CIPRÉS
Sólo el ciprés abunda en la materia y se erige en piloto de los días febriles,
timonel de las ansias, torre de espinas. Por el ciprés ascienden
las hormigas ingenuas con un saco de polen a la espalda,
mínimas procesionarias al margen de la cruel celebración del éxodo.
Sólo el ciprés es fuente de raíz, y hasta la fuente se llegan las acequias,
los surcos elaborados y férreos que dividen el valle en zonas fértiles,
y se acercan las ninfas al círculo elegante de su tronco
acompañadas por príncipes ariscos, cultos pero excéntricos,
herederos cobardes de una nación podrida en su corona.
Merecía el ciprés un cementerio en grande y a lo antiguo,
un camposanto bélico inundado de cruces, mausoleos y aristas
inducidas al mármol de las lápidas nuevas;
merecía un espacio consonante para su nieve abstracta,
un severo sitial para su franca lealtad y su extrema pobreza.
...
El gesto navideño del ciprés recuerda al del león acorralado
que vocifera garras y rugidos y es efigie terrible,
pero añora la mágica fortuna del relámpago homicida;
el gesto es como un ala de cuervo moteando la aurora,
como una propiedad indescriptible, una temperatura,
horno estelar, gélida tumba y caja de huesos tímidos
que son ramas arcanas de una ciencia perpetua.
El ciprés en la cúspide, en el eje,
en la curva monástica que describen los nimbos,
alejado del ruido que ahoga las ciudades a pleno rendimiento,
poseído por un claro dinamismo de inmóviles aspas,
ligero entre las plumas que reflejan distancias invencibles
(ciprés en el hogar: zapatillas de hierba, calcetines de cáñamo,
exhortando a los pájaros humildes y a los cuervos;
que fantasea púas de granito, aromáticas piñas y pinares extensos
cortados en senderos animales, horadados o vírgenes...
Ciprés en el salón de su cuarto de estar, en zapatillas,
calcetines de piedra, bata de estar por casa hasta las tantas;
arbolito casero y padre de familia numerosa. Incrédulo,
porque los cipreses no creen en el dios de la tormenta).
...
ENTREVISTA AL CIPRÉS
¿Duerme?
¿Duerme la sombra? Allá estuve dormido con las nubes dinámicas,
aquí duermo con todos los apóstoles.
¿Tiene nombre un ciprés?
Nombre de soledad; no tengo nombre.
¿Qué edad tiene?
Es en la edad del género que me vacío ahora de penumbra.
... ¿perdón...?
Soy un género humano y poseo la edad solemne de las Eras.
Ah..., y ¿cómo ve el mundo?
Hay un camino entero de pisadas que conduce al arroyo,
en el aire un aroma de cielo que agoniza, almas a ras de tierra,
vegetación, y viudas silenciosas dotadas de una especie de alegría selecta;
el mundo es un pretexto para indagar en la máxima estructura del tiempo,
es un palacio griego donde lo más honesto es observar la viga.
Continúe.
¿Qué clase de sentimientos alberga hacia los hombres?,
Formo parte de un clan que afirma la belleza. No tengo pulso.
... ¿Y hacia los demás árboles, qué piensa de ellos?
Los árboles no existen.
Bien... ¿Desea añadir algo más, tiene algún otro mensaje que ofrecernos?
Sí. El mensaje es el otro, el que se escucha al lado de la fuente.
Dice que no tengáis piedad de vuestro instinto.
...
Sólo el ciprés abunda en la materia y se erige en piloto de los días febriles.
Ciprés armado de literatura, al borde de la mítica madera
de las empalizadas, de los buques corsarios
fondeados en las costas escarpadas de Tortuga,
envueltos en la bruma de los diarios de ficticia camaradería.
El niño siente el peso de los siglos en el vientre: es el miedo;
un miedo al esqueleto, invertebrado, y a los fantasmas
que arrastran sus cadenas oxidadas por atajos sombríos,
un miedo polifacético, vegetal, y victorioso.
Las mujeres y los hombres corretean al declinar del sol;
fingen su poesía de medianos artistas, pero huyen, incómodos,
escapan hacia el leño de la cueva, bailan esbeltos sobre la sopa lúgubre,
enamorados del calor. Se comportan como niños,
niños que siempre se comportan como adultos horribles
y temen a los monstruos y tiemblan de pavor frente a las bestias
que no consiguen abatir en su mecánica masacre
(los insectos son más inteligentes, más ortodoxos.
Se asean en las perlas de rocío y burlan la vigilancia de los buitres.
Tienen un método, y un fin, y no se dejan impresionar por el atrezzo.
Los insectos son más en fila india, o más a flor de piel indestructible,
más ajenos de veras, o más serios).
...
El ciprés prevalece, con su silueta gótica y su perfil ya netamente humano;
es lienzo y escultura, arcilla que remonta su apellido de agua,
punta de flecha destinada a romper corazones de candidez perfecta;
el músico que arranca los aplausos del viento,
la firma que rubrica los libros escritos en silencio,
el número diabólico del hombre de negocios,
el tres catorce dieciséis del arte.
Atenta contra el plan vertiginoso del cielo con su quietud libérrima,
es minuciosa lanza hincada en la conciencia del paisaje,
legendaria techumbre que defiende el gorjeo de los mirlos.
Vedlo desmoronarse sobre los cuerpos en un escorzo gráfico,
notad su vena lírica latiendo en los responsos,
infectando las oraciones con el virus del egoísmo campesino,
miradlo como lo mira el policía, con esa inquisitiva displicencia,
como lo mira el río que trasciende la ribera del sueño.
Apartaos de él. Que su risa perenne no hiera vuestros oídos,
ni penetre desnuda en vuestra entraña.
Amad a otro ciprés, pero no al mío.
dentro del Arte es decir mucho más allá, lejos del fondo donde la crítica se obstina, en un lugar remoto que es el verso
relatos, apuntes literarios...
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viernes, 28 de mayo de 2010
sábado, 22 de mayo de 2010
el ansia
primer episodio
Estoy dispuesto a usar cualquier tecnología,
desde el hacha de sílex
hasta el hacha española de Felipe,
la quijada, la honda, el misil de crucero,
y desde el catalejo al telescopio,
para salir ileso de este aprieto,
este sucio negocio familiar
de vivir y engendrar mala semilla.
No en vano vivo al sur del underground,
en un fenomenal estereotipo
de uralita y latón
con vistas panorámicas al reino celestial:
carpinteros en huelga, querubines mendigos
y vírgenes fregando oficinas siniestras.
Mi determinación es apostólica,
mi aplicación, bastarda, curtida en la herejía.
Digo que estoy en racha. Digo que soy capaz
de rodar el menor cortometraje,
la escena de interior más sobrecogedora,
de escribir Biblia y media en la cabeza
de un alfiler dorado y en su brillo.
Desterrado me hallo
en esta claustroforma de lo Calabi-Yau,
reducido a mi mundo subplankiano,
el inframundo del pequeño ser,
cronometrado dédalo
de múltiples y extremas dimensiones,
donde las cosas son lo que parecen
y no parecen ya tan numerosas.
...
En la secuencia madre,
se me desata el nudo del zapato derecho,
también el del izquierdo... ¿simetría,
o tránsito azaroso? Pedidme explicación.
(Hojas secas colapsan
mi supersónico reloj de arena;
la jornada se alarga,
onda de femenino contratiempo.)
El cuerpo pide auxilio, preso en su incertidumbre,
hueco de gravedad,
y aquel soplo que fue
se diluye en un campo de probabilidades,
en un plano que engulle la existencia
y se extiende global por el vacío.
Soy objeto de estricta observación,
carne de máxima seguridad
-¡yo, que moví el peón de Ferdydurke
en la crucial partida del destino!-,
más que nada, por ser extravagante
y por llevar con ánimo sereno
atados-desatados los zapatos...
¡Oh, lánguida ecuación!
...
¿Objeto yo?, que anduve por las ramas,
que me anduve, sinónimo del hombre,
por la selva fungosa,
todo un Lovecraft opiáceo,
un impulso sereno,
con mi angosta fracción de poderío.
Yo, sujeto a la Ley,
carne de horca, de cañón, ¡de buey!
-porque de buey es la tirada padre-
digo que soy sujeto y predicado,
frase completa, fase de la Luna,
clase de cuerpo en órbita inaudita
(he predicado en el desierto, he dicho:
venid a mí, acercaos,
acudid de las prósperas regiones
y de los municipios decadentes,
que tengo una verdad en almoneda).
...
Soy, evidentemente, un ser humano,
aunque de una manera impersonal,
remedo de Sinatra
pasado por el ágora de Lee;
un bewatermyway aleatorio
conservado en glamour.
Un ser humano en parte y en parte Oliver Twist.
Un ser humano aparte, una parodia,
suave remix de melodía y ruido
o la banda sonora del grumo primordial,
el hit más reluctante de la historia.
Mi especie encuentra vías de extinción,
Vías Lácteas, Andrómedas rivales,
meteoritos ebrios de poder destructivo
nacidos para el cráter y la gloria,
y pierde la cabeza por un metro de luz.
¡Menudo carpe diem!
O sea, que suspiro por el arte,
me pirro por la báscula del genio,
aburro a las ovejas con el fardo pesado
de mi lírica floja.
episodio segundo
Es que vine en misión humanitaria,
escoltado de cascos azules y palomas,
en caudaloso séquito,
piadosa comitiva.
Más allá, nada sé, nada me consta;
siento amor, siento frío, me constipo,
me destapo, me arropo, me contemplo,
me arruino en los casinos de Las Vegas
o hago el ridículo en la caja tonta
liberado de sombras y prejuicios.
Como un lugar común -expansionista
en sus planteamientos,
en su mediocridad, tan aplastante-,
como un tipo normal y, sin embargo,
entregado a la industria del estilo,
a la caligrafía de lo ausente.
Así que tengo el aire de los que saben poco,
y llevo una chaqueta desastrada
y creo que soporto una cierta tensión.
...
Sentenciado a cadena alimentaria
por un juez con birrete de McDonald’s.
Depredador convicto que sorprendo
al llano insecto como al Ave Fénix.
Culpable yo por excelencia. Culpa
plena la mía por antonomasia:
de mi geografía sinuosa,
fosas nasales, fósiles intactos,
columnas, médulas de cuerpo entero,
para perderse en ellas,
ríos de impura sangre;
de mi claro defecto de conciencia
que me aparta del género de cosas
que se viene a pensar cuando se piensa;
de mi falsa tragedia,
mi repugnante credibilidad.
Así que tengo el aire en los pulmones
y no sé si lo expiro con suficiente fuerza
(no sé si ya expirando,
asiéndome a la vida con exigente angustia
o aprendiendo a volar,
lleno de pájaros en la cabeza).
En la ciudad de la respiración,
habito en un palacio de hojalata
-¡oh, principesco lumpen!-
agotado del orbe campesino:
un paria residual,
descastado de oficio,
a punto de llegar a fin de mes,
amarillo de fe,
hecho un infame Adán
diametralmente opuesto al Paraíso.
...
Sujeto, pues, al célebre romance,
a la desafección pecaminosa
y a todos los escándalos del verbo.
Buscando un nombre propio,
algo como Jesús de Nazaret,
o como Leonardo, algo sencillo,
para poder pensarme con soltura,
para poder soñarme
alzado en armas contra el movimiento
del honrado destino,
arrasado por místicos ejércitos
con máquinas de guerra espiritual.
¡Ah!, devuelto a la vida,
de nuevo emparentado,
primo segundo, ¡padre!,
padre de una nación de sueños rotos.
Porque soy lo que anuncio, sin subterfugios vanos,
soy lo que dice el rostro,
lo que se dice un rostro pálido y deprimido,
mármol, barro y silencio.
Y no me tengo en demasiada estima
y no soy presa fácil del espejo.
...
Si evito en lo posible el cristalino enjambre,
que prodiga su raudo desenlace
de ojeras y feísimo pudor
sobre mi carpa de color sombrío,
es a causa de cierta vanidad,
que sin contemplaciones, ni miramiento alguno,
acreciento mi envidia
por los seres alígeros de Stoker
y las deformes ánimas de Poe,
que rehuyen el turbio y desigual contacto
del pulcro fehaciente.
El peso de la personalidad
avasalla los hombros de los hombres,
produce siervos, reos de sí mismos,
abruma con su larva disolvente.
...
Sospecho que se lleva en los cenáculos
algún maximalismo inoperante,
por cuanto que me atrevo a sostenerlo
proclamando mi serie natural,
la singular nomenclatura que se refiere a mi linaje,
la terminología que contiene mi esencia.
Sucede que disiento de la rosa,
discrepo del amor, me doy de baja
en la seguridad mental y abjuro
del colosal ascenso a los altares
que practican los ángeles del pueblo.
Estoy vigente, puede que maduro,
acaso de candente actualidad,
y poseo la audacia y el mal gusto precisos
para enmendar la plana del satélite
y predecir el clímax con rigor.
...
Llegó la Primavera deliciosa
y fue victoria estrecha de la hiedra
que trepó por mi voz tarareando
una de grandes éxitos del folk.
Hoy hace Stalingrado en mi desierto
y me vienen arcadas de hip-hop,
la ópera del barrio, interpretada
por Nas y Foxy Brown.
