del
tiempo.
Hace un monumento a ras de otoño, que es la verdad vestida de blanco en
cualquier caso, la sobredosis
detenida en el reloj del abuelo, bombeando sangre con la jeringa
clavada en el cráter (jugándote la vida). Conviene
dejar paso a ese montón de sarro y carromatos que huyen de la sequía o
la floración
desatada en el campo. Tanto da. El campo se conmueve solo, no necesita
primaveras de encargo,
ni estribaciones ni perros rabiosos esprintando a la caza de una sombra
espacial.
Escribir un poema es casi como darse un paseo por el campo. Cuando
dices que la inmensidad silvestre, el universo
monta un campo de exterminio muy ingenioso, su gas es la basura cósmica
y produce arcadas de amor.
El verso ha mutado en corto, se ha mutilado del verbo para abajo, ha
sufrido un ahorcamiento con una cadena
de signos de puntuación mal ventilados. Se repite tanto que dobla la
esquina y choca consigo
mismo: un golpe de narices. La poetisa célebre no termina de leer ni la
primera estrofa,
tan farragosa y culpable, plebeya y desmedida. El poeta lo mira por
encima del hombre, no halla
tampoco un alma compatible, una frecuencia dócil y obsecuente.
La disciplina es el milagro. Hay un proceso deductivo subyacente a la
crítica y la escritura (que vienen a ser
bases de una misma receta). La obediencia escala situaciones delicadas
con afán transalpino, se las ve
para frotar la lámpara, sacarle brillo a los botines del artista,
colgar el cuadro de la pared del estudio. El milagro
consiste en no plegarse o dar un brinco alternativo. Multiplicar por
tres y promoverse,
desarmado pero en absoluto contrito, diverso y elegante.
Estamos con la heroína que espera en su descapotable con su manera de
ser. Va peinada con un arma corta,
sus labios desdicen el vestido que lleva, devoran la mirada del mundo
alrededor, su piel hace campaña
contra la autoridad y sus monsergas, la soledad y sus contrariedades.
En medio del gueto hay una frontera
que divide la suerte entre dos corazones, entre mala y peor. Los versos
suenan por la megafonía
depende de la hora de la tarde; de noche el revuelo de otro escándalo
suprime el tedio, la contienda
se extiende como una santa inundación, un pringue de pintura roja
derramado sobre cada palabra en vano repetida.
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