Casaca blanca, bola de
nieve, bola blanca. Pero Destiny no. Cierra el portal,
entra en el ascensor y una
sombra se cuela, entra en casa y el demonio detrás, atropelladamente;
espera y siente en la
nuca su aliento de amoniaco, atisba su
rostro enrojecido y brutal
(como en la frutería,
diablo pesando la fruta, gramo a gramo, religiosamente)
Destiny a veces sube por
las escaleras,
baja por las escaleras
del edificio en ruinas, de la casa común (de nuevo el ascensor
estropeado) y el demonio
la sigue haciendo sonar sus cascos de caballo, su potencia del crac,
especulando con el máximo
abandono.
Todos buscando trabajo
y una sola casilla que
marcar, marca de la casa. Hay que poner rejas en las ventanas
del piso de protección
oficial para que no entren los saqueadores. Hay que ponerle rejas
para sentirse como en
casa.
Carta blanca, casilla en
blanco: para Destiny no. Ella no
hace caso al casillero
(ban the box), ella impugna el recorrido, la vida en libertad provisional, el
trámite
grotesco: una cabecilla.
La página en blanco es
otra cosa, dinamita la resonancia
implícita del sistema,
es un error fatal del sistema; la página en blanco es una página
oficial, se encarga de
la mayoría de los pensamientos, de la mayoría de las referencias ocultas,
piensa por las minorías,
sustituye a la decimocuarta enmienda.
Destiny ha grabado un
disco con el demonio al lado haciendo voces
de ultratumba,
manipulando el control, introduciendo samples con los mejores aullidos de las almas;
hacía calor en las sesiones:
este disco is on fire, es como una factura
impagada más, arde como
un libro de familia.
Ahora es otra cosa. La
genealogía es una ciencia corrupta, aunque
distraída. La libertad,
para el correcaminos. Parece un milagro y no lo es, el color da la fortuna,
luce como una fila de
antorchas, como una cruz encendida al fondo de la noche.
Bola de nieve, no.
Página en blanco, no. Ojos en blanco y un vestido blanco,
pero Destiny no.
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