El rap quema en las venas como un chute de speed
que, alternativamente, debilita y consuela,
y es un flash de actitud lo que acontece,
lo que arrecia en aludes que me aluden
y en turbiones que enturbian mi razón.
Soy el frente nuboso, la borrasca,
la tormenta de ideas a la inversa,
soy -¡abrid los paraguas!- la ventisca,
y soy la bestia negra que le planta
cara a la profecía de la luz.
...
¿Objeto yo, que vengo de prestado,
que vivo de prestado y en la deuda
(quiero decir que vivo con la duda),
que duermo con la duda omnipresente,
sumergido en un mar de dudas frescas
y de proezas experimentales?
Objeto... ¿de qué mente luminosa,
de qué enfermiza y trémula ansiedad,
de qué fabulación invertebrada?
Objeto de placer, como la rabia
que se complace en torpes desatinos
y retiene en su seno el desconcierto.
Divino por los siglos de los siglos,
con un toque romántico.
Más dado al esperpento de las nubes
que a la solemnidad de la pobreza.
Injerto que me siento y soy el árbol
talado a medias tintas por el viento.
¡Qué ingenuidad la mía!,
qué intensidad de estigma me conmueve
hasta la saciedad de la palabra.
Obsesionado apenas con el franco
devenir de las eras, puesto a prueba
por científicas hordas de doctores sin causa,
héroe postergado, indigno y débil,
¡Aquiles del pecado!,
¡Ájax de la ignorancia!,
atlas de universal idolatría...
en el principio
Ojo a mi forma de pensar en alto;
sepamos de que voz tengo la culpa.
En el principio, el ruido del amor
era ruido de olas,
sangre rompiendo contra hueso y fibra,
saturados los ojos de su quietud agreste,
su turbulencia agnóstica, su credo.
Dogmas y parabienes
ardían en la pira del cautivo pasado.
Cada vertiginoso impulso suponía,
entonces, en el cálido principio,
una renovación de voluntades,
una esperanza más.
Después, se fueron mitigando solas
las alegrías injustificadas
y fueron sucediendo los fracasos,
primero los soeces, luego los infinitos.
Ahora, todo es ahora y siempre,
en el preciso instante en que la vida fluye
y alcanza los suburbios del futuro.
Es extraño este ciclo,
es rematadamente original
esta precariedad de materiales.
Ahora, las canciones
y las separaciones en un solo organismo,
en un solo despacho de dolor.
¡Matad al mensajero!
-matemos a la vida, en equilibrio
sobre una piedra oscura,
y negociemos luego con la sombra-.
Ahora, todo es definitivo,
desde el pulgar de la melancolía
al meñique castrado del recuerdo,
la noche que no existe,
el falso amanecer
que ya no simpatiza con la fiebre.
...
Sujeto a la corriente de mi Hudson salvaje.
¡Stigman redivivo!,
el pequeño judío con trozos de ignominia
colgando de los labios. Como Ira,
sumido en la colmena del incesto,
verificando el drama familiar
a golpe de versículo cerrado.
Ingenuo yo-de-mí...
Los años muertos
no resucitan ánimos perdidos.
Ángulos imposibles,
en esta nanoforma de lo Calabi-Yau,
polígonos atroces,
vórtices malsonantes,
varices en la urdimbre del espacio;
personas escondidas
entre los pliegues fijos de la realidad:
un notario, un cartero,
una radiante prostituta enferma,
ajenos por completo a mis pasiones,
hologramas vacíos,
personas bélicas, personas físicas,
y toda una panoplia de personalidades,
del espectáculo, de la farándula,
de la crónica negra,
a razón de un millar de Mr. Hyde
por cada Jeckill noble y desarmado.
Aquí, conmigo. Tantos y tan mal avenidos.
Congreso de poetas
aupados en la mística sublime,
¡usurpadores de la exactitud
que viene a cargo de mi letra exacta!
Me quieren describir, y no me dejo.
Escapo por la orilla de la muerte,
discrepo del sentido
y me confundo con las amapolas
y con un triste girasol Van Gogh.
¡Alardeo, no más!
Resucito, siquiera, vago espectro,
esquelética viga, trago amargo,
hueco para las lenguas afiladas
de los aficionados a la copia.
Aquí, donde la nada se aparece
y no parece ya tan divertida.
el tránsito divino
Mi silueta se expande devorando manzanas
de luz azul y mares superiores,
mi sombra promociona al ultravioleta.
Recorro salvas partes de la tierra
(acantilados níveos, valles adversos, húmedas
selvas de vegetal parafernalia)
encaramado al mito;
la jauría detrás, pisando fuerte,
la bóveda mutante por encima,
alrededor, el hábitat.
La potencia del suelo
y mi velocidad escapatoria,
mi cobardía enérgica,
unidas en un pacto saludable,
baja alianza entre el honor y el miedo,
contubernio de buitres y gusanos.
...
Estoy dispuesto a hablar con las paredes
y con los tiros largos de la cresa fortuna.
Quiero hablar por los codos,
decirlo casi todo,
saquear los archivos del estado,
arracimarme, anquilosarme entero,
orgulloso del poso de mis heces,
el peso de la púrpura canina,
la cruz estrafalaria.
Me voy acostumbrando
a pasar por el ojo de la aguja
con cien gramos de nieve en los zapatos
y una sonrisa estúpida en la cara.
Desayuno fronteras
con la espalda mojada por el sudor contrario,
cruzo las líneas rojas
y teorizo acerca de la tercera vía
al modo proletario
del hambre popular que me gobierna.
Hambre de soledad,
hambre carnívora de mucho tiempo
(...dice que no ha comido y tiene hambre,
la pata de la mesa, el crucifijo
dice que no ha comido...),
de mucho espasmo abdominal
-famosa contractura-
a ras de tierra y más abajo, al fondo,
en el abismo contagioso, adentro.
...
¿Quién no adora becerros
-me pregunto en un rapto de perfidia-
de misericordiosas proporciones?,
neumáticos becerros
cebados en las granjas de la bit generation,
becerros ideales
que sueñan con ovejas descarriadas,
inicuos portadores
del virus del estilo de vida americano.
¿A quién le amarga un dulce, a fin de cuentas?
¿Quién no se ha atiborrado, a grandes voces,
de creencias estériles, premisas
que son lobos con pieles de cordero?
¿Quién no ha creído en Dios alguna vez?
...
Objeto preferente
de la ayuda social
y los programas de reinserción.
¡Dejad que las falanges solidarias
me acerquen el abrigo
y se ocupen por fin de mis imperfecciones!
(avanza la legión caritativa,
la brigada indecente de los limpios de espíritu,
las banderas piratas desplegadas al viento,
arrancando los vítores
de las señoras de mayor edad).
¡Al microscopio han de verme esos canallas!,
han de ver mi arquetipo monstruoso
para que se les quiten las ganas de Calcuta
por una temporada en el infierno.
Que me den mi cartilla, la de razonamiento,
que me llenen el buche de sofismas
-ya los descartaré con mi libre albedrío-,
pero que no me pidan la limosna
desde su limusina preferida,
que no me cambien tanto la liturgia,
sutilmente embriagados
en sus diez mandamientos de farol.
He de ser objetivo en este lance
de mi resurrección.
¿Lázaro?, ¿Lazarillo?
Ahí el dilema, la instrucción absurda
en el manual del electrodoméstico
o la severidad del realismo mágico.
Abrupta encrucijada,
pésimo desfiladero,
una cinta de Ford o las Termópilas;
el caso es que la sangre llegue al río.
Porque soy el trivial antagonista,
el personaje gótico de la novela negra,
el tipo menos duro del reparto,
y me horroriza el frío
que retorna a su origen, crisolado y sincero.
Pues soy la no-persona,
la que percibe y siente de manera distinta
-¿un sentimiento cuántico, tal vez?-.
Mi observación profunda no distorsiona el rumbo errático
de la materia, apenas ensombrece
algún atisbo de realidad.
Lo que ven las personas es más convencional.
Son malos traductores
que añaden la belleza como azúcar
a sus composiciones de lugar.
¡Ah!, su belleza es inexacta, bebe
de lo existente, pero sabe a poco.
Es lícito culparla
incluso de la crisis moral del electrón
-el átomo es también de la familia-,
es legítimo hacerla
reconocer su cósmica osadía:
simplemente, es culpable de ocultar la verdad.
exhortación
Hay personas que sufren, por lo tanto;
su desaliento es parte de la vida
que atesoran los cálices,
es parte del deseo
que trepa por los muros de la cárcel
y luego desemboca
en ominosos actos de clausura,
ligeros accidentes
que son imprevisibles fauces escritas en idiomas muertos.
Personas que devoran los momentos
y se ofrecen ingrávidas
al plúmbeo vendaval de la memoria.
Individuos contantes y sonantes,
propensos a la singularidad,
cayéndose en sus propios agujeros,
librando guerras con tribal encono
contra la nulidad de sus acciones.
¡Esclavos consagrados al esfuerzo!,
reliquia universal, antecedentes:
mujeres en la línea de salida,
hombres de corazón uniformado.
Os digo, gente amable:
no ha de bastaros la violencia del ciego impulso colectivo,
no será suficiente vuestra rabia,
las fábricas, las máquinas,
las válvulas ungidas de poder,
para desarrollar
una sola frecuencia inalterable,
una sola presencia entre las sombras.
Oh, seres de otros mundos,
vuestro desánimo sepulta cielos,
desorganiza flores
y arranca marejadas a la luna.
Habéis perdido el sitio a la diestra del padre,
el puesto ejecutivo,
el salario del miedo,
y no tenéis, poetas,
otra necesidad que la conciencia.
Acumulando ingenio en un rimero absurdo
que picotea nubes
y desafía sordas entidades.
¡Qué manera de ser os paraliza!
...
Tantas personas que lo son de veras
y yo por esta senda catastrófica,
esta vena solar,
este circuito abierto al contratiempo,
midiéndome los pasos con la escuadra
-Sísifo que resuella-,
arrancado del suelo y arrastrado
por el volumen y la sed del agua.
Desde los sumideros de la historia,
os repito, poetas, raza humana,
género ambiguo y género cordial:
vuestra forma es la forma del vacío.
episodio tercero: de los sueños
Releo a Roth -es un decir, llamadlo sueño, no me importa-
y me impregno del ansia y el sudor
de la prosa real:
no lleva poesía en los bolsillos,
la encarcela, no lleva versos sueltos,
ni se abona al estrépito y la furia.
Apelo a Salinger indescifrable
y me salpica el sórdido cortejo,
la sensación cobarde del suicidio
vulnera mi prudencia
con el estilo anónimo del viento,
inapelable lengua.
Ellos sí me describen; venerables cupidos,
hallan la diana con furtivo acierto,
liberando endorfinas y puñales
en la fosa durmiente de mi entraña.
Con una multitud de caracteres,
ellos sí me enarbolan estandarte.
Ellos sí que le echan un vistazo al abismo.
¡Ah!, castillos de arena que construyo,
desmayos de profunda hierbabuena,
hojas de hierba roja, casi color ceniza
-un hechicero Sioux,
quizá, cada partícula de Whitman-.
Es mi naturaleza, mi tolerancia cero
a la insociable técnica del arte.
Nada que me resuelva.
Nada que le confiera primacía
a mi siniestra posición de ataque.
...
Entre los peces plátano
que habitan en las márgenes del Hudson
son corrientes los chistes de judíos.
Una frase compleja y estilosa,
un extracto de aspecto transparente
asociado a la nórdica rutina
de los glaucos paisajes.
¡Qué mecánica astuta!,
qué manera brutal de celebrarse,
¡salve al brillante jibarizamiento
de la obra completa y sus apéndices!
Me alzo con la víscera del éxito,
la copa y la nariz alicatada.
Así me sobrepongo
a la tara dorsal de mi ascendencia,
el drama secular
que subyuga mi línea sucesoria.
Sin móvil ni automóvil,
¡inmóvil! y con rango de comandante inerte.
Exento del hedor que arroja la fatiga,
del orgasmo podrido de confianza,
de la jornada laboral, del paro,
del Primero de Mayo, del convenio,
del Caribe, de Roma, de París.
Excéntrico y la conmiseración,
en resumen, un serio hijo de puta.
...
El artista no puede
aprehender la esencia de la piedra
si no se inmoviliza en un sentido,
si no sale a la vida en punto muerto.
Y yo, que no pretendo masas críticas,
sino meros planetas,
he olvidado el latido jubiloso
para recuperar una sola palabra.
...
Pero, volviendo a Gombrowicz
-que no me dice ni grotescamente-
y su literatura del exilio,
de vuelta a Fryderyc, el asesino,
a Filifor sintético
y su Antifilifor enajenado,
he de admitir que entiendo sus animadversiones,
su natural reserva,
que las abarco en plácido conjunto,
y, en soberana pléyade,
las adopto y las llamo
por el cumplido nombre de la rosa.
No por nada, reviento antipersona,
que me explayo y prorrumpo,
locuaz, en la medida de la roca,
pero cierro los ojos en cascada
al contacto del mínimo destino.
Mi recto proceder es sacrilegio,
mi acción, la acción del verbo,
mi oficio, de pintor de lunas claras...
¡Acto de amor y acto de servicio!,
rindiendo a pleno ser sin estar muerto.
A pleno sol rindiéndome a la vida,
con las manos en alto -¡es un atraco!-
y temblando al desgaire de cintura
para abajo con tísico vigor.
...
