Destiny® soporta restricciones; solo el mes de mayo,
solo a las tres de la mañana. Solamente en noches de
tormenta, días
alternos, horas de cenar. Cuando la música de la lluvia
interrumpe sus clases de skate y el desierto toma el
relevo de las aceras desiertas
y los pájaros gorronean una sombra cualquiera.
La ciudad se ha desvanecido
entre apagones y lágrimas, lagos superiores
desbordados y lúgubres, gente que transita con lo puesto,
un éxodo
al descubierto. El exilio es la prerrogativa de los
Ángeles, su condición
para el éxito.
Hay ciudades que afloran en medio de la arena, sobre
una zona muerta; puede vérselas desde los campanarios, desde la lejanía
autónoma de una mirada fuera de contexto.
El vuelo de las cinco menos cuarto no sale hasta las
diez. Destiny® se reconforta,
se comporta y es reconfortante al mismo tiempo,
ha leído la última novelita del asombro y ha conseguido
figurar en una lista literaria, ha obtenido un premio
desnaturalizado.
Novelas que se extinguen como poemas de marfil,
literatura nociva para el espíritu, sin motivo
espiritual, sin aditivos
morales, innecesaria para la ética
de la restauración.
En cada nota se registra una parcela de silencio; llueve
detrás del silencio, a escasa distancia de una boca
cerrada, llueve. La poesía
inicia un bailoteo seguro, danza contra la pared, invoca
sendos dioses indolentes. Ah, es grato adivinar el
tiempo, volar a reacción sobre el horizonte
de sucesos de la fatalidad. Volarse con lo puesto
hacia una madrugada cualquiera.
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