Vamos por el Parque
hacia un pequeño lío. La
forma es una nube carburante
que desciende del árbol
trigésimo, irrespirable. Había que modernizarse –nos dijeron.
Autos de recambio,
gente en modo avión. El
verano acecha con su hermandad
y sus prolongaciones, se
neutraliza en conversaciones telefónicas y reservas de hotel, realiza
veladas críticas al
mérito gravitatorio y sus estiramientos
convencionales.
Faltan (+-) un millón de
motores
encendidos; salimos por
el tragaluz a comernos el mundo; tus ojos
son copas de vino, alas
en transición. La escena es parte del desamor universal,
es un cuadro escénico
participado por el fantasma de Emily D.
El poliamor universal
es transversal; sucede a
lo largo y ancho,
explica muchas
tentaciones. Todo pasa por culpa del calor y las apps
indiscriminadas; se
firman tantos contratos que colapsan el espacio, no hay espacio para tanto
arbitraje, tanta
incomprensión.
Pero tus ojos giran para
sí, propios como escritos, como son ahora.
Es una lata. Hay que
limpiar la melodía de humo y complementos;
bailar es otra opción.
El Parque tira por lo
alto, se divide en carreteras secundarias.
Buscamos fascinación
y cosas por el estilo;
iremos donde los mejores armen gresca con la jerga
y el jergón incómodo, la
casa abierta. Ah, ¡qué melancolía te aúpa al horizonte!
Trozos de obra como
pepitas de oro. Años como anillos
amargos. Martilleamos
contra el suelo, nos da vergüenza el Arte, pero más el desánimo,
esa inacción de la
palabra. Y el Amor.
Jean-François Rauzier, Upper West Side Veduta, 2013 |
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