Son vísceras los astros luminosos,
puntos fijos de encuentro con la noche.
Un secreto rubor de continuo talento
alarga su influencia sobre mí.
Y yo, que tengo un alga en el cerebro,
algo desde las sienes turbulentas,
un alien en la mente,
cancelo las visitas al psiquiatra,
me inyecto una vacuna inofensiva
y salgo a la vergüenza de la tierra.
Expongo mi tamaña mansedumbre,
puesta la vista en horizontes amplios
como minúsculas eternidades.
¡Es una indigestión de paraísos!
lo que me traumatiza,
lo que desarticula mi sistema.
(En mi nuevo diagnóstico:
felonías diversas,
docudramas fiscales
y lunáticas damas
esclavas de la cólera de dios.)
miseria (el think tank de la parada del autobús)
Lou Reed está sonando a metadona
mientras vuelan las tejas de la iglesia
arrancadas de cuajo por el viento;
‘Rock and Roll Animal’.
Las cucharas preparan picos pardos,
las cucarachas muestran antenas parabólicas,
y algunos zombis salen de paseo
montando apocalípticos caballos.
Los chicos han abierto sus bares clandestinos,
y siempre son las tres de la mañana
en esta pesadilla a reacción.
Levita la ciudad sobre un campo desierto,
extendiendo sus alas de pegajoso asfalto
-¡qué gráfico poder de mil motores!-,
sus garras entintadas en lujuria.
Las campanas repican con la trémula pauta
de la homogeneidad universal.
Los espejos son túneles del tiempo
que devuelven retazos de nostalgia.
Ya no es más el cristal, es la caverna
y el rechinar oblicuo de los dientes.
...
Conviene hacerse a un lado de la historia
cuando vienen mal dados los silencios:
es lo que tiene el sueño del amor.
Convivo con la ciencia en un arco frenético
de sentimientos dulces,
dardos que son cadenas o florecidas pértigas,
espectros comensales,
invitados carentes del obligado tacto
que investigan mi seco estiramiento
henchidos de recelo policial.
Sepulturero Jones y Ataúd Johnson
cachean a Easy Rawlins en Los Ángeles.
El jazz hace manitas con el soul.
¡Serán escaramuzas de la Forma!,
batallitas de ancianos resentidos,
pero aquí se combate con la espada,
se mata por la espalda y a traición.
Aquí crecen los árboles cadalsos
(teoría de cuerdas sin futuro),
las malas yerbas y los reyes godos,
maduran las acequias,
florecen los guantánamos a bulto,
los antros de severa perdición.
Aquí, donde las tumbas se cotizan
como jodidas plazas de garaje
porque la tierra es toda un camposanto,
donde los cuervos silban
pasodobles y marchas militares,
es costumbre morirse por los cuatro costados,
¡dirán que es una rígida manía!
...
Sin argumentaciones ni coherencias vanas
y sin ningún respeto por lo tradicional;
sin moderneces propias
de colegialas rubias y modernas.
Sin alitas de pollo.
¡Sin muslos en la sopa!, ¡sin los muslos!
¿Qué vais a hacer ahora desmuslados,
oh hábiles poetas?
Tremendas poetisas vaginales,
¿qué vais a hacer ahora?
Yo tengo la respuesta -el micro es mío-,
y la tengo en la punta de la lengua:
podéis iros al cuerno.
La nave va, sin timonel ni acento,
con los pies por delante, si hace falta,
que si hace falta silba su fineza
y las velas se hinchan
y resoplan los picos y las palas
para horadar el agua tenebrosa.
...
Es la Obra, sin tema ni concierto,
la destrucción de la filología
(o su deconstrucción, que dirían los ínclitos),
la bancarrota del significado
y la gran depresión, el crack bursátil
de los enteradillos más capaces.
Es el texto no comment,
el poemario esdrújulo
-no hay por dónde cogerlo-,
que despedaza ensayos
con lacia pirotecnia sustantiva
-degenerado metro-
y pone a cada uno en su lugar.
...
Hablé con un artífice del giro inesperado,
que me midió el spin en un momento
(que ni siquiera down, ni de los cortos:
el quark llamado ZZ-Top).
Soy Bartlevy, le dije, y, por lo tanto,
preferiría no tener que hacerlo.
¡Que me esperen sentados!, que no esperen
piedad de mi anterior benevolencia.
El ansia es genital que me domina,
la soledad es tal que no se adorna,
el alba no se tiene de rodillas.
Y yo descabalgándome en el acto,
deshidratándose mi sentimiento,
titulado Miseria mi capítulo.
enésimo episodio: de la belleza
¡Oh Saga, estirpe, rama poderosa!,
iniciativa, origen,
¡alma fortificada!,
¿no ha de bastar el eco de tu llanto,
no es suficiente sólo con tu espíritu?
Creía que la herencia y era el vuelo,
estaba equivocado y era el Sol.
Aún no había deshecho las maletas
y ya daba la vuelta en el espejo,
un aluvión de espinas.
Así que pertenezco a mi contrario
en toda la extensión de su rechazo,
del cuello a la metáfora
y hasta la médula, gloriosamente.
Recito obscenidades espantosas,
diseño estratagemas conceptuales
que son como estrategias comerciales.
Me vendo por un plato de lentejas.
Acepto el guante blanco
de la mano que tuerce
la elegante carrera de la pluma.
Amo a mis enemigos.
...
Amo la sobriedad de la palmera,
la longitud terrestre del ciprés,
el tallo amanerado de la rosa.
Por inútil que sea,
afronto su dialéctica hermosura,
su naturalidad desenfrenada.
Está en el escorpión -el puro nervio-
y está en mis puños débiles,
¡iracunda genética,
sangre arrebatadora!
...
La belleza es verdad, pero no es bella.
Esto lo dice Keats, el prodigioso,
el de la bella urna
y el pasaje bucólico.
Yo le digo que es cierto al señor juez,
me cuadro ante el sargento analfabeto,
reverencio al obispo calavera,
y me quedo tan ancho y tan invicto.
Será que no está escrito sobre el agua
mi nombre potencial.
Será que terminó la liquidez
de mis cifras redondas,
que comienzo a dar lástima, que infundo
pavor a las muchachas rubicundas.
(Perdura la vasija inexplicable.
En su interior, un gato medio muerto,
una página escrita y otra en blanco
para hacer garabatos o dibujar a dios.)
¡Sacadle buenas fotos al cuenco delicado!
y exponedlas con pies altisonantes,
poetas literales.
Detallad su grandeza y no su vacuidad,
aplaudid el dibujo geométrico,
celebrad el selecto colorido,
la liviandad sensible de las formas,
que yo lo llenaré de ceniza caliente
y lo preservaré de miradas adultas
en un nicho reseco y aterido.
despedida y cierre
Replegado me hallo
en esta portentosa hexagonía,
acariciando el eco de una leve barbarie.
Metafísicamente cabizbajo,
manirroto del fajo europeo,
de los yenes que fluyen como dólares
en un sádico zoom acaudalado.
Una pluma de Vurt, un canuto de polen,
una inyección bumsónica
en la línea lisérgica del bajo.
...
Establecido el ámbito del sueño,
con alambradas hechas a mi altura,
aterrizo en la incógnita
y despejo las dudas acerca de mi voz.
Me voy descomponiendo.
...
Descomponiendo el gesto hasta la náusea,
sacando pecho y revelando facha,
el careto del asno, los modales del Rey,
la medrosa prestancia del fugitivo, el don
de adivinar el pensamiento de las montañas y los bosques.
En concreto, la epítome del verbo,
el compendio, la Suma magistral.
En efecto, la glosa del soneto,
la Oda simultánea.
¡Aplaudid con orejas de soplillo!,
menesterosos líderes mensuales,
acompañad con palmas al artista.
Que estoy dispuesto a dar la martingala
con la radiografía de mi pelvis,
la lata con la fea biopsia de mi hígado.
¡Voy a daros el día, desgraciados!
...
Proclive, como soy,
a la grandiosidad de la pirámide,
escribo para no tocar el cielo,
para tener un FIN.
...
Estoy dispuesto a usar cualquier tecnología,
desde el hacha de sílex
hasta el hacha española de Felipe,
la quijada, la honda, el misil de crucero,
y desde el catalejo al telescopio,
para salir ileso de este aprieto,
este sucio negocio familiar
de vivir y engendrar mala semilla.
No en vano vivo al sur del underground,
en un fenomenal estereotipo
de uralita y latón
con vistas panorámicas al reino celestial:
carpinteros en huelga, querubines mendigos
y vírgenes fregando oficinas siniestras.
Mi determinación es apostólica,
mi aplicación, bastarda, curtida en la herejía.
Digo que estoy en racha. Digo que soy capaz
de rodar el menor cortometraje,
la escena de interior más sobrecogedora,
de escribir Biblia y media en la cabeza
de un alfiler dorado y en su brillo.
Desterrado me hallo
en esta claustroforma de lo Calabi-Yau,
reducido a mi mundo subplankiano,
el inframundo del pequeño ser,
cronometrado dédalo
de múltiples y extremas dimensiones,
donde las cosas son lo que parecen
y no parecen ya tan numerosas.
...
En la secuencia madre,
se me desata el nudo del zapato derecho,
también el del izquierdo... ¿simetría,
o tránsito azaroso? Pedidme explicación.
(Hojas secas colapsan
mi supersónico reloj de arena;
la jornada se alarga,
onda de femenino contratiempo.)
El cuerpo pide auxilio, preso en su incertidumbre,
hueco de gravedad,
y aquel soplo que fue
se diluye en un campo de probabilidades,
en un plano que engulle la existencia
y se extiende global por el vacío.
Soy objeto de estricta observación,
carne de máxima seguridad
-¡yo, que moví el peón de Ferdydurke
en la crucial partida del destino!-,
más que nada, por ser extravagante
y por llevar con ánimo sereno
atados-desatados los zapatos...
¡Oh, lánguida ecuación!
...
¿Objeto yo?, que anduve por las ramas,
que me anduve, sinónimo del hombre,
por la selva fungosa,
todo un Lovecraft opiáceo,
un impulso sereno,
con mi angosta fracción de poderío.
Yo, sujeto a la Ley,
carne de horca, de cañón, ¡de buey!
-porque de buey es la tirada padre-
digo que soy sujeto y predicado,
frase completa, fase de la Luna,
clase de cuerpo en órbita inaudita
(he predicado en el desierto, he dicho:
venid a mí, acercaos,
acudid de las prósperas regiones
y de los municipios decadentes,
que tengo una verdad en almoneda).
...
Soy, evidentemente, un ser humano,
aunque de una manera impersonal,
remedo de Sinatra
pasado por el ágora de Lee;
un bewatermyway aleatorio
conservado en glamour.
Un ser humano en parte y en parte Oliver Twist.
Un ser humano aparte, una parodia,
suave remix de melodía y ruido
o la banda sonora del grumo primordial,
el hit más reluctante de la historia.
Mi especie encuentra vías de extinción,
Vías Lácteas, Andrómedas rivales,
meteoritos ebrios de poder destructivo
nacidos para el cráter y la gloria,
y pierde la cabeza por un metro de luz.
¡Menudo carpe diem!
O sea, que suspiro por el arte,
me pirro por la báscula del genio,
aburro a las ovejas con el fardo pesado
de mi lírica floja.
episodio segundo
Es que vine en misión humanitaria,
escoltado de cascos azules y palomas,
en caudaloso séquito,
piadosa comitiva.
Más allá, nada sé, nada me consta;
siento amor, siento frío, me constipo,
me destapo, me arropo, me contemplo,
me arruino en los casinos de Las Vegas
o hago el ridículo en la caja tonta
liberado de sombras y prejuicios.
Como un lugar común -expansionista
en sus planteamientos,
en su mediocridad, tan aplastante-,
como un tipo normal y, sin embargo,
entregado a la industria del estilo,
a la caligrafía de lo ausente.
Así que tengo el aire de los que saben poco,
y llevo una chaqueta desastrada
y creo que soporto una cierta tensión.
...
Sentenciado a cadena alimentaria
por un juez con birrete de McDonald’s.
Depredador convicto que sorprendo
al llano insecto como al Ave Fénix.
Culpable yo por excelencia. Culpa
plena la mía por antonomasia:
de mi geografía sinuosa,
fosas nasales, fósiles intactos,
columnas, médulas de cuerpo entero,
para perderse en ellas,
ríos de impura sangre;
de mi claro defecto de conciencia
que me aparta del género de cosas
que se viene a pensar cuando se piensa;
de mi falsa tragedia,
mi repugnante credibilidad.
Así que tengo el aire en los pulmones
y no sé si lo expiro con suficiente fuerza
(no sé si ya expirando,
asiéndome a la vida con exigente angustia
o aprendiendo a volar,
lleno de pájaros en la cabeza).
En la ciudad de la respiración,
habito en un palacio de hojalata
-¡oh, principesco lumpen!-
agotado del orbe campesino:
un paria residual,
descastado de oficio,
a punto de llegar a fin de mes,
amarillo de fe,
hecho un infame Adán
diametralmente opuesto al Paraíso.
...
Sujeto, pues, al célebre romance,
a la desafección pecaminosa
y a todos los escándalos del verbo.
Buscando un nombre propio,
algo como Jesús de Nazaret,
o como Leonardo, algo sencillo,
para poder pensarme con soltura,
para poder soñarme
alzado en armas contra el movimiento
del honrado destino,
arrasado por místicos ejércitos
con máquinas de guerra espiritual.
