Ahora, el amor. Es el amor. Suerte de sucedáneo de la
historia, órgano
impropio, ¿ala de mosca? El amor dice la verdad, cuando
miente le sale un sarpullido en la voz,
arde en un infierno plateado. El amor es bello
incluso cuando dice la verdad; su belleza comprime el
espacio como un viajero cósmico,
sucede en el aire como un pájaro.
las copas de cristal, la cubertería labrada; Destiny®
come con apetito y cuando termina un plato lo estampa
contra el suelo con una risotada infantil. Oh, vasos
voladores, añicos,
vértigo a cámara lenta. Mas albergamos la esperanza de
que su presencia
suponga un salto de calidad en nuestra representación de
la belleza, nuestro
acopio de la palabra “amor”.
suena ‘Distance’ y la euforia nos convence, retrae
nuestra desgracia. La corriente es como una oruga
sinuosa, un proceso incipiente, mañana será dulce
paradero. Hay tanta
belleza en el movimiento, qué hermosura de manos que se
abren, de ojos que conectan con la sombra, labios
espirales. Destiny® se esfuerza por no brillar,
lidera un escapismo estacionario, una física quedamente
predecible.
tartamudea un sinfín de palabras ajenas. A todas horas,
amanece, llega el crepúsculo,
chisporrotea el alba y el cielo se quiebra en un
caleidoscopio de persianas alzadas, bombillas
que revientan, punteros láser dirigidos al ojo triangular
de la divinidad.
dirigido hacia la Luna después de un cálculo encomiable,
vestido de novia. Todo ese amor arreglado con los trapos
sucios de mamá, descosido y remendado en un taller mecánico.
Toda esa
forma enorme de quererse, esos besos colmados de preciosa
ignorancia,
volcados en el verso como jarros de olvido.
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