relatos, apuntes literarios...

miércoles, 5 de abril de 2017

jedi


Rompe la vieja escuela, se filtra desde los innumerables
bafles repartidos por los bloques; es Keith Sweat derribando muros de sonido con su flow,
Kut Klose llevando hasta el extremo el decálogo del ritmo, su mano tendida, hasta después del mar y más allá,
hasta el cuerpo diamante del espacio.

Hay un gran amor crápula redomado, un purgatorio demasiado
presente; no le gusta nada al ángel, que resucita molido, incómodo con los tiempos que corren. A la puerta del parque
puede encontrarse un guardián sin espada flamígera, con un sable de luz y moviéndose
como el mismísimo Kenobi. Saltar es un deporte ingenuo, los chicos
brincan por la ventana del reformatorio, visualizan el momento del aterrizaje doloroso
(¡blandos astrágalos!) de la rebeldía.

Bajo una música que cala hasta los huesos pelados del idioma, Jordan pasea con su inseparable (Gris)
y a su paso las multitudes se apartan, se abren como océanos salvajes pixelados de sangre; sobre su Marmolada,
qué montaña poderosa, desde la cima de un promontorio cualquiera, dirige una admonición
precisa a sus discípulos. Habla del deseo
y la información, fuma con la capucha puesta y cuando el humo cobra vida y transparencia
desaparece tras un fuerte dispositivo literario (cosas del periodismo independiente).

Digamos que el amor se entrega a sus fechorías
con gran desfachatez y economía de medios, tortura a las parejas con besos remendados, se encomienda al típico milagro
salomónico, busca un título arrogante para su perfomance dominguera, la escenografía absurda
de la ambición humana, la emoción y sus continuidades: promesas y tomas de conciencia, infinitos recuerdos.

El color es de algún color
tenebroso, adulto, cuenta una oscuridad dejada de lado, dada por perdida. Este es el adorno
de la vieja escuela, con sus planes auténticos y su mala fortuna demodé. Jordan lleva un vestido inmaculado
como una novia y su esperanza tronza los tallos del futuro, alcanza el campanario de las almas, donde el vértigo
suena mejor que una guitarra flamenca y la familia se reúne lejos de toda sombra de abandono.




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