Acostumbrada al peso
azul del mar, al peso
incontrastable de la
altura, pareciera que el polvo fuese a anular la magia, que la temperatura
fuera a inmiscuirse
entre la fantasía y el éxtasis. La Avenida
gira sobre sí misma, se
le agria el carácter, tintinea
sus campanadas de
Nochevieja, sus estrellas ninja; qué laboriosa
muestra su camada de
cadáveres, la arquitectura
técnica de sus palacios
rotos.
Esta perla RgM, esta
muchacha infectada de soul, aclamada en el antro
como en la factoría,
tiene que ir a trabajar, se levanta temprano
de la mano del Sol,
acude a algún lugar, solo toma cuerpo en la mirada de dios,
tan inexacta, tan
ferviente.
Su voz es un bote a la
deriva, una chalupa, un barco
lleno de felicidad y
estreno, sus bodegas, de oro; ¡eh!, que sus manos escapan al contacto, a la
pura
misión de la belleza. Si
tiene una misión, el Parque
acepta su contrato, abre
sus puertas, levanta las persianas y le da la bienvenida
con un resto de dulzura.
Ella trae luz, un tono
de piel, una navegación
profunda; tatuada en el
iris, desplegada como una bandera pirata,
la luz entusiasmada de
la vida, el auge de la juventud, floral y permeable.
Ha guardado un secreto,
acostumbrada a la férrea levedad del cielo, a la frecuencia holgada de las
nubes,
a la centralidad. Permite
que los perros
peleen con su sombra, consiente
que la sigan los poetas, que le den nombre a su estilo; ama
la risa fuerte de la
noche, la suite
desangelada de las ramas
bajas, el ávido flirteo de la hierba,
ama con infinitos
corazones, a los vivos y a los muertos. Se levanta temprano cada día
para ir a trabajar.
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