Corred, la sombra ha tropezado,
hay una oblicuidad siniestra en la palabra, una
protuberancia ante la luz. El Parque
ha retornado a su indolente simetría, esa zanja perpetua
de las obras, ese olor a polvo
inteligente.
Hay tejas por el suelo, algo de sangre se licúa en el
espejo,
resplandece como una bendición acalorada; la tapia
concentra
su seriedad mural, imprime un significado iconoclasta.
Hay vallas por los suelos, ladrillos carcomidos,
miseria que se reconoce por su atuendo, un manual de azulejos
estrellados contra siete
conatos de infortunio.
El casco del obrero refleja una autoridad estival, a su
lado, unos guantes tan usados,
una mala noticia, un verso corregido a destiempo. La
unanimidad de la conciencia (se produce)
cuenta como una verdadera antología.
Hay toldos por el suelo, todo vuela, las hojas, las hojas
del periódico de ayer, las hojas del periódico de siempre.
Voces que venden aire a peso de oro, reclaman una muestra
del instante,
voces apagadas que rememoran otra claridad, otro
despertar distinto de la vida,
otra ausencia distinta de la muerte.
De pronto el Ángel ha rebatido su postura de Ángel y ha
puesto el dinero encima de la mesa,
ha puesto el pan encima de la mesa para todos, ha
musitado lo contrario a una oración, un rezo disidente,
un credo agrio que luego se volvía hacia la noche abierta
derribando una luna de monedas de plata.
Ha reemplazado a su padre por el padre de todos.
Soñad; la sombra ha tropezado en la mañana,
la montaña ha difundido su roca al pie de la ribera y el
agua se ha lanzado
contra el viento descimentando un montículo de nubes sembradoras.
Ah, esta luz halógena del espacio a medio hacer,
esta melancolía súbita, este sueño de caer
rendido después del trabajo y este día de ayer que llega
tarde.
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