Destiny racializada,
exiliada en un lugar del mundo, una nación prosaica, una rosa
voltaica. El milagro es
uno, no hay más; la vida es para acomplejarse: si la policía te para, algo
habrán hecho.
Ondea la bandera contra
un cielo lechoso, hay una carretera
hacia ninguna luz, un
camino estrecho, hondo. La muchacha camina descalza para evitar la piedrecilla
en el zapato de charol
(previsora), y el polvo es una reminiscencia. Locales
abiertos como si las
puertas hubieran sido abolidas, como si fueran las cinco de la tarde,
solo salones de billar y
talleres mecánicos, solo especialistas en el taco y el reprís. Luego –nunca–
una soledad
tan despoblada como un
poblado callejero, sandiego en los ochenta, litros de realidad
formando una charca turbia
para animales salvajes.
Si no había que comer,
entonces
aparecía el pan de cada
día, duro como si fuera de ayer. La música
triunfaba en el andamio
de la noche, bastaba su arenga para confraternizar. El verso ahorcaba
su alzacuello e impartía
una bendición socialista. Ella y su vestido blanco,
dos metáforas a la
carrera, dos puntos en el índice de la celebración, manchas desde la altura.
Antes de que el aire demostrara
su acento marginal, Destiny fue
ella
contra el mundo, rosa firme; su piel era un tesoro sin cofre del tesoro, su
aura era perfecta sin ambages,
tan desestructurada.
Ahora, hay un lugar imaginario y fértil, el jardín
excelso, beautiful como
una mariposa entre los dedos, una extensión del todo ajena,
país de muchos, pero
solo, un solo país imaginario para el perfil exacto
de la ausencia.
Ya no te paran por la
calle, ahora es el rap el que aúlla y taladra, pasea con su maleta del Hop,
influye en el espectro
con una medalla de humo. Aquí, una república
sorda, la gracia por
bandera, la conmoción de una sed por fin conmovedora. Bajo la claridad
extenuante de una estrella
feliz, una estrella en Venice, bajo un arco de silencio, sombra
apegada a la niebla.
Ahora un reflejo de su alma haciendo sombras como un púgil constante, fiel
al gancho eléctrico de
la nostalgia, a lo que no ha pasado porque el mañana acabó sin estado ni forma,
sobrenatural como un
billete falso en la mesa del príncipe.
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