La paloma de la paz
sobrevuela trincheras
abandonadas al tiempo, inundadas de lágrimas. Hay un mar
que se esconde y retrocede,
un océano en calma. El Mundo yace. En calma.
resuenan los motores, las obras que se hacen, la
construcción de un beso. Andamios generales,
cuestiones irresolubles como obras a medio hacer, zanjas
no zanjadas,
zarandajas. Sobre todo, la norma, la lengua que se
arrastra, que significa
tierra en vez de hogar.
kilómetros de alto, pasaban los aviones a nuestra altura
milagrosa, qué deprisa. Masticar
una cucharada de nube, gandulear con la tormenta.
Nuestros ojos
miraban más allá del relámpago, cara a cara con el átomo y
su ascética rutina.
corriendo al perista más cercano. Había música dentro de
cada pequeño
estrato de barro condensado, una melodía intrascendente,
una hexagonía edificante.
dorada, papel pintado (un espacio entre Hopper y Basquiat),
lámparas de época. La guerra
siempre vuelve por la puerta de atrás;
hacemos las maletas en silencio.
surcado por el eco de una voz abatida. Este cielo de
color violeta, estas violetas de color morado, este cielo
amoratado como un ojo, estos ojos que miden el océano
y sepultan la piedad del mundo.
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