Ninguna
buena novela es un buen lugar para vivir. Vivimos
para el Arte,
nos da cobijo un tejado de zinc (a pleno sol). La literatura
se ha
comido una coma, arrecia como una lluvia de pedrisco sobre la planicie
inmaculada, el campo
intrínseco
(de secano) y mesetario, encastillado.
Hubo
también un bosque donde las brujas cocían sus pócimas
artísticas,
sus recetas afrancesadas y rubias; había incendios, entonces,
que
calcinaban hectáreas de caminos, infinitos
matorrales,
matojos y arboleda esencial. Hubo escarcha de todos los tamaños, pájaros
disecados
en las ramas oscuras, aves inteligentes, búhos
consternados.
La
novela seguía con su proverbial sonido a riachuelo, a corriente
envenenada,
esa fuerza del agua que arremete contra el mundo. Los protagonistas
actualizaban
el enredo a gran velocidad, abarcaban un elenco
cuidadoso
de caracteres públicos: 12 hombres sin piedad, 7 novias para 7 hermanos,
Casablanca, Alien
y The Walking Dead.
Todos los estereotipos
del momento,
todos los accidentes geográficos, todas las vicisitudes, la corteza del tiempo
(máster
en intensidad
reluciente y formación de casualidades), emblemas
lingüísticos
como medallas de primera comunión, signos de flaqueza.
Aunque
la novela discurra plácidamente entre
admoniciones
y consejos, héroes nativos y camiones de la basura, camionetas rojas y
perritos calientes,
siempre llevará
algo de sangre seca en la comisura de los labios,
siempre le
quedará un regusto a poesía rancia entre los dientes:
el
aliento visceral de la miseria
y el
éxito.
dentro del Arte es decir mucho más allá, lejos del fondo donde la crítica se obstina, en un lugar remoto que es el verso
relatos, apuntes literarios...
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