Leer una novela de
iniciación es como espiar a un adolescente.
Qué fijación perversa,
infancia y pertenencia, colores más brillantes que el sol,
difíciles de ver,
sonidos archidesconocidos, vapores
comatosos,
encantamientos.
Deslocalizados en el
Parque, estudiando la fauna. Es preciso
hallar algún vestigio
tecnológico, alguna cadena de montaje, algo que funcione.
Lo que mejor funciona es
el reloj de arena, mejor que mirar a las estrellas, mucho mejor que otear el
horizonte.
La literatura es un
mecanismo de profesión, profesional como un milico
pendenciero o un policía
ful. Pero la historia que debe contarse
permanece indeseada,
enterrada en un vertedero promiscuo, hundida hasta la náusea
en un mar desprevenido.
La historia autorizada es un placebo, la realidad
duele como un puñetazo
en la garganta.
Ojos para qué os quiero.
Para escribir
hay que debilitarse,
dejar de acudir al gimnasio y reblandecerse, dejarse de trenzar abdominales
y motivarse con la
lectura de los básicos: cuentos infantiles y narrativa
criminal: Himes y
Highsmith, sabios cualificados.
La tentación de la
música interesante; una fórmula imperecedera: Lava La Rue en su salsa del
London Beat
leyendo novelas rosas de
Zadie Smith, novelas cósmicas de Zadie Smith,
puliendo la artesanía
del espacio y el salvajismo controlado
de la mesa de mezclas, mezclando
el simulacro de un DJ amateur
con el futuro y su raccord
de repetición.
Drama. Lava La Rue y su
estilo dramático de indagarse
en la geometría de la
sala de ensayo, esa manera súbita de ser, ese cortometraje de sus labios,
litros de fantasía,
hectómetros cúbicos de trasvase
dialéctico, falta de inspiración y aspiraciones
comunes. Esta es una
crítica menor. El libro
se termina y el primer
poeta muerto se levanta de su tumba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario