Destiny®. La gente se ríe. Dicen: a lo mejor no existe.
Vuela, sin embargo, sobre el tiempo, viene de donde no (se)
puede ser, su palabra es la época.
Actualidad. Y sin embargo ella nos dice que desterremos
el día, la salida del sol es un procedimiento
ordinario, las consecuencias, los sucesos
son inabarcables.
de mañana (sin el número premiado de la lotería). Tan
previsible. Las horas
galopan como hordas transiberianas, purasangres (podría
ser), levantan un polvo de siglos,
hacen senda, sendos artefactos como líneas de Nazca o
círculos de los sembrados:
la verdad está ahí fuera, dentro de una burbuja
deportiva.
de Hernández, una recomendación publicitaria. Hemos
ganado las elecciones. Hemos perdido la cabeza.
Destiny® tiene miedo de ser demasiado perfecta, le
asustan la verdad y sus insinuaciones, se mira en el espejo
y sus ojos bailotean inmersos en la tibia atmósfera de los
objetos y sus contornos, tanta
belleza muerta.
prodigio. Ni el de un sabio. Hay un vertido, sin embargo,
de basura y residuos (una vez al año se abonan
tasas de recogida y tratamiento), una vomitona de
pequeños extractos ontológicos,
es decir, seguramente alguien discute una aproximación al
significado.
despresurizados, olvidados de las fuerzas enigmáticas,
parias antinaturales. El Ángel
nos vapulea desde su posición factual: Destiny® de
puntillas atisbando un resquicio de la nada,
pastoreando ríos de materia oscura, invadiendo
conciencias, todo ese electrochoque fabuloso. Y toda esa
firmeza
de la vida, ese dolor del yo que no se arruga, esa pena
imprecisa
que sucede.
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