Un creador, su savia omnipotente, qué pulso
sobre todas las cosas. Crea un amanuense, cero a la
derecha del punto final. La mano que ensaya
una caligrafía medicalizada, letras pegadizas como penas
capitales,
títulos mobiliarios; el poema se eleva entre nenúfares,
aspira a la preselección, a ser espachurrado, tratado
debidamente.
para otro, un artefacto migrante, aun a tientas, ciego de
raíz, aun tambaleante y como
borracho, como de
qué pie cojea, cojeando. Un espectáculo:
notad su taquicardia, abrochad su camisa desbordada, contened
su ansiedad. Es el pasado
que llama a la puerta de la página en blanco, quiere
dibujar monigotes y simplezas, rotular con espráis de color
Gorman, subrayar su recóndita quietud, hacerse un hueco hacia
la integridad.
como un trauma: magia para herbívoros, típica de los
coleópteros, oscura. La poesía
concibe un pecado y lo satura, idea una satisfacción y le
molesta, con esa cara tan larga,
esa facha indescriptible. Que uno escribe y anda desuncido,
se las arregla.
moldea la arcilla universal, apalea la arena de la playa
y le insufla vida y colorido, vida y dulzura, esperanza y
flow. Es su sacrificio
inexperto, su Atlántida crecida.
adivinad el nombre de la divinidad, ¡sed ángeles vosotros
mismos!, evangelizaos
y mordemos el polvo, rodamos una cinta de misterio; pues la
tierra espera la huella invencible, el mamotreto
esférico que nunca se termina, la generación
espontánea de una firma genial.
Mick Ryan |
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