Antifascistas, Jordan antifascista y Gris antifascista; juntos cabalgan
arrasando esvásticas, banderas
de la confederación, aguiluchos, yugos y flechas, cruces y medias
lunas. Han derribado
monumentos ominosos: y todo por amor.
¡Ah!, Jordan luce una insignia con la efigie de Rosa Luxemburgo y tiene una vietnamita clandestina
¡Ah!, Jordan luce una insignia con la efigie de Rosa Luxemburgo y tiene una vietnamita clandestina
que lanza octavillas por el aire; no como el poeta, que no se mete en
política, y ni siquiera hace propaganda de sus letras
apocadas, sus dípticos tartamudos, que fuma todo el día la infecta picadura
lacrada en el museo, que solo fuma y defiende
su rato de fortuna, su cabo de la nube, su falsa identidad.
De patrulla en un cadillac cualquiera con las armas en el bolso y los
labios pintados de dulzura, y las manos vacías;
y los hechos que se suceden como lecciones inútiles, se aglomeran como
maletas en el próximo andén,
acarrean consecuencias sin descanso (ni dios se salva).
Dios no se mete en política: ni se ha inscrito para votar. El día de la
votación se lo pasa
ojeando por la mirilla del cielo, ese agujero sórdido que tiene para
espiar a las parejas como Norman Bates. Ángeles hay
que desertan, se humanizan a golpe de gintonic y tacones de aguja, son
a prueba de balas y recorren antros
majestuosos sin perder la cabeza.
Jordan ha sido investida con el manto refulgente de la industria discográfica
que fue. Graba un rosario de interrupciones,
caras B, cintas amarillas, lápidas fugaces que vibran como piedras de
mechero, como cantos
rodados o canciones de cuna. Hoy sale de ronda con un reloj de arena
y una ametralladora. Ha descubierto un nido de víboras en un walmart
abandonado, ha seguido el rastro del dinero
hasta los palcos de wallstreet, donde el dinero pesa lo que vale y
nada vale menos que una moneda de oro.
Es tan artístico el arte del tachado, el borratajo elevado a la categoría
de sublime práctica,
praxis elemental; Noname ameniza la rutina (exceptuando,
exceptuándose), lleva la voz a todo un gran
volumen de mundo, suena por el altavoz y los ojos se desorbitan
y los rostros emergen de sus atolladeros favoritos.
Con un detector de almas degeneradas, un detector infalible de nazis
pervertidos y apóstoles racistas hechos a la prestidigitación
como al negacionismo; mientras brota el otoño con su repertorio de
turquesas y exámenes orales,
flores elegantes y enlutadas cenizas de bandera.
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