La inocencia embrutece
al mundo; Destiny® simula una suerte de inacción
mecánica, una falta de
gesto,
no parpadea.
Cuervos circulan malos
augurios,
ah, esta desnutrición
emocional, este cártel pasivo. Todo son ventajas en contra del amor. Apenas
brilla y ya está improvisando
un espacio reservado al desaliento, para la soledad.
Vivir en una ladera,
cerca de un bosque y no en París, ser como Mandine y recrearse
a cada instante en la
serenidad de algún océano de hierba, la curva de otro cielo más puro que el de
ayer,
inflamarse ante la
sombra certera del abismo, descubrir un manantial
de palabras compasivas.
El silencio te agarra
por la solapa del abrigo. Hace un frío
carnoso que recuerda a
una felicidad injusta, cierta clase de pletórica tristeza. La chica más hermosa
de la tierra refuerza el
eco positivo del ambiente; es en la búsqueda que se reconoce el valor de la
sangre,
vuelve a latir el
corazón, los labios
brindan el nombre
accidental de la belleza.
Existe un beso fácil
e indecible. Besar a
Destiny® no es un reto, sino una noticia falsa. Es preciso
desmentir el deseo,
desarrollar un respeto
instintivo, una solución
amarga.
Cuando las manos
realizan el ademán exacto
e invitan a una
contracción de las posibilidades, el rostro induce a la sospecha, se muestra
ajeno y su pureza
golpea como un puño
cerrado en el estómago, como un grito
usurpado a la vergüenza.
En este mundo de
creyentes, florecen las malas lenguas, los ojos
bajan la vista, la vista
cae por un tobogán cinematográfico, la vista es un pájaro y, a vista de pájaro,
divisa otra realidad
impermeable a los sentidos, construye un verso ciego
para la soledad.
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