Está en la punta de la torre de la iglesia, el ápice del
cristianismo,
encaramada como una cigüeña, un ave migratoria, una nube
baja
retejida de niebla; vuela como un día de fiesta, pasa de
largo.
oculto entre las ramas, enterrado por las hojas doradas
del prefacio otoñal
(es un alma). Las almas tiritan ahora ante la
indiferencia del tiempo, se diferencian de los cuerpos
en una o dos coordenadas, una o dos calamidades. Si
buscara (en) la poesía de Emily,
tal vez. Si buscara un poema en concreto, escrito en
concreto en un idioma
destinado al entendimiento. Si fuera en busca de una sola
noche de penumbra, de un solo grado de fiebre,
un solo gramo de inocencia.
un cuento, puede que signifique algo más allá de la vida
y la muerte, el nacimiento de una oración.
A la entrada del
Parque hay una bandera con doscientas y pico estrellas porque todos
pertenecemos al mundo.
Destiny® ha votado.
Su nombre, empero, no cabía en ninguna papeleta de voto, no cabía en el censo
–descatalogado–, su
nombre flotaba sobre una nube baja de improperios, imperios, alas alicaídas
y plumas ventajistas.
del ego celestial, ese escalofrío canónico. Después de
robarle la piedra a un maestro
Zen, después de darle una paliza con unos nunchakos de
segunda mano. Entonces
puede que esté lista para completar el circuito de la
redención.
susurran como tristes seductores; milagros que son entes
bondadosos con historias
clínicas, entidades sin DNI que se manifiestan a favor de
obra, tienen lugar en pilas
bautismales y otros lugares de culto: bibliotecas, estantes
de sex-shop (o en la barra fija del bar de Moe).
Y es un magnífico presagio tener conciencia de esa
irrealidad, intuir la presencia subversiva
de un ser irrepetible, desoír la llamada de la eternidad
e intuir la existencia
de una mente sagazmente imperfecta, insanamente feliz.
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