relatos, apuntes literarios...

jueves, 10 de enero de 2019

autotune


Y la belleza fluye –se autodestruye–  a campo abierto,
se abre, desnuda su hermetismo y agasaja los sentidos más pobres. El Ángel no es de este mundo,
ajena se muestra y revolotea ignota,
asciende como un sucio pájaro de mil corazones, tan manchada de sangre,
ser oscuro, hija de la tempestad.

No se advierte, es de todo punto
innecesario, es evidente también: la poesía rechaza la interpretación del poeta, su exégesis,
obvia su propósito, ah, lo encuentra indigesto y presuntuoso. La poesía es para los demás,
no para el poeta, porque el poeta ha visto y reconoce la soberbia tiranía del beso, el altruismo obsceno de la maldad
omnipotente: ha disentido de un alma, abiertamente.

Alma es carne en acción, es verbo y es un salto ideal hacia lo desvanecido;
alma es trance y garabato, verso sin acento, verso blanco, inverso, desbaratado verso,
universo a través, océano de garras y mordiscos, espacio en balde –sauna detrás del Paraíso.

Un Ángel no tiene nombre (ni espíritu), el suyo es un ritmo de reloj o estrella, una línea
disuelta en la inmensidad del sueño, es tiempo en la memoria, niñez, silbo entre jilgueros ausentes, es una flor
infinita. Decidlo por primera vez y como nunca, llamadla por su imagen reflejada en el cielo,
esperad la epifanía o el regalo; pues su belleza confisca la realidad, acude al rescate del diamante,
es un cofre de magia natural, un árbol.

La verdad es tan dulce como un gramo de hierba, una molécula de humo
en la nariz. El poeta, tan mustio, derivado de un antes y un después, atrapado en su promesa de hielo,
oh, contagioso y formidable retiro.

Dejamos los nombres, las personas, las mesas y los capiteles, las uvas y el placer. Dejamos de obrarnos,
forjamos la carencia, avivamos el descenso, la precariedad del músculo, instauramos una república
de obreros sin trabajo que hacer, un espejismo sin genio que lo aumente, un mundo lleno de soledad,
tan hermoso como la sombra de lo que no pudo ser y no fue.



Amy Sherald

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