No hay jardín. Es una verdad como una casa. Las flores
crecen
arregladas, pero inanes, sin un hogar, sin patria
potestad, sin clase. Ahora, uno puede
medir el tiempo que transcurre aplicando cualquier
variable que le apetezca, por cualquier
cosa que (se le) ocurra y sea mensurable, sea medible y
pueda ser atestiguada.
grises que tanto aborrecías: es un recuerdo que te
acompañará hasta la tumba. Hay quien recuerda
los golpes recibidos, las horas del amor. Hay quien se
acuerda de las mañanas
arrimadas al cielo fulminante, del sol atardecido y personal,
del timbre
atronador.
paño de lágrimas, fuente de placer y estancamiento.
Recuerdas el poema que te hizo mirar hacia atrás con precaución,
las canciones que arruinaste en la barra del bar, el
tiempo religioso de la cárcel, y ese silencio
auténtico.
personas, un centenar de ellas, un par de familias
monoparentales,
disfuncionales, unos padres arcaicos, gente de secano,
del sótano, gente arisca y vertical, todo el día
pensando en las batuecas, que si llueve o si deja de
llover.
surcos concomitantes que has labrado con tus propias
garras. El mundo te ofrece
pantalones que te aprietan la cintura, que te quedan holgados,
ridículos de pata de elefante, de pitillo, pantalones
de faena, trajes de seda con manchas y desgarros.
a cuerpo. Las galaxias lejanas son inexplicables, la sombra
de los campos cuánticos es alargada, el vacío
te mira a los ojos y te entran ganas de llorar. Tan
bella, la rosa es mera arquitectura emergente
a imagen de la nada: ¡mírala al microscopio! Luego, ponte
los pantalones
nuevos, sal a la calle y aplasta esas flores
que no existen.
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