Con esos ojos negros,
nítidos como vértices
estelares, condicionados. Se puede viajar en tren,
convencer al campo de que
existe, convencerlo de que tenga fe y no se desespere,
convencer a los pájaros.
Todos los árboles se parecen, como seres humanos; el parecido
engendra violencia, crea
un mal ambiente endémico:
en clase, los pinos
llevan la ropa (dos tallas más grande) del ciprés.
Ella contiene una
píldora de rap, la cáscara del pop –tan fotogénica. Es una ilustración, la
heroína del cómic
con su traje de heroína,
su cuchara y su aguja, abrazada a su pino de aguja,
con su tacón de aguja y
sus agujeros en las medias de cristal.
Por el cielo se sabe
dónde
está dios; el sueño es
lo que dice el pequeño ángel de las emociones, es un sustrato
emocionante. Ella filtra
sus negocios, atiende a sus obligaciones, cumple
años, encargos
innombrables, cumple con el oficio, y con la poesía.
Al piano, la basura . El
piano rescatado de un baño de basura, animalillos
mordisqueando las piezas
dentales del instrumento, sus teclas amarillas casi negras. Es
un poco del hop, un
engaño constante del lenguaje. La lengua
aparenta una edad que no
le pertenece, aparenta los siglos de la historia, los siglos de los huesos
enganchados al nervio de
la tierra, su raíz atónita,
discreta como un verbo
intransitivo.
Con esos ojos grandes,
violentos, se puede viajar y se puede creer
en la cautividad de la
materia, pueden edificarse
ciudades en el aire,
montañas en las fosas del océano, fundarse monasterios en el ojo de un puente;
ella
fondea su mirada,
desliza su vergüenza encantadora, fracasa con el tacto de una madre. Ah, la voz
no para nunca de enfriarse,
solo avanza el silencio,
con esos ojos negros que
no paran de gritar en el vacío.
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