Cada persona y su espacio natural,
su distancia de sí, su delirio autoinmune. Muere un
universo
completo, su cadáver apesta, se interconecta con la
sobriedad del paisaje consciente. Nuestro
universo abarca una lectura apresurada de la realidad,
algo de sentido del humor, un bote de remos,
abraza la nostalgia de la tierra, la vastedad cronometrada
de la bóveda
celeste, los papeles pintados que rivalizan con el haz de
la tormenta.
constituye el mundo (pero no todo el mundo). Nuestro
unicornio difiere del tuyo, nuestra brujería
tiene menos poder, el tamaño de nuestra galaxia es
insuficiente (infinito menos uno), es menor. Nuestro
licor no embriaga tanto, nuestra cerveza es más rubia,
¡nuestro cuerpo no pesa esa barbaridad!
como el niño que olvida el recado de mamá. La gente muere
a paletadas
en cualquier estado de conservación, cualquier estado
civil. A pesar de todo,
no existen los milagros.
la literatura con lujo de detalles; los cementerios
aguardan el ruido de la pala
excavadora, la fosa común espera su contacto, el contrato
diabólico. Son pompas de jabón
que estallan con violencia revolucionaria, se rebelan,
describen un proceso
fotográfico, una cinematografía interior.
cultivando un temblor de rosas lívidas. Este universo
aprieta un poco, hay que sacarle el dobladillo, habrá que
ponerle rodilleras.
A este universo le sobran cerraduras y le faltan botones
para el frío que irradia tanto amor.
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