Todo y
su final; hasta la muerte
acaba,
y la conciencia, tan extraña, tan muerta, compite con el vacío por una gota de
sangre.
La vida
es tan injusta como el arte, como la literatura y sus malas
acciones,
aciagas consecuencias. La vida es una metáfora de la vida, anáfora de vida.
Repetimos:
la poesía no es tabla de salvación; la poesía no es un género profundo,
no generalicen;
cualquiera puede subir una montaña y comprobarlo.
Parque,
género, palmeras, olas. Relaciones extrañas como en la conciencia de ser,
como en
la manera de ser; una parte en el poema, dominante, extraña-
mente poco
original.
El
invento y la generación, la generosidad experimental y sus categorías; morirse
es la
metáfora de no-morirse-y-seguir. Aquí
las nubes siguen mortificando, los perros siguen como ausentes, la sangre
agita
miles de sorpresas por segundo, ofrece una familia cada vez.
Pintamos
de amarillo la cara de los reyes, pintamos de amarillo la valla de la luz, de
un oliva
perfecto
la superstición. La bandera ha agotado su presencia, la palmera, sin embargo
(pretende).
El
Parque es (en último término) un súbito
determinado, parada y fondo, el premio a la constancia;
y esta
Naturaleza no sirve, no tiene motor.
Jordan mira hacia arriba; una canción parece
descender
de aquel infierno, es un sueño que no refleja un sueño, algo
que
acaba otra vez. Una frase montada en su prosa equitativa, la novela en su
caballo de latón.
Todo es
de cartón, hasta los dibujos animados, los fantasmas,
las
cárceles de dios. Y todo hasta el final, como la sangre que inflama los
tendones y las calles,
sangre deliciosa
que da la vuelta al mundo, se consagra sin salir del corazón.
También
el aire halla su remate a la cola del viento, también el agua se eterniza en el
ápice hermano de la espuma,
imprime
el fuego su agonía en la arena incontable y la ceniza, y el amor se renueva
en las
rosas que cruzan su mirada de gloria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario