Se morían, los gorriones se morían de amor,
¿o eran las piedras que caían del cielo, piedras arrojadas con amor?
El invierno vierte su dominio sobre las pisadas listas en la nieve,
inaugura un curso
de detectives indígenas: todos detrás del penúltimo ciervo. Es tiempo
de escándalos y beatitud,
monasterios con aduana, monjes apáticos. El amor se atenúa con el
tiempo,
deviene escandaloso, operístico, llega a oírse fuera de sitio (por toda
la escalera). Ya no pide besos en la boca
ni se arregla para salir, (es) un objeto de culto en el sofá.
La miseria entró por la ventana cuando el amor salía por la puerta:
es que entraba a robar. Cuando se habían apagado las luces del paisaje
y el vestigio era un torno ante el que detenerse y aprender una lección
de parsimonia histórica.
Este amor pasa lista en el campo. La gente va desnuda y come hielo para
terminar con el pasado, termina en el pasado y se acaba muriendo antes
de nacer (esa es la idea). Olvidar el sufrimiento,
dejarse caer por el hueco de la escalera, el agujero terrestre del
pozo,
como entrar en la mina con la jaula del canario en una mano muerta.
Acabáramos. Jordan ha salido de casa con un vestido blanco; lo que
supone una ilustración (o una frustración)
sorprendente, serendípica apenas. Una escuadra de desertores ensaya el
rap mientras la sigue a distancia minuciosa.
Mejor haría en ensayar el drama,
algo de sangre en el mercado, por el suelo el cadáver de un mito
rodeado de enigmas. La idea
(se trata de) es seguir a Gris a donde quiera que olfatee un
plato de comida
caliente, un espacio distinguido para la resistencia.
San Valentín se muere como una paloma desnatada. Ha pasado bajo el arco
detector
disparando la sirena ferroviaria, el pitido unánime de la seguridad
nacional. Protesta la tecnología,
se siente traicionada por un dardo febril, atesora rictus memorables,
tan gloriosas decepciones.
El parque se ha convertido en un museo constante
o siempre ha sido así: árboles en venta, esclavos de la lluvia. Sacar
entrada es fácil,
lo imposible es quedarse con un cuadro que no lleve estampada la mancha
del amor,
que no muestre el estigma de un deseo fugaz.
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