Este es
el campo donde pace el ganado, la hierba se descalza, merman los pájaros.
El Ángel
ha alcanzado la masa
necesaria
y corretea como una exhalación
(algo
desmejorada, como si hubiese perdido la gracia de la primera vez).
Ha inaugurado un consultorio
al aire libre, la cola da la vuelta
a la manzana del Paraíso; se detectan anomalías psíquicas
incurables.
El mundo
tiene cura y se desangra, se saca la verdad de las entrañas como una flor
marchita,
entierra
gérmenes de luz. Y la tierra resplandece
fértil,
al punto de la recolección.
Oh,
surtidores de alivio, heridas en la parte anterior de la conciencia, tiroteos
entre
corazones; Destiny absorbe claridad con su cabello
ordenado
y terrible, enredado y terrible, culpable de su longitud y su carisma. Su
planta es un espejo
que
masifica la imagen, traslada un pálpito
azaroso,
arrastra por el suelo el candor de la impotencia.
(Hablamos
de milagros: consecución y promedio). El campo respira
por un
pilar de nubes, una nube de poros enjaulados, su aliento es típicamente feroz,
no acierta a desandarse.
Las
personas intuyen la armonía callada de los muertos,
su
manera de tambalearse y reunirse en un magma de sombras encogidas.
Este es
el campo que vio caer la falda del diluvio, la roca diminuta, el cuerpo. Y la
nieve
era un
bálsamo, sabía a mortificación y dulce escalofrío, tenía la pobre
consistencia
del vacío insostenible, alzaba el esqueleto de una noche sin alma.
Ah, la belleza
es un filtro que condena las calles
solitarias,
reduce a cenizas cementerios y escuelas, castiga los encuentros clandestinos.
Esta es
la forma que ha triunfado sobre el ímpetu del tiempo y ha desgranado su letanía
imperfecta
sobre la
fundación y sus penalidades.
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