¡Ah!, devuelto a la vida,
de nuevo emparentado,
primo segundo, ¡padre!,
padre de una nación de sueños rotos.
Porque soy lo que anuncio, sin subterfugios vanos,
soy lo que dice el rostro,
lo que se dice un rostro pálido y deprimido,
mármol, barro y silencio.
Y no me tengo en demasiada estima
y no soy presa fácil del espejo.
...
Si evito en lo posible el cristalino enjambre,
que prodiga su raudo desenlace
de ojeras y feísimo pudor
sobre mi carpa de color sombrío,
es a causa de cierta vanidad,
que sin contemplaciones, ni miramiento alguno,
acreciento mi envidia
por los seres alígeros de Stoker
y las deformes ánimas de Poe,
que rehuyen el turbio y desigual contacto
del pulcro fehaciente.
El peso de la personalidad
avasalla los hombros de los hombres,
produce siervos, reos de sí mismos,
abruma con su larva disolvente.
...
Sospecho que se lleva en los cenáculos
algún maximalismo inoperante,
por cuanto que me atrevo a sostenerlo
proclamando mi serie natural,
la singular nomenclatura que se refiere a mi linaje,
la terminología que contiene mi esencia.
Sucede que disiento de la rosa,
discrepo del amor, me doy de baja
en la seguridad mental y abjuro
del colosal ascenso a los altares
que practican los ángeles del pueblo.
Estoy vigente, puede que maduro,
acaso de candente actualidad,
y poseo la audacia y el mal gusto precisos
para enmendar la plana del satélite
y predecir el clímax con rigor.
...
Llegó la Primavera deliciosa
y fue victoria estrecha de la hiedra
que trepó por mi voz tarareando
una de grandes éxitos del folk.
Hoy hace Stalingrado en mi desierto
y me vienen arcadas de hip-hop,
la ópera del barrio, interpretada
por Nas y Foxy Brown.
El rap quema en las venas como un chute de speed
que, alternativamente, debilita y consuela,
y es un flash de actitud lo que acontece,
lo que arrecia en aludes que me aluden
y en turbiones que enturbian mi razón.
Soy el frente nuboso, la borrasca,
la tormenta de ideas a la inversa,
soy -¡abrid los paraguas!- la ventisca,
y soy la bestia negra que le planta
cara a la profecía de la luz.
...
¿Objeto yo, que vengo de prestado,
que vivo de prestado y en la deuda
(quiero decir que vivo con la duda),
que duermo con la duda omnipresente,
sumergido en un mar de dudas frescas
y de proezas experimentales?
Objeto... ¿de qué mente luminosa,
de qué enfermiza y trémula ansiedad,
de qué fabulación invertebrada?
Objeto de placer, como la rabia
que se complace en torpes desatinos
y retiene en su seno el desconcierto.
Divino por los siglos de los siglos,
con un toque romántico.
Más dado al esperpento de las nubes
que a la solemnidad de la pobreza.
Injerto que me siento y soy el árbol
talado a medias tintas por el viento.
¡Qué ingenuidad la mía!,
qué intensidad de estigma me conmueve
hasta la saciedad de la palabra.
Obsesionado apenas con el franco
devenir de las eras, puesto a prueba
por científicas hordas de doctores sin causa,
héroe postergado, indigno y débil,
¡Aquiles del pecado!,
¡Ájax de la ignorancia!,
atlas de universal idolatría...
en el principio
Ojo a mi forma de pensar en alto;
sepamos de que voz tengo la culpa.
En el principio, el ruido del amor
era ruido de olas,
sangre rompiendo contra hueso y fibra,
saturados los ojos de su quietud agreste,
su turbulencia agnóstica, su credo.
Dogmas y parabienes
ardían en la pira del cautivo pasado.
Cada vertiginoso impulso suponía,
entonces, en el cálido principio,
una renovación de voluntades,
una esperanza más.
Después, se fueron mitigando solas
las alegrías injustificadas
y fueron sucediendo los fracasos,
primero los soeces, luego los infinitos.
Ahora, todo es ahora y siempre,
en el preciso instante en que la vida fluye
y alcanza los suburbios del futuro.
Es extraño este ciclo,
es rematadamente original
esta precariedad de materiales.
Ahora, las canciones
y las separaciones en un solo organismo,
en un solo despacho de dolor.
¡Matad al mensajero!
-matemos a la vida, en equilibrio
sobre una piedra oscura,
y negociemos luego con la sombra-.
Ahora, todo es definitivo,
desde el pulgar de la melancolía
al meñique castrado del recuerdo,
la noche que no existe,
el falso amanecer
que ya no simpatiza con la fiebre.
...
Sujeto a la corriente de mi Hudson salvaje.
¡Stigman redivivo!,
el pequeño judío con trozos de ignominia
colgando de los labios. Como Ira,
sumido en la colmena del incesto,
verificando el drama familiar
a golpe de versículo cerrado.
Ingenuo yo-de-mí...
Los años muertos
no resucitan ánimos perdidos.
Ángulos imposibles,
en esta nanoforma de lo Calabi-Yau,
polígonos atroces,
vórtices malsonantes,
varices en la urdimbre del espacio;
personas escondidas
entre los pliegues fijos de la realidad:
un notario, un cartero,
una radiante prostituta enferma,
ajenos por completo a mis pasiones,
hologramas vacíos,
personas bélicas, personas físicas,
y toda una panoplia de personalidades,
del espectáculo, de la farándula,
de la crónica negra,
a razón de un millar de Mr. Hyde
por cada Jeckill noble y desarmado.
Aquí, conmigo. Tantos y tan mal avenidos.
Congreso de poetas
aupados en la mística sublime,
¡usurpadores de la exactitud
que viene a cargo de mi letra exacta!
Me quieren describir, y no me dejo.
Escapo por la orilla de la muerte,
discrepo del sentido
y me confundo con las amapolas
y con un triste girasol Van Gogh.
¡Alardeo, no más!
Resucito, siquiera, vago espectro,
esquelética viga, trago amargo,
hueco para las lenguas afiladas
de los aficionados a la copia.
Aquí, donde la nada se aparece
y no parece ya tan divertida.
el tránsito divino
Mi silueta se expande devorando manzanas
de luz azul y mares superiores,
mi sombra promociona al ultravioleta.
Recorro salvas partes de la tierra
(acantilados níveos, valles adversos, húmedas
selvas de vegetal parafernalia)
encaramado al mito;
la jauría detrás, pisando fuerte,
la bóveda mutante por encima,
alrededor, el hábitat.
La potencia del suelo
y mi velocidad escapatoria,
mi cobardía enérgica,
unidas en un pacto saludable,
baja alianza entre el honor y el miedo,
contubernio de buitres y gusanos.
...
Estoy dispuesto a hablar con las paredes
y con los tiros largos de la cresa fortuna.
Quiero hablar por los codos,
decirlo casi todo,
saquear los archivos del estado,
arracimarme, anquilosarme entero,
orgulloso del poso de mis heces,
el peso de la púrpura canina,
la cruz estrafalaria.
Me voy acostumbrando
a pasar por el ojo de la aguja
con cien gramos de nieve en los zapatos
y una sonrisa estúpida en la cara.
Desayuno fronteras
con la espalda mojada por el sudor contrario,
cruzo las líneas rojas
y teorizo acerca de la tercera vía
al modo proletario
del hambre popular que me gobierna.
Hambre de soledad,
hambre carnívora de mucho tiempo
(...dice que no ha comido y tiene hambre,
la pata de la mesa, el crucifijo
dice que no ha comido...),
de mucho espasmo abdominal
-famosa contractura-
a ras de tierra y más abajo, al fondo,
en el abismo contagioso, adentro.
...
¿Quién no adora becerros
-me pregunto en un rapto de perfidia-
de misericordiosas proporciones?,
neumáticos becerros
cebados en las granjas de la bit generation,
becerros ideales
que sueñan con ovejas descarriadas,
inicuos portadores
del virus del estilo de vida americano.
¿A quién le amarga un dulce, a fin de cuentas?
¿Quién no se ha atiborrado, a grandes voces,
de creencias estériles, premisas
que son lobos con pieles de cordero?
¿Quién no ha creído en Dios alguna vez?
...
Objeto preferente
de la ayuda social
y los programas de reinserción.
¡Dejad que las falanges solidarias
me acerquen el abrigo
y se ocupen por fin de mis imperfecciones!
(avanza la legión caritativa,
la brigada indecente de los limpios de espíritu,
las banderas piratas desplegadas al viento,
arrancando los vítores
de las señoras de mayor edad).
¡Al microscopio han de verme esos canallas!,
han de ver mi arquetipo monstruoso
para que se les quiten las ganas de Calcuta
por una temporada en el infierno.
Que me den mi cartilla, la de razonamiento,
que me llenen el buche de sofismas
-ya los descartaré con mi libre albedrío-,
pero que no me pidan la limosna
desde su limusina preferida,
que no me cambien tanto la liturgia,
sutilmente embriagados
en sus diez mandamientos de farol.
He de ser objetivo en este lance
de mi resurrección.
¿Lázaro?, ¿Lazarillo?
Ahí el dilema, la instrucción absurda
en el manual del electrodoméstico
o la severidad del realismo mágico.
Abrupta encrucijada,
pésimo desfiladero,
una cinta de Ford o las Termópilas;
el caso es que la sangre llegue al río.
Porque soy el trivial antagonista,
el personaje gótico de la novela negra,
el tipo menos duro del reparto,
y me horroriza el frío
que retorna a su origen, crisolado y sincero.
Pues soy la no-persona,
la que percibe y siente de manera distinta
-¿un sentimiento cuántico, tal vez?-.
Mi observación profunda no distorsiona el rumbo errático
de la materia, apenas ensombrece
algún atisbo de realidad.
Lo que ven las personas es más convencional.
Son malos traductores
que añaden la belleza como azúcar
a sus composiciones de lugar.
¡Ah!, su belleza es inexacta, bebe
de lo existente, pero sabe a poco.
Es lícito culparla
incluso de la crisis moral del electrón
-el átomo es también de la familia-,
es legítimo hacerla
reconocer su cósmica osadía:
simplemente, es culpable de ocultar la verdad.
exhortación
Hay personas que sufren, por lo tanto;
su desaliento es parte de la vida
que atesoran los cálices,
es parte del deseo
que trepa por los muros de la cárcel
y luego desemboca
en ominosos actos de clausura,
ligeros accidentes
que son imprevisibles fauces escritas en idiomas muertos.
Personas que devoran los momentos
y se ofrecen ingrávidas
al plúmbeo vendaval de la memoria.
Individuos contantes y sonantes,
propensos a la singularidad,
cayéndose en sus propios agujeros,
librando guerras con tribal encono
contra la nulidad de sus acciones.
¡Esclavos consagrados al esfuerzo!,
reliquia universal, antecedentes:
mujeres en la línea de salida,
hombres de corazón uniformado.
Os digo, gente amable:
no ha de bastaros la violencia del ciego impulso colectivo,
no será suficiente vuestra rabia,
las fábricas, las máquinas,
las válvulas ungidas de poder,
para desarrollar
una sola frecuencia inalterable,
una sola presencia entre las sombras.
Oh, seres de otros mundos,
vuestro desánimo sepulta cielos,
desorganiza flores
y arranca marejadas a la luna.
Habéis perdido el sitio a la diestra del padre,
el puesto ejecutivo,
el salario del miedo,
y no tenéis, poetas,
otra necesidad que la conciencia.
Acumulando ingenio en un rimero absurdo
que picotea nubes
y desafía sordas entidades.
¡Qué manera de ser os paraliza!
...
Tantas personas que lo son de veras
y yo por esta senda catastrófica,
esta vena solar,
este circuito abierto al contratiempo,
midiéndome los pasos con la escuadra
-Sísifo que resuella-,
arrancado del suelo y arrastrado
por el volumen y la sed del agua.
Desde los sumideros de la historia,
os repito, poetas, raza humana,
género ambiguo y género cordial:
vuestra forma es la forma del vacío.
episodio tercero: de los sueños
Releo a Roth -es un decir, llamadlo sueño, no me importa-
y me impregno del ansia y el sudor
de la prosa real:
no lleva poesía en los bolsillos,
la encarcela, no lleva versos sueltos,
ni se abona al estrépito y la furia.
Apelo a Salinger indescifrable
y me salpica el sórdido cortejo,
la sensación cobarde del suicidio
vulnera mi prudencia
con el estilo anónimo del viento,
inapelable lengua.
Ellos sí me describen; venerables cupidos,
hallan la diana con furtivo acierto,
liberando endorfinas y puñales
en la fosa durmiente de mi entraña.
Con una multitud de caracteres,
ellos sí me enarbolan estandarte.
Ellos sí que le echan un vistazo al abismo.
¡Ah!, castillos de arena que construyo,
desmayos de profunda hierbabuena,
hojas de hierba roja, casi color ceniza
-un hechicero Sioux,
quizá, cada partícula de Whitman-.
Es mi naturaleza, mi tolerancia cero
a la insociable técnica del arte.
Nada que me resuelva.
Nada que le confiera primacía
a mi siniestra posición de ataque.
...
Entre los peces plátano
que habitan en las márgenes del Hudson
son corrientes los chistes de judíos.
