Jordan ha faltado a su clase de español. Tenía muchas cosas que
olvidar. El parque ha roto,
se come la melancolía, dibuja nubes y las gasta, manirroto. Camino de
Los Ángeles, el parque se despista
y coge la salida que no es; en el exilio, los ángeles representan,
forman un coro
interracial. El idioma que se habla entre los árboles fermenta verbos y
los reduce cuerpo a tierra. No necesita aprenderse,
fluye, flota como atmósfera, Región O (incontenible), dimensión
oculta o múltiplo de sí.
El ángel bueno es el ángel muerto (y esta vez no lo dice Marlon James).
El pistolero entra en el salón y la película termina. Ahora
las películas soportan un máximo de realidad, de teatralidad; con su
cámara al hombro, el director
filma un pie tras otro, el destierro de todos los días, cinema verité.
Profetas no faltan mirando juntos el libro abierto de la aurora.
Poetas hay que significan un ritmo afortunado: ¡síguelos, Jordan! Hasta
el árbol
que domina la silueta en ruinas de la ciudad aérea, su skyline hacia el
futuro, hacia abajo, más abajo,
por donde circula la salud del pueblo. Existe un poema para mirar al
sol sin alarmarse, empieza así:
“Jordan ha faltado a clase”. Es un salto al vacío;
por supuesto, tiene un millón de años.
¿Para qué más milagros si albergamos un alma? En el perfil de la red
social, el alma figura como una sustitución, en paralelo,
como un escape de gas. Dios ya obró su milagro cuando mandó parar a las
estrellas,
no le pidáis un bis. El poeta hurta palabras por ahí, calcinadas en los
oídos de la noche, reducidas
al polvo extraño de las apariciones. Los niños le siguen y cuelgan de
su túnica latas de refresco, cascabeles,
armas blancas. Entonces suena el claxon y las fábricas abren sus fauces
para tragarse el mar.
Jordan vigila a los niños, intenta que no le quiten el sueño. Ha
olvidado el comienzo
de su vida gris, no recuerda el tumulto de la hierba, las pirámides de
calma que anulaban el sistema y sus calamidades,
aquella filosofía planetaria con sus productos alineados en vitrinas de
escándalo, el nuevo
policía del espacio despareciendo en una zona azul del infinito.
Mejor no saber cómo se dice adiós. Es una palabra que comprende a su
contrario, y no tiene perdón.
Mejor no acodarse del éxito, no saber en qué número de la avenida
reside tu fantasma. Escuchar el poema
como si fuese la primera vez que no sale de tus labios.
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