Si una patria pudiera
renegar de la sangre, darle un hijo a la Historia.
Abortar.
Buscamos en la tierra, zahoríes de huesos. Buscamos en el cuenco
terrestre de los ojos. Nos tapamos los ojos con las manos, pero abrimos
los dedos para entrever el aire. Somos
cazadores de imágenes, artistas del reflejo.
Hallamos en el monte el verso invertebrado, la longitud
exacta del destierro, una medalla oscura, una costilla. Tenemos tanto miedo a los perros
del campo como a las ramas de los árboles, las alambradas, los barrancos;
amamos a los desaparecidos.
Buscamos al Poeta en el occipital de un general
rebelde, no en la tierra escarnecida y renuente, no entre las flores ni en el olivar
sembrado de oscuras bendiciones. Realizamos
nuestras prospecciones armados con un fino taladro, presionamos levemente y aguzamos el oído
para no perdernos la descarga, el verso, el curso
accidental de la melancolía.
Bajo su nombre propio, somos buscadores de tesoros, licántropos esbirros de la Luna,
trepadores del odio y presos de conciencia.
Damos la vuelta a la manzana y aramos la memoria, sepultados
en el barro carnal de la meseta, en la arena del tiempo, que no se regenera,
en el azar impuro de las confesiones. Dentro del poema
nos movemos con la inercia del príncipe encantado, la caridad del Ángel. Porque
hemos asistido a la representación del silencio y damos fe de un futuro
más lejano que el brillo cegador.
Si una patria pudiera renegar de la Historia.
Recordar.
en el azar impuro de las confesiones. Dentro del poema
nos movemos con la inercia del príncipe encantado, la caridad del Ángel. Porque
hemos asistido a la representación del silencio y damos fe de un futuro
más lejano que el brillo cegador.
Si una patria pudiera renegar de la Historia.
Recordar.
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