Sentimos esta oscura lejanía, esta deserción
universal. No nos asusta el espacio que se extiende
masivo y arbitrario, que separa
los objetos y hace temblar la voz. Mientras el olvido
serpentea por la fachada del templo, observamos la luz de
las estrellas, su desfallecimiento.
Oh, sublime verdor ―esa túnica (no), esa pátina (no)―, el
inclasificable green por donde fluyen los hitos de la forma,
la estrafalaria cuestión del trazo original. Estamos con Kiš en la buhardilla
iniciática del aire convertido en metros y segundos de
arco, metros y parámetros
de viento, liturgias y pormenores de la filosofía.
Todo para expresar el diálogo, la mística y la distancia.
Distancia: es como enamorarse de un ser de otro
mundo. Exactamente eso. Escuchar la música desde la
habitación del príncipe (claro que sí, es Donna Missal), es
como atisbar aquel universo paralelo elevado a la
conciencia de los Ángeles.
Pero Laura está aquí como si fuera, en cuerpo y alma,
demasiado perfecta, demasiado
pequeña (de lejos), hurgando en la memoria, desafiándola;
está aquí sin límites, órbita/vértice
o silencio.
Nos apartamos y el espejo nos arrima con líquida
perseverancia; nos divorciamos del éxito, nuestra figura
se expande sobre el mapa
manchado de café, nuestro reflejo dispone una geometría
de armoniosas alas, nos subordina al horizonte.
Sentimos el desmayo del hambre (nutricionistas); al otro
lado, alguien
abraza un trámite de altura, alguien pasea despreocupadamente,
los pájaros trinan aseados
y las hojas vuelan con paciente retroceso. Pero en nuestro
desánimo ideal
diez mariposas curiosean un charco, la noche se proclama
y ella
duerme con una sombra entre los labios.
dentro del Arte es decir mucho más allá, lejos del fondo donde la crítica se obstina, en un lugar remoto que es el verso
relatos, apuntes literarios...
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