Considerando:
que la Poesía atiende por su nombre y se confunde
con ciertas camadas ambiciosas, ciertos contundentes pesos muertos; que su constitución
es la de un ente autónomo –fardo unánime– y su profundidad
responde a la relación establecida entre creyentes y orgullosos detractores.
Que la Literatura registra un campo semejante
al de la física de partículas, particularmente en su faceta multidimensional, y sus maestros pintores,
sus poetas, son correlatos artísticos
del físico de cuerdas y su disciplina etérea y narcisista.
Hay un infinito señalizado y consciente que mora en el interior de las ecuaciones
más conservadoras o menos alegres de la matemática (∞); se le distingue por su larga ausencia
o por la longitud de sus metáforas en general, la simpatía que despierta entre sus congéneres,
tal vez por su resistencia a las adversidades
académicas.
Existe un dios de torso
atlético. Su corazón soporta anginas de pecho –la angustia
entera de la humanidad corrupta–, su letra con sangre
entra, su mano es como un eje de hierro futurista. Poseer un autógrafo suyo,
hacerse con su rúbrica láser en la feria del libro, asistir a alguna de sus representaciones milagrosas,
ser decapitado por un Ángel vengador… Facetas de su personalidad
arrolladora, como ser fulminado por un rayo o sustituir a Job en el cadalso perfecto.
Que los versos descritos hic et nunc son todos merecedores de suculentos
premios que habrá que investigar. Que la sangre no sirve para la firma,
solo para la forma. Que debe haber un Arte, pero se desconoce.
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