Una frase compleja y estilosa,
un extracto de aspecto transparente
asociado a la nórdica rutina
de los glaucos paisajes.
¡Qué mecánica astuta!,
qué manera brutal de celebrarse,
¡salve al brillante jibarizamiento
de la obra completa y sus apéndices!
Me alzo con la víscera del éxito,
la copa y la nariz alicatada.
Así me sobrepongo
a la tara dorsal de mi ascendencia,
el drama secular
que subyuga mi línea sucesoria.
Sin móvil ni automóvil,
¡inmóvil! y con rango de comandante inerte.
Exento del hedor que arroja la fatiga,
del orgasmo podrido de confianza,
de la jornada laboral, del paro,
del Primero de Mayo, del convenio,
del Caribe, de Roma, de París.
Excéntrico y la conmiseración,
en resumen, un serio hijo de puta.
...
El artista no puede
aprehender la esencia de la piedra
si no se inmoviliza en un sentido,
si no sale a la vida en punto muerto.
Y yo, que no pretendo masas críticas,
sino meros planetas,
he olvidado el latido jubiloso
para recuperar una sola palabra.
...
Pero, volviendo a Gombrowicz
-que no me dice ni grotescamente-
y su literatura del exilio,
de vuelta a Fryderyc, el asesino,
a Filifor sintético
y su Antifilifor enajenado,
he de admitir que entiendo sus animadversiones,
su natural reserva,
que las abarco en plácido conjunto,
y, en soberana pléyade,
las adopto y las llamo
por el cumplido nombre de la rosa.
No por nada, reviento antipersona,
que me explayo y prorrumpo,
locuaz, en la medida de la roca,
pero cierro los ojos en cascada
al contacto del mínimo destino.
Mi recto proceder es sacrilegio,
mi acción, la acción del verbo,
mi oficio, de pintor de lunas claras...
¡Acto de amor y acto de servicio!,
rindiendo a pleno ser sin estar muerto.
A pleno sol rindiéndome a la vida,
con las manos en alto -¡es un atraco!-
y temblando al desgaire de cintura
para abajo con tísico vigor.
...
Son vísceras los astros luminosos,
puntos fijos de encuentro con la noche.
Un secreto rubor de continuo talento
alarga su influencia sobre mí.
Y yo, que tengo un alga en el cerebro,
algo desde las sienes turbulentas,
un alien en la mente,
cancelo las visitas al psiquiatra,
me inyecto una vacuna inofensiva
y salgo a la vergüenza de la tierra.
Expongo mi tamaña mansedumbre,
puesta la vista en horizontes amplios
como minúsculas eternidades.
¡Es una indigestión de paraísos!
lo que me traumatiza,
lo que desarticula mi sistema.
(En mi nuevo diagnóstico:
felonías diversas,
docudramas fiscales
y lunáticas damas
esclavas de la cólera de dios.)
miseria (el think tank de la parada del autobús)
Lou Reed está sonando a metadona
mientras vuelan las tejas de la iglesia
arrancadas de cuajo por el viento;
‘Rock and Roll Animal’.
Las cucharas preparan picos pardos,
las cucarachas muestran antenas parabólicas,
y algunos zombis salen de paseo
montando apocalípticos caballos.
Los chicos han abierto sus bares clandestinos,
y siempre son las tres de la mañana
en esta pesadilla a reacción.
Levita la ciudad sobre un campo desierto,
extendiendo sus alas de pegajoso asfalto
-¡qué gráfico poder de mil motores!-,
sus garras entintadas en lujuria.
Las campanas repican con la trémula pauta
de la homogeneidad universal.
Los espejos son túneles del tiempo
que devuelven retazos de nostalgia.
Ya no es más el cristal, es la caverna
y el rechinar oblicuo de los dientes.
...
Conviene hacerse a un lado de la historia
cuando vienen mal dados los silencios:
es lo que tiene el sueño del amor.
Convivo con la ciencia en un arco frenético
de sentimientos dulces,
dardos que son cadenas o florecidas pértigas,
espectros comensales,
invitados carentes del obligado tacto
que investigan mi seco estiramiento
henchidos de recelo policial.
Sepulturero Jones y Ataúd Johnson
cachean a Easy Rawlins en Los Ángeles.
El jazz hace manitas con el soul.
¡Serán escaramuzas de la Forma!,
batallitas de ancianos resentidos,
pero aquí se combate con la espada,
se mata por la espalda y a traición.
Aquí crecen los árboles cadalsos
(teoría de cuerdas sin futuro),
las malas yerbas y los reyes godos,
maduran las acequias,
florecen los guantánamos a bulto,
los antros de severa perdición.
Aquí, donde las tumbas se cotizan
como jodidas plazas de garaje
porque la tierra es toda un camposanto,
donde los cuervos silban
pasodobles y marchas militares,
es costumbre morirse por los cuatro costados,
¡dirán que es una rígida manía!
...
Sin argumentaciones ni coherencias vanas
y sin ningún respeto por lo tradicional;
sin moderneces propias
de colegialas rubias y modernas.
Sin alitas de pollo.
¡Sin muslos en la sopa!, ¡sin los muslos!
¿Qué vais a hacer ahora desmuslados,
oh hábiles poetas?
Tremendas poetisas vaginales,
¿qué vais a hacer ahora?
Yo tengo la respuesta -el micro es mío-,
y la tengo en la punta de la lengua:
podéis iros al cuerno.
La nave va, sin timonel ni acento,
con los pies por delante, si hace falta,
que si hace falta silba su fineza
y las velas se hinchan
y resoplan los picos y las palas
para horadar el agua tenebrosa.
...
Es la Obra, sin tema ni concierto,
la destrucción de la filología
(o su deconstrucción, que dirían los ínclitos),
la bancarrota del significado
y la gran depresión, el crack bursátil
de los enteradillos más capaces.
Es el texto no comment,
el poemario esdrújulo
-no hay por dónde cogerlo-,
que despedaza ensayos
con lacia pirotecnia sustantiva
-degenerado metro-
y pone a cada uno en su lugar.
...
Hablé con un artífice del giro inesperado,
que me midió el spin en un momento
(que ni siquiera down, ni de los cortos:
el quark llamado ZZ-Top).
Soy Bartlevy, le dije, y, por lo tanto,
preferiría no tener que hacerlo.
¡Que me esperen sentados!, que no esperen
piedad de mi anterior benevolencia.
El ansia es genital que me domina,
la soledad es tal que no se adorna,
el alba no se tiene de rodillas.
Y yo descabalgándome en el acto,
deshidratándose mi sentimiento,
titulado Miseria mi capítulo.
enésimo episodio: de la belleza
¡Oh Saga, estirpe, rama poderosa!,
iniciativa, origen,
¡alma fortificada!,
¿no ha de bastar el eco de tu llanto,
no es suficiente sólo con tu espíritu?
Creía que la herencia y era el vuelo,
estaba equivocado y era el Sol.
Aún no había deshecho las maletas
y ya daba la vuelta en el espejo,
un aluvión de espinas.
Así que pertenezco a mi contrario
en toda la extensión de su rechazo,
del cuello a la metáfora
y hasta la médula, gloriosamente.
Recito obscenidades espantosas,
diseño estratagemas conceptuales
que son como estrategias comerciales.
Me vendo por un plato de lentejas.
Acepto el guante blanco
de la mano que tuerce
la elegante carrera de la pluma.
Amo a mis enemigos.
...
Amo la sobriedad de la palmera,
la longitud terrestre del ciprés,
el tallo amanerado de la rosa.
Por inútil que sea,
afronto su dialéctica hermosura,
su naturalidad desenfrenada.
Está en el escorpión -el puro nervio-
y está en mis puños débiles,
¡iracunda genética,
sangre arrebatadora!
...
La belleza es verdad, pero no es bella.
Esto lo dice Keats, el prodigioso,
el de la bella urna
y el pasaje bucólico.
Yo le digo que es cierto al señor juez,
me cuadro ante el sargento analfabeto,
reverencio al obispo calavera,
y me quedo tan ancho y tan invicto.
Será que no está escrito sobre el agua
mi nombre potencial.
Será que terminó la liquidez
de mis cifras redondas,
que comienzo a dar lástima, que infundo
pavor a las muchachas rubicundas.
(Perdura la vasija inexplicable.
En su interior, un gato medio muerto,
una página escrita y otra en blanco
para hacer garabatos o dibujar a dios.)
¡Sacadle buenas fotos al cuenco delicado!
y exponedlas con pies altisonantes,
poetas literales.
Detallad su grandeza y no su vacuidad,
aplaudid el dibujo geométrico,
celebrad el selecto colorido,
la liviandad sensible de las formas,
que yo lo llenaré de ceniza caliente
y lo preservaré de miradas adultas
en un nicho reseco y aterido.
despedida y cierre
Replegado me hallo
en esta portentosa hexagonía,
acariciando el eco de una leve barbarie.
Metafísicamente cabizbajo,
manirroto del fajo europeo,
de los yenes que fluyen como dólares
en un sádico zoom acaudalado.
Una pluma de Vurt, un canuto de polen,
una inyección bumsónica
en la línea lisérgica del bajo.
...
Establecido el ámbito del sueño,
con alambradas hechas a mi altura,
aterrizo en la incógnita
y despejo las dudas acerca de mi voz.
Me voy descomponiendo.
...
Descomponiendo el gesto hasta la náusea,
sacando pecho y revelando facha,
el careto del asno, los modales del Rey,
la medrosa prestancia del fugitivo, el don
de adivinar el pensamiento de las montañas y los bosques.
En concreto, la epítome del verbo,
el compendio, la Suma magistral.
En efecto, la glosa del soneto,
la Oda simultánea.
¡Aplaudid con orejas de soplillo!,
menesterosos líderes mensuales,
acompañad con palmas al artista.
Que estoy dispuesto a dar la martingala
con la radiografía de mi pelvis,
la lata con la fea biopsia de mi hígado.
¡Voy a daros el día, desgraciados!
...
Proclive, como soy,
a la grandiosidad de la pirámide,
escribo para no tocar el cielo,
para tener un FIN.
...
lunes, 10 de mayo de 2010
Obama
No votarán en blanco los poetas cabizbajos del Bronx,
por una vez, no votarán en blanco, como han votado siempre,
también cuando dejaba de importarles el nombre de la bestia
y evitaban las urnas transparentes, y los espejos líquidos
de las televisiones, y los diarios demócratas, y el cine,
devotos de una forma de justicia poética distante
del afamado trébol que establece la suerte de los débiles.
Ha sido derrotado en la batalla, pero vive en las calles.
Jim Craw sigue campando por su infamia en las calles desiertas
de los pulcros suburbios que rodean el centro de las urbes,
en una mano el látigo candente, una Biblia en la otra,
arcángel mercurial que se dijera tronchando el Paraíso,
levitando en el aire envenenado, en la nube de smog
que retuerce el gaznate de las sombras caídas en desgracia.
Al sur del Polo Norte, el sur en guerra, de Boston a Miami.
De Vietnam en Vietnam, atiborrándose de niños en peligro,
de ciudades y aldeas miserables ahogadas en la piedra,
El Hacha Cautelar -arma homicida de todos los imperios-,
luz que frecuenta hogares sin retorno, desesperada luz
que avanza entre amapolas verticales y panteones rubios
para morir de éxito en la noche completa de los hombres.
Ningún poeta pierde la memoria, ni dedica canciones
al genio americano, ninguno exalta la gesta innecesaria,
la sanción inhumana, la barbarie del Cuerpo de Marines.
Prefieren contemplar el heroísmo de los críos descalzos
que deambulan con sus cicatrices por entre los escombros,
sobrecogerse ante la flor marchita de los viejos mercados
o recitar con alma el verso muerto que exige la cordura.
Prefieren escuchar a Nasir Jones (‘...ten years in the game...’)
y escribir sobre el agua sus pequeños capítulos de gloria,
o componer baladas imprevistas, odas a la vergüenza,
poemas a bocados, dentelladas, tragaderas y fauces,
letras universales que revuelvan la impura sopa Campbell
de los seres felices, con sus máquinas ebrias de poder
y sus atolondrados rascacielos que irritan a los dioses.
No votarán en blanco los poetas efímeros de Harlem
(¡ni el rabino de Brooklyn!), ni siquiera las muchachas neumáticas
que investigan la rima en los jardines agónicos de Queens.
Publicarán artículos de impacto en la sucias paredes
e irán a ver las últimas películas del cine independiente
con una gran sonrisa candorosa crujiendo entre los labios
y la satisfacción de ser un pueblo al mando de sus sueños.
por una vez, no votarán en blanco, como han votado siempre,
también cuando dejaba de importarles el nombre de la bestia
y evitaban las urnas transparentes, y los espejos líquidos
de las televisiones, y los diarios demócratas, y el cine,
devotos de una forma de justicia poética distante
del afamado trébol que establece la suerte de los débiles.
Ha sido derrotado en la batalla, pero vive en las calles.
Jim Craw sigue campando por su infamia en las calles desiertas
de los pulcros suburbios que rodean el centro de las urbes,
en una mano el látigo candente, una Biblia en la otra,
arcángel mercurial que se dijera tronchando el Paraíso,
levitando en el aire envenenado, en la nube de smog
que retuerce el gaznate de las sombras caídas en desgracia.
Al sur del Polo Norte, el sur en guerra, de Boston a Miami.
