Solíamos recostarnos en algún lugar, nunca el mismo.
Solíamos
ver pasar trenes diferentes. Al día siguiente, un
meteorito, algo bastardo inventado
para soliviantar nuestras mentes infantiles. La opción
número uno era leerse el libro de la semana, luego
repartíamos
golosinas entre todos, jurábamos por lo bajo.
básicos, otra manufactura. Para empezar, venía de otro
mundo. Nuestro
mundo giraba alrededor de una métrica
inconsciente, un cuarteto vagamente
adornado.
blanca, como un desembarco aliado, cortados por el único
patrón de la noche,
invencibles a la cruda manera de los cobradores. El futuro
acordonaba nuestros sueños, establecía una guardia
insobornable, suspendido sobre nuestras cabezas
como un falso reflejo de la vida.
como el café de la mañana, que era un estado de
necesidad. Nuestros
pasos seguían la ruta del insomnio, una pauta sonámbula,
un peregrinaje
sin rumbo. Al final del camino, un Ángel con sandalias de
plomo
(ojos árticos).
acostarnos como si hubiéramos caído, y la gente venía a
levantarnos del sitio, venían
las abejas, los gorriones, venían las barras de los
bares, las puertas de los cines, los órganos
cautivos de los templos, hasta el viento se acercaba
a nosotros y nos soplaba al oído
su promiscua, chiflada melodía.
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