De Vietnam en Vietnam, atiborrándose de niños en peligro,
de ciudades y aldeas miserables ahogadas en la piedra,
El Hacha Cautelar -arma homicida de todos los imperios-,
luz que frecuenta hogares sin retorno, desesperada luz
que avanza entre amapolas verticales y panteones rubios
para morir de éxito en la noche completa de los hombres.
Ningún poeta pierde la memoria, ni dedica canciones
al genio americano, ninguno exalta la gesta innecesaria,
la sanción inhumana, la barbarie del Cuerpo de Marines.
Prefieren contemplar el heroísmo de los críos descalzos
que deambulan con sus cicatrices por entre los escombros,
sobrecogerse ante la flor marchita de los viejos mercados
o recitar con alma el verso muerto que exige la cordura.
Prefieren escuchar a Nasir Jones (‘...ten years in the game...’)
y escribir sobre el agua sus pequeños capítulos de gloria,
o componer baladas imprevistas, odas a la vergüenza,
poemas a bocados, dentelladas, tragaderas y fauces,
letras universales que revuelvan la impura sopa Campbell
de los seres felices, con sus máquinas ebrias de poder
y sus atolondrados rascacielos que irritan a los dioses.
No votarán en blanco los poetas efímeros de Harlem
(¡ni el rabino de Brooklyn!), ni siquiera las muchachas neumáticas
que investigan la rima en los jardines agónicos de Queens.
Publicarán artículos de impacto en la sucias paredes
e irán a ver las últimas películas del cine independiente
con una gran sonrisa candorosa crujiendo entre los labios
y la satisfacción de ser un pueblo al mando de sus sueños.
la voz sobre el silencio del poeta
Sobre el rumor sedante de la fronda,
si fértil de vertientes el terreno
y de altos trinos el ambiente pleno
(y de hondo llanto su región más honda).
Sobre el suspiro en flor de La Gioconda
-que a ningún corazón resulta ajeno-
y el chasquido infantil de su veneno
(y el género de dudas que le ronda).
Sobre el clamor antiguo de los mares,
el eco de holocaustos estelares
y el elíptico impulso del planeta.
Y por encima de cualquier sonido,
hasta del propio y rítmico latido,
la voz sobre el silencio del poeta.
si fértil de vertientes el terreno
y de altos trinos el ambiente pleno
(y de hondo llanto su región más honda).
Sobre el suspiro en flor de La Gioconda
-que a ningún corazón resulta ajeno-
y el chasquido infantil de su veneno
(y el género de dudas que le ronda).
Sobre el clamor antiguo de los mares,
el eco de holocaustos estelares
y el elíptico impulso del planeta.
Y por encima de cualquier sonido,
hasta del propio y rítmico latido,
la voz sobre el silencio del poeta.
a veces tengo nada que decir
A veces tengo nada que decir
y lo digo con todo en la garganta.
Son esos nombres propios de las cosas
que me inducen un débil entusiasmo.
A veces se me ocurren los silencios,
trascienden la muralla de la voz
-no salen de mi asombro
y reinciden en su noble abismo-.
Por cierto que no finge la miseria,
que los sucesos no se escandalizan
ni se ofenden las rosas.
A veces tengo un algo en el espejo,
un aire de saber lo que me digo,
una fatalidad ajetreada.
y lo digo con todo en la garganta.
Son esos nombres propios de las cosas
que me inducen un débil entusiasmo.
A veces se me ocurren los silencios,
trascienden la muralla de la voz
-no salen de mi asombro
y reinciden en su noble abismo-.
Por cierto que no finge la miseria,
que los sucesos no se escandalizan
ni se ofenden las rosas.
A veces tengo un algo en el espejo,
un aire de saber lo que me digo,
una fatalidad ajetreada.
sostiene Poesía...
Sostiene Poesía la única batalla
en que los muertos hablan con voces resonantes.
En la guerra del tiempo hay quien no da la talla
y hay quien da la medida del ahora y del antes.
La ley que preconiza mi pluma generosa
establece el derecho del llanto al desgobierno,
impone servidumbre de inocencia a la rosa
y al verso los deberes de ser nuevo y eterno.
Diseño un leve caos, mientras el sol me arrulla,
entresacando claves del cielo estremecido
-protesta Poesía, aunque la culpa es suya
por haberme dotado de forma y contenido-.
¡Oh, espejo predilecto de los amados dioses,
fuente testimonial, inmaculada vía!,
no dejes de asediarme, no cedas, no reposes
hasta ver culminada tu obra en mi porfía.
El trabajo consiste en componer ausencias,
el descanso en tomar conciencia creadora,
la paga es una suma de todas las carencias
y el soñado retiro siempre llega a deshora.
Satisface, no obstante, ser la llave maestra
que, de Naturaleza, abre los mil cerrojos
y también se agradece poseer mano diestra
para escribir al mudo dictado de los ojos.
Se desanima el fuego, torna a su vieja infancia
de veloz movimiento y oscuridad remota,
ante el fulgor nativo de mi primera instancia,
la palabra radiante de inaccesible cota.
Desfallecen los hielos del ártico incorrupto,
los témpanos ardientes se desmayan de frío,
y las cumbres padecen el fenómeno abrupto
de mi crudo silencio torturado y vacío.
Porque llevo en la frente la genuina marca
del sometido Imperio, la Sociedad Secreta,
el signo de los tiempos, ¡la insignia de Petrarca!,
el pálido estandarte del último poeta.
en que los muertos hablan con voces resonantes.
En la guerra del tiempo hay quien no da la talla
y hay quien da la medida del ahora y del antes.
La ley que preconiza mi pluma generosa
establece el derecho del llanto al desgobierno,
impone servidumbre de inocencia a la rosa
y al verso los deberes de ser nuevo y eterno.
Diseño un leve caos, mientras el sol me arrulla,
entresacando claves del cielo estremecido
-protesta Poesía, aunque la culpa es suya
por haberme dotado de forma y contenido-.
¡Oh, espejo predilecto de los amados dioses,
fuente testimonial, inmaculada vía!,
no dejes de asediarme, no cedas, no reposes
hasta ver culminada tu obra en mi porfía.
El trabajo consiste en componer ausencias,
el descanso en tomar conciencia creadora,
la paga es una suma de todas las carencias
y el soñado retiro siempre llega a deshora.
Satisface, no obstante, ser la llave maestra
que, de Naturaleza, abre los mil cerrojos
y también se agradece poseer mano diestra
para escribir al mudo dictado de los ojos.
Se desanima el fuego, torna a su vieja infancia
de veloz movimiento y oscuridad remota,
ante el fulgor nativo de mi primera instancia,
la palabra radiante de inaccesible cota.
Desfallecen los hielos del ártico incorrupto,
los témpanos ardientes se desmayan de frío,
y las cumbres padecen el fenómeno abrupto
de mi crudo silencio torturado y vacío.
Porque llevo en la frente la genuina marca
del sometido Imperio, la Sociedad Secreta,
el signo de los tiempos, ¡la insignia de Petrarca!,
el pálido estandarte del último poeta.
frágiles (dedicado a Antonio Vega, 1957-2009)
‘Vaya pesadilla/ corriendo/ con una bestia detrás…’
Antonio Vega (Lucha de Gigantes)
El estilo nos dicta: ¡llorad por el poeta y su juventud herida!,
y nosotros clamamos, obsecuentes, dóciles al fulgor.
Lloramos al poeta.
Damos indicio de quebranto y sacudimos nuestro corrupto bastidor de gloria,
la estructura rampante que propulsa la rabia en todas direcciones.
Algunos lo comprenden deprisa,
sin dilación, advierten el depurado curso de las graves partículas
que agostan el planeta tras perforar el pecho de los ángeles,
entonan su ligera serenata
y permanecen atentos como animales salvajes a las mil caras del terror
Nada que no se pueda reducir al absurdo, nada crucial;
el nirvana resulta un anhelo demasiado frecuente
entre las criaturas que niegan a los dioses su alimento.
Nosotros…
Éramos unos chiquillos
cuando el imperio de la duda estableció sus fronteras abisales en nuestras almas
y clavó sus estacas en la tierra e hizo brotar la sangre de las fuentes
para doblegar la espina que gritaba,
cuando se vino abajo la torre del castillo,
se acabaron los cuentos y las perlas echaron a rodar.
Éramos… de los que se desgarran,
de los que se desangran y se desmoronan,
de los que caen del cielo,
y llueven a raudales que se estrellan contra el sereno azul.
Aquellos seres frágiles, hijos bastardos de una noche perpetua.
…
El estilo nos brinda su paleta de escarcha.
Hilemos, pues, un giro borrascoso:
si el hado recomienda poner rumbo a lo desconocido,
digamos en voz alta lo que piensan los héroes.
Antonio Vega (Lucha de Gigantes)
El estilo nos dicta: ¡llorad por el poeta y su juventud herida!,
y nosotros clamamos, obsecuentes, dóciles al fulgor.
Lloramos al poeta.
Damos indicio de quebranto y sacudimos nuestro corrupto bastidor de gloria,
la estructura rampante que propulsa la rabia en todas direcciones.
Algunos lo comprenden deprisa,
sin dilación, advierten el depurado curso de las graves partículas
que agostan el planeta tras perforar el pecho de los ángeles,
entonan su ligera serenata
y permanecen atentos como animales salvajes a las mil caras del terror
Nada que no se pueda reducir al absurdo, nada crucial;
el nirvana resulta un anhelo demasiado frecuente
entre las criaturas que niegan a los dioses su alimento.
Nosotros…
Éramos unos chiquillos
cuando el imperio de la duda estableció sus fronteras abisales en nuestras almas
y clavó sus estacas en la tierra e hizo brotar la sangre de las fuentes
para doblegar la espina que gritaba,
cuando se vino abajo la torre del castillo,
se acabaron los cuentos y las perlas echaron a rodar.
Éramos… de los que se desgarran,
de los que se desangran y se desmoronan,
de los que caen del cielo,
y llueven a raudales que se estrellan contra el sereno azul.
Aquellos seres frágiles, hijos bastardos de una noche perpetua.
…
El estilo nos brinda su paleta de escarcha.
Hilemos, pues, un giro borrascoso:
si el hado recomienda poner rumbo a lo desconocido,
digamos en voz alta lo que piensan los héroes.
Antonio Vega, 'Lucha de gigantes'
domingo, 9 de mayo de 2010
inspiración
Luz cenital de ingrávido fraseo,
de timbre celestial y ritmo alado,
edifica en mi verso el Coliseo
que nunca en otros has edificado.
Regreso a la niñez y deletreo
tu espectro mineral, color y grado,
álgebra que me da cuanto poseo,
física que me das en puro estado.
Me desplazo hacia el rojo de tu boca,
materia edificante, viva llama,
con un espejo líquido en la frente.
Y se eleva conmigo tanta roca,
tanto suelo a tu cielo se encarama
que constituye un nuevo continente
de timbre celestial y ritmo alado,
edifica en mi verso el Coliseo
que nunca en otros has edificado.
Regreso a la niñez y deletreo
tu espectro mineral, color y grado,
álgebra que me da cuanto poseo,
física que me das en puro estado.
Me desplazo hacia el rojo de tu boca,
materia edificante, viva llama,
con un espejo líquido en la frente.
Y se eleva conmigo tanta roca,
tanto suelo a tu cielo se encarama
que constituye un nuevo continente
pero acude en mi auxilio tu novedosa mano
Pero acude en mi auxilio tu novedosa mano,
tan de argentina rúbrica de fuegos manantiales,
y, en su fuera de sí, me corta por lo sano,
al filo de sus cálculos infinitesimales.
Directa a la raíz, al corazón y al grano,
a la insondable causa de mis extraños males,
con determinación de experto cirujano
y más espeluznante profusión de metales.
Por fin me reconforta tu mano auxiliadora,
flamante en su ancestral, cordial jurisprudencia,
desconocida en parte de su acerado brillo.
Pero me acude fuerte, universal me aflora,
en todo su entusiasmo por celebrar mi ausencia,
con inédito tacto de luz y de cuchillo.
tan de argentina rúbrica de fuegos manantiales,
y, en su fuera de sí, me corta por lo sano,
al filo de sus cálculos infinitesimales.
Directa a la raíz, al corazón y al grano,
a la insondable causa de mis extraños males,
con determinación de experto cirujano
y más espeluznante profusión de metales.
Por fin me reconforta tu mano auxiliadora,
flamante en su ancestral, cordial jurisprudencia,
desconocida en parte de su acerado brillo.
Pero me acude fuerte, universal me aflora,
en todo su entusiasmo por celebrar mi ausencia,
con inédito tacto de luz y de cuchillo.
por eso
Por eso te presienten las mañanas, por eso
tu templo desafía la rigidez ambiente,
la pétrea liquidez del anunciado beso,
obrando catedrales precipitadamente.
Por eso de que marcas veintiún gramos de peso
y mides años luz y el tiempo te consiente,
sucede tu figura -¡oh, nítido suceso!-
con esa ubicuidad de piel sobresaliente.
Por eso el claro espacio de azul te condecora
y el elástico manto nocturno se comprime
hasta perder de vista la sombra que atesora.
Por eso de que abordas la mística sublime,
sin que la levedad del ser te desanime,
a título de fuego y en términos de aurora.
tu templo desafía la rigidez ambiente,
la pétrea liquidez del anunciado beso,
obrando catedrales precipitadamente.
Por eso de que marcas veintiún gramos de peso
y mides años luz y el tiempo te consiente,
sucede tu figura -¡oh, nítido suceso!-
con esa ubicuidad de piel sobresaliente.
Por eso el claro espacio de azul te condecora
y el elástico manto nocturno se comprime
hasta perder de vista la sombra que atesora.
Por eso de que abordas la mística sublime,
sin que la levedad del ser te desanime,
a título de fuego y en términos de aurora.
memoria
Más surcos han de abrirse en las cunetas
de algunas carreteras condenadas,
surcos de incertidumbre y de nostalgia,
pozos de sangre verificadora.
¿No quedan palas? ¡Valgan estas manos!,
que vayan estas manos por delante,
desentrañando, revelando esencias,
cerrando grietas de melancolía.
Son todos los que están, no falta nadie,
ni siquiera se ausentan los ausentes
que han perdido su sitio en la memoria.
Más surcos han de abrirse en los caminos
y entre los matorrales de los montes:
hasta salir a la mitad del cielo.
de algunas carreteras condenadas,
surcos de incertidumbre y de nostalgia,
pozos de sangre verificadora.
¿No quedan palas? ¡Valgan estas manos!,
que vayan estas manos por delante,
desentrañando, revelando esencias,
cerrando grietas de melancolía.
Son todos los que están, no falta nadie,
ni siquiera se ausentan los ausentes
que han perdido su sitio en la memoria.
Más surcos han de abrirse en los caminos
y entre los matorrales de los montes:
hasta salir a la mitad del cielo.
a tono con la frente iluminada
A tono con la frente iluminada
y con el rosicler de la mejilla,
el faro redentor de la mirada
que alumbra más que el fuego cuando brilla.
A tono con la voz, tan afinada
que rompe el fresco molde de su arcilla,
la frívola cadera que traslada
su fina redondez a la rodilla.
A tono con el vértigo del cuello,
moderno y vertical, como la rosa,
el mérito constante de la espalda.
Sin olvidar la fama del cabello,
que ni revolotea ni reposa,
a tono con el vuelo de la falda.
y con el rosicler de la mejilla,
el faro redentor de la mirada
que alumbra más que el fuego cuando brilla.
A tono con la voz, tan afinada
que rompe el fresco molde de su arcilla,
la frívola cadera que traslada
su fina redondez a la rodilla.
A tono con el vértigo del cuello,
moderno y vertical, como la rosa,
el mérito constante de la espalda.
Sin olvidar la fama del cabello,
que ni revolotea ni reposa,
a tono con el vuelo de la falda.
tu voz
Tu voz es de las rosas inefables
y del silencio que en la flor se agota,
aunque la tengas rota, aunque no hables,
aunque la guardes sin tenerla rota.
Tu voz apura cálices amables
hasta la última y callada gota
y vibra con la fuerza de los cables
como vibra la rosa cuando brota.
Tu voz es una voz de campanillas,
a juego con el pelo que cepillas
y con la longitud de tu mirada.
Es una colección de mariposas
que guardan el silencio de las rosas
en torno de tu frente iluminada.
y del silencio que en la flor se agota,
aunque la tengas rota, aunque no hables,
aunque la guardes sin tenerla rota.
Tu voz apura cálices amables
hasta la última y callada gota
y vibra con la fuerza de los cables
como vibra la rosa cuando brota.
Tu voz es una voz de campanillas,
a juego con el pelo que cepillas
y con la longitud de tu mirada.
Es una colección de mariposas
que guardan el silencio de las rosas
en torno de tu frente iluminada.
el cortejo
Así, como si Chaplin cortejando
a una dama de labios encantados,
labios que fingen lágrimas de espuma
y recorren enigmas y preludios.
Así, descaminado al pie del tiempo,
al pie de algún bastón y algún sombrero,
arrebatado por el hambre odiosa
de la miga de pan y el guiso extraño,
con el sometimiento de los parias
grabado a fuego lento en la mejilla.
Cortejando a una pérfida muchacha,
toda circunspección y magnetismo,
una chica morena con los labios
despeinados y tristes en cascada.
Así, como si fuese de mentira
el cuento de los panes y los peces,
como si resultase muy graciosa
la forma en que se abrazan los sentidos
y las palabras pierden contundencia,
divididas en sumas imposibles.
Como un Charlot enfermo y menos pálido
al peso de la púrpura que abrasa.
Acechando a una rosa que suspira,
entre las carcajadas de los mansos
y la ferocidad de los mendigos.
a una dama de labios encantados,
labios que fingen lágrimas de espuma
y recorren enigmas y preludios.
Así, descaminado al pie del tiempo,
al pie de algún bastón y algún sombrero,
arrebatado por el hambre odiosa
de la miga de pan y el guiso extraño,
con el sometimiento de los parias
grabado a fuego lento en la mejilla.
Cortejando a una pérfida muchacha,
toda circunspección y magnetismo,
una chica morena con los labios
despeinados y tristes en cascada.
Así, como si fuese de mentira
el cuento de los panes y los peces,
como si resultase muy graciosa
la forma en que se abrazan los sentidos
y las palabras pierden contundencia,
divididas en sumas imposibles.
Como un Charlot enfermo y menos pálido
al peso de la púrpura que abrasa.
Acechando a una rosa que suspira,
entre las carcajadas de los mansos
y la ferocidad de los mendigos.
un salto de tu voz en el vacío y otros sonetos
Una avalancha de la voz que eres,
un salto de tu voz en el vacío,
me llena de un silencio que no es mío,
sino tuyo y de todas las mujeres.
Porque el mío me dice que me quieres
y el tuyo pasa sin decir ni pío,
me deja el alma con el cuerpo frío
y el cuerpo como el día que te mueres.
De tanto no decir y no quererme,
haces que pierda la razón, enferme
y tenga accesos de febril recuerdo.
Tu silencio no miente, pero engaña,
parece hablar en una lengua extraña
y habla sólo en la lengua que me muerdo.
---
Hecha un ovillo del marfil más blanco,
me gusta verte cuando estás contenta,cuando tus ojos son un piso franco
para estos míos de tan baja renta.
Me gusta verte cuando vas al banco
y pones tus acciones a la venta:
la mirada furtiva que te arranco
y la sonrisa que tan bien te sienta.
Adoro contemplar tu fina estampa,
la fiera lucha entre la ley y el hampa
que se dirime a pecho descubierto,
por descifrar la fórmula salvaje
de esa risa con fondo de oleaje
y esos ojos color de mar abierto.
---
1939
Era un gélido invierno bajo un sol de justicia,
un paisaje cautivo, una cárcel sin rejas,
una tierra arrasada con divina pericia,
patrullada por lobos en feroces parejas.
Bendecida por cuervos de probada malicia,
derrotada al final por cien mil comadrejas,
era un valle de lágrimas, una patria ficticia,
alimento de buitres y forraje de ovejas.
Exiliada en el orbe, dirigida al abismo,
tinta en vino y en sangre fieramente entregada,
era un coto de caza, un solar infecundo.
Bajo el palio homicida del grosero fascismo
y la sombra inclemente de la cruz y la espada,
era invierno en España y era otoño en el mundo.---
El poeta es un preso de conciencia,
aunque sólo parezca un inconsciente
aunque sólo parezca un inconsciente
impasible ante el juez que lo sentencia
a vivir prisionero eternamente.
Juez y parte, pecado y penitencia,
la poesía acusa al inocente,
testifica en su contra y, en presencia
de las sagradas escrituras, miente.
Enclaustrado, encriptado, descompuesto,
languidece el poeta bajo arresto
y se muere sin ver la luz del día.
La causa general, la buena causa,
prospera inalterable, con la pausa
que exige la mejor caligrafía.
---
Poemas y poemas y poemas,
mayúsculos, minúsculos, informes,
al mar Mediterráneo, ¡al río Tormes!,
o al agua que salpica cuando remas.
Baladas que parecen teoremas,
odas vivas a espíritus enormes,
cuartetos cuatrillizos y deformes,
sonetos de terror y de otros temas.
En la cabeza hueca se contiene
un vacío que hierve de materia
capaz de urdir un plan vertiginoso.
¡Poemas que no cuidan de su higiene!
¡Estrofas cómicas de cara seria
con rimas condenadas por acoso!
---
Bright Star
En un balcón con vistas al calvario,
la rosa se desdice de su aroma,
marchita como un árbol centenario
mermado por la edad y la carcoma.
El velo del crepúsculo incendiario
sobre el azul celeste se desploma.
Keats ha vuelto a morir -no en solitario-
en una calle mínima de Roma.
Arropado por voces extranjeras,
nacido a tanta luz y tan a oscuras,
abocado al instinto de las fieras
y al pensamiento de las mentes puras,
hoy ha vuelto a morir, de mil maneras,
un poeta sin nombre ni ataduras.
---
La tierra seca del profano estío
y aquellas verticales amapolas,
mar interior de ensangrentadas olas,
ardiendo con su tenue fuego frío.
El cielo rebosante de vacío
y aquella soledad de mil corolas,
de mil raíces tercamente solas
y mil secretas gotas de rocío.
Aquellas amapolas verticales
y aquella soledad terrateniente,
aquella sed de lluvias torrenciales
ahogándose en un vaso de aguardiente,
aquel cielo sin puntos cardinales
y aquellas rosas tercas, solamente.
credo
Creí que se trataba del amor
permanente que agranda las escenas,
creí que era ese amor extravagante,
bohemio y liberal, como un destello,
el mismo que fracasa en los rescoldos
y triunfa en el incendio de la carne,
pero era sólo el beso de la espuma.
Creí que liberabas una fuerza
cautiva del dolor, hecha de olvido,
forjada en el crisol de la belleza,
una fuerza gigante, omnipotente,
que alzaba mis cadenas con el soplo
del horizonte anclado a tu cintura,
pero era solamente mi deseo.
Creí que no podía ser tan alta
la cima de tus años, ni tan torpe
el foco insoportable de los míos.
Y supe de tus labios entornados,
desnudos bajo el peso de su aroma,
pero era sólo el tiempo, que pasaba
de largo por delante del amor.
permanente que agranda las escenas,
creí que era ese amor extravagante,
bohemio y liberal, como un destello,
el mismo que fracasa en los rescoldos
y triunfa en el incendio de la carne,
pero era sólo el beso de la espuma.
Creí que liberabas una fuerza
cautiva del dolor, hecha de olvido,
forjada en el crisol de la belleza,
una fuerza gigante, omnipotente,
que alzaba mis cadenas con el soplo
del horizonte anclado a tu cintura,
pero era solamente mi deseo.
Creí que no podía ser tan alta
la cima de tus años, ni tan torpe
el foco insoportable de los míos.
Y supe de tus labios entornados,
desnudos bajo el peso de su aroma,
pero era sólo el tiempo, que pasaba
de largo por delante del amor.
habladurías sobre el perro de Lovecraft
Dicen que Lovecraft tenía un perro, pero no un perro cualquiera,
sino un cancerbero del infierno, un perro de los Baskerville,
un doberman de la Gestapo, lobo con piel de cordero del señor,
sereno Akela convertido en océano de fauces,
un perro pestilente que reía con hábito de hiena compasiva
y trotaba amenazante por las aceras desprovistas de bullicio,
negro como el carbón abandonado.
Y cuentan que en el transcurso de ciertas noches olvidadas,
cuando la luna llena redoblaba su campana de espanto,
la bestia de los Lovecraft aullaba mitológica,
desafiando a Dios con un millón de siglos en la lengua,
y que dictaba su Halloween terrible respetando la pausa de la muerte...
...
Recuerdo que el psiquiatra me recomendó un animal de compañía,
pero yo los detesto, a los perros, tal vez por su naturalidad,
o por su vida insultante, o por su higiene perruna y esforzada,
apenas me enternecen de cachorros, con las mandíbulas a medio hacer,
incapaces de obrar la mordedura, el mordisco famélico,
felices de nadar en la inconsciencia,
antes de que el taimado instinto gobierne sus acciones.
...
Soñé que conducía el cadillac del Big Bopper cargado de anfetaminas
por una carretera recta como el horizonte.
Que me comía seis bustakas de golpe sin soltar el volante
-a los que saludaba mi estómago con un eructo triste-
y que la cerveza era como una chica rubia susurrándome al oído.
No salían perros en el sueño. Salía Gombrowicz, que estaba contra mí
aunque no tenía perro, al menos a la vista. Tenía un Ferdydurke
que blandía con saña y un Filifor forrado de naranjas,
y se comía peras de conferencia, uvas de albillo y ciruelas claudias
sin apearse de su culta aristocracia: un pesimista.
...
Lovecraft soñaba que tenía un perro, pero no un perro cualquiera,
el suyo era un engendro de la fungosidad y escalaba montañas de locura
con las patas colgando del hocico purulento, una abominación;
por eso sus pasajes observaban la brutal grosería de la fauna
pasada por el filtro glacial de la quimera,
que los enfurecía con su caótico efecto,
y sus escalofríos oscilaban entre el pánico y la desesperación
que sólo entran en liza de la mano del hambre
(seguramente, el viejo H. P. odiaba a los perros, esas inmundas criaturas proteicas
que siempre están metiendo las narices donde no les llaman, olisqueando:
sabuesos o asesinos que atacan a los niños en el parque;
lo nuestro son las entidades incógnitas -se tranquilizaría-,
no la obviedad del miembro devorado).
...
Creo que Gombrowicz no tenía perro,
apostaría algo bueno a que no tenía perro;
no habla de perros en su extenso diario, al menos que recuerde,
habla, eso sí, de poetas, de poetas y polacos, o de polacos poetas,
como él mismo, que lo era por exceso de función en la escritura
-¿quién no lo es, ahora o nunca!- o tal vez por amor al disparate.
¡Habla de mí!, y me pone a bajar de un himalaya ridículo,
me obliga a comportarme para elevar su rango
-la jerarquía que rasguña el pudor del firmamento con los dedos ecuánimes-
y de paso me entierra bajo un filón de olvido,
me desvanece en ávidos cometas lanzados hacia el fuego a tumba abierta,
evapora el candor de mis razones y enaltece las suyas hasta el paroxismo
-asaz brutal- de la filosofía,
igual que un maestro zen, me atiza con un palo de dos metros
y se parte de risa con la sangre que brota demacrada de mis sienes:
¡eso no lo harían otros tipos más elegantes!, Lovecraft incluido (y su perro).
...
El cadillac brotaba del asfalto, con sus faros enormes,
tosiendo un pus aéreo que calmaba a los pájaros azules;
la chica era de pega, un holograma anime de piernas interestatales,
cabellos color lágrima y labios rociados de neón.
También falso, el cielo tonteaba con la hondura fluvial del precipicio,
su luz era una farsa convincente, una cárcel secreta de la CIA
donde algunas estrellas ostentaban el título de poeta laureado
y otras se despeñaban de su nombre de estatua.
Las barras de los bares dolían en el hígado
y yo bebía un poco en cada una de ellas,
y cada trago era un poco más amargo, más arduo,
era como beberse el agua del arroyo, retozar en el fango,
cargar de estiércol el remolque armado de un tridente demoníaco.
Beber era vivir, y el speed, simplemente, un estilo de vida.
A mi lado, Lovecraft jugueteaba con el chucho de raza peligrosa,
le metía las manos en la boca rozando los colmillos emergentes
y palmeaba con afecto su pescuezo halterofílico;
mientras, Witold sacudía pelos utópicos de su traje impecable
e imaginaba un libro compulsivo al neumático ritmo de la música
que dilataba el tiempo en nuestros tímpanos:
¡si apenas me molía el espinazo con un Filifor forrado de manteca!,
ni ofrecía suculentas peonadas por mi captura a sus remotos jornaleros;
estaba por estar, confeccionando su poesía drástica,
siempre a la altura de su melancolía.
...
Por fin, comparecieron Ford y Carver, escoltados por Wolf,
Pynchon, tras una cortina de paraguas abiertos, y hasta un Roth auténtico,
haciendo las delicias de mi respetable subconsciente
(huyó el pequeño Salinger campo a través y fue perseguido por la jauría desatada,
que rastreó sus huellas hasta el portal anónimo del éter).
Lo que se dice un sueño de renombre,
constelación aguda y elenco incomparable -¡oh, círculo de lectores!-,
el drama niquelado, el síntoma, el epicentro de la fantasía,
la lectura que ofende y recupera el conocimiento entre algodones
...
En una sucesión de bocadillos, se masca la tragedia:
los perros no son buenos consejeros
para un loco que escribe en el extremo de la furia,
ni siquiera para un zombi destructor de vehículos robados.
El cadillac del Big Bopper frena con orgullo en medio de la nada
emitiendo un quejido autobrillante, Lovecraft anuncia el fin
y Ferdydurke echa a andar con su lucha de clases a la espalda.
...
Dicen que Poe tenía un gato negro...
sino un cancerbero del infierno, un perro de los Baskerville,
un doberman de la Gestapo, lobo con piel de cordero del señor,
sereno Akela convertido en océano de fauces,
un perro pestilente que reía con hábito de hiena compasiva
y trotaba amenazante por las aceras desprovistas de bullicio,
negro como el carbón abandonado.
Y cuentan que en el transcurso de ciertas noches olvidadas,
cuando la luna llena redoblaba su campana de espanto,
la bestia de los Lovecraft aullaba mitológica,
desafiando a Dios con un millón de siglos en la lengua,
y que dictaba su Halloween terrible respetando la pausa de la muerte...
...
Recuerdo que el psiquiatra me recomendó un animal de compañía,
pero yo los detesto, a los perros, tal vez por su naturalidad,
o por su vida insultante, o por su higiene perruna y esforzada,
apenas me enternecen de cachorros, con las mandíbulas a medio hacer,
incapaces de obrar la mordedura, el mordisco famélico,
felices de nadar en la inconsciencia,
antes de que el taimado instinto gobierne sus acciones.
...
Soñé que conducía el cadillac del Big Bopper cargado de anfetaminas
por una carretera recta como el horizonte.
Que me comía seis bustakas de golpe sin soltar el volante
-a los que saludaba mi estómago con un eructo triste-
y que la cerveza era como una chica rubia susurrándome al oído.
No salían perros en el sueño. Salía Gombrowicz, que estaba contra mí
aunque no tenía perro, al menos a la vista. Tenía un Ferdydurke
que blandía con saña y un Filifor forrado de naranjas,
y se comía peras de conferencia, uvas de albillo y ciruelas claudias
sin apearse de su culta aristocracia: un pesimista.
...
Lovecraft soñaba que tenía un perro, pero no un perro cualquiera,
el suyo era un engendro de la fungosidad y escalaba montañas de locura
con las patas colgando del hocico purulento, una abominación;
por eso sus pasajes observaban la brutal grosería de la fauna
pasada por el filtro glacial de la quimera,
que los enfurecía con su caótico efecto,
y sus escalofríos oscilaban entre el pánico y la desesperación
que sólo entran en liza de la mano del hambre
(seguramente, el viejo H. P. odiaba a los perros, esas inmundas criaturas proteicas
que siempre están metiendo las narices donde no les llaman, olisqueando:
sabuesos o asesinos que atacan a los niños en el parque;
lo nuestro son las entidades incógnitas -se tranquilizaría-,
no la obviedad del miembro devorado).
...
Creo que Gombrowicz no tenía perro,
apostaría algo bueno a que no tenía perro;
no habla de perros en su extenso diario, al menos que recuerde,
habla, eso sí, de poetas, de poetas y polacos, o de polacos poetas,
como él mismo, que lo era por exceso de función en la escritura
-¿quién no lo es, ahora o nunca!- o tal vez por amor al disparate.
¡Habla de mí!, y me pone a bajar de un himalaya ridículo,
me obliga a comportarme para elevar su rango
-la jerarquía que rasguña el pudor del firmamento con los dedos ecuánimes-
y de paso me entierra bajo un filón de olvido,
me desvanece en ávidos cometas lanzados hacia el fuego a tumba abierta,
evapora el candor de mis razones y enaltece las suyas hasta el paroxismo
-asaz brutal- de la filosofía,
igual que un maestro zen, me atiza con un palo de dos metros
y se parte de risa con la sangre que brota demacrada de mis sienes:
¡eso no lo harían otros tipos más elegantes!, Lovecraft incluido (y su perro).
...
El cadillac brotaba del asfalto, con sus faros enormes,
tosiendo un pus aéreo que calmaba a los pájaros azules;
la chica era de pega, un holograma anime de piernas interestatales,
cabellos color lágrima y labios rociados de neón.
También falso, el cielo tonteaba con la hondura fluvial del precipicio,
su luz era una farsa convincente, una cárcel secreta de la CIA
donde algunas estrellas ostentaban el título de poeta laureado
y otras se despeñaban de su nombre de estatua.
Las barras de los bares dolían en el hígado
y yo bebía un poco en cada una de ellas,
y cada trago era un poco más amargo, más arduo,
era como beberse el agua del arroyo, retozar en el fango,
cargar de estiércol el remolque armado de un tridente demoníaco.
Beber era vivir, y el speed, simplemente, un estilo de vida.
A mi lado, Lovecraft jugueteaba con el chucho de raza peligrosa,
le metía las manos en la boca rozando los colmillos emergentes
y palmeaba con afecto su pescuezo halterofílico;
mientras, Witold sacudía pelos utópicos de su traje impecable
e imaginaba un libro compulsivo al neumático ritmo de la música
que dilataba el tiempo en nuestros tímpanos:
¡si apenas me molía el espinazo con un Filifor forrado de manteca!,
ni ofrecía suculentas peonadas por mi captura a sus remotos jornaleros;
estaba por estar, confeccionando su poesía drástica,
siempre a la altura de su melancolía.
...
Por fin, comparecieron Ford y Carver, escoltados por Wolf,
Pynchon, tras una cortina de paraguas abiertos, y hasta un Roth auténtico,
haciendo las delicias de mi respetable subconsciente
(huyó el pequeño Salinger campo a través y fue perseguido por la jauría desatada,
que rastreó sus huellas hasta el portal anónimo del éter).
Lo que se dice un sueño de renombre,
constelación aguda y elenco incomparable -¡oh, círculo de lectores!-,
el drama niquelado, el síntoma, el epicentro de la fantasía,
la lectura que ofende y recupera el conocimiento entre algodones
...
En una sucesión de bocadillos, se masca la tragedia:
los perros no son buenos consejeros
para un loco que escribe en el extremo de la furia,
ni siquiera para un zombi destructor de vehículos robados.
El cadillac del Big Bopper frena con orgullo en medio de la nada
emitiendo un quejido autobrillante, Lovecraft anuncia el fin
y Ferdydurke echa a andar con su lucha de clases a la espalda.
...
Dicen que Poe tenía un gato negro...
la sed
az nisht is nisht
(si no puede ser, no puede ser)
...
Sentado frente al vaso, una, dos, tres
veces sentado frente al mismo vaso,
siempre medio vacío.
primera parte
Los años merodean
por las inmediaciones de su vida
como lobos hambrientos,
los días son estrellas
fugaces y las horas
gotas de lluvia que pronuncian vuelo
con la voz incendiada de relámpagos.
Él percibe la ira,
el aura cadavérica
que adorna los esfuerzos colectivos,
la cólera del sexo,
y recibe descargas
eléctricas del suave parloteo
del viento itinerante.
Convive con el mal, un mal de altura,
vertiginoso, arisco, mercurial;
además de la voz, el corrosivo
siseo del enjambre,
el fuego amigo, el soplo
derramado entre lágrimas ajenas
-serio ciclón de fuerza masculina-
que, si desequilibra, pone en guardia
y, si avisa, es traidor y es oponente.
Además de la voz irreversible
que nunca le permite soledades,
el murmullo del agua
dividida y el peso
arrollador del trino melodioso
-cancionero global,
un repentino coro de jilgueros ausentes-,
junto a la púrpura del arpa, abandonada a su liviano
y regular estilo,
el fronterizo eco
de un millón de gargantas afiladas.
...
Menos que un ser en permanente espera,
una roca en su trono polvoriento,
reina de la quietud,
segura de su peso, desafiante.
¡Qué aferrado a la tierra y la madera!,
raíz que se consiente, así de lóbrega,
así de recta en el oscuro vientre.
Menos que un hombre recto,
menos que la nostalgia de la forma,
el tallo inverso, víctima
de la voracidad de la ciega materia.
...
No disfrutó jamás del sano aspecto
de los varones bien alimentados,
una indigencia natural, la suya,
un desaliño del que adolecía,
una estructura falsa.
Demasiado delgado
y demasiado lívido,
con esa cara triste,
fácil para los malos detectives.
No es que no fuesen mártires sus padres, que lo eran,
o que no soportasen privaciones,
que lo hacían estoica y crudamente,
es que sobre sus hombros diminutos,
sobre su espalda, apenas vigorosa,
recaía el ingente peso de la familia
con toda la violencia del error.
...
Bebe y olvida cicatrices; aprende pájaros sin cielo,
lecciones magistrales
que la desilusión se empeña en impartirle.
Se mira en el espejo y sigue viendo
aquel niño infeliz dotado de poderes,
aquel pequeño diablo
que tanto prometiera al sufrimiento.
...
Debería cuidar de comportarse:
saludar al obrero que vuelve del trabajo
con la jovialidad del estudiante
y el ceño inconsistente del padre de familia,
hablar del clima inagotable usando rápidas palabras.
Mas su comportamiento es discutible,
desde el punto de vista más vulgar,
así que se discute en los rellanos,
se analiza también en los portales
y suele estar presente
en las conversaciones de ascensor.
Quisiera persuadirles
de la benignidad de sus propósitos.
Que los ojos detrás de las mirillas
le aceptasen el gesto desgarbado,
el ligero desvío del tabique,
los dientes incompletos,
que los ojos detrás de las ventanas
le observaran en toda su congoja.
Le gustaría, en fin,
que proyectase fuego en su intención oscura
el fulgor inocente de un millar de sonrisas,
pero no le responden los sentidos
y musita silencio
en el esquivo idioma de los trenes
que circulan desiertos y se alejan.
...
Ya no reparte cartas ni baraja los naipes.
Apenas coge el truco
y ya se lo han cambiado y tarda un rato largo
en volver a zafarse de la magia,
en recobrar el pulso acelerado,
la condición humana.
Las mujeres le cambian de sitio el corazón,
que palpita en su boca;
al segundo mordisco, la saliva y la sangre
forman esencia, fraguan en su entraña
humores negros, bilis,
filtros desesperados.
Las adora y las teme. A una de ellas,
la teme porque adora su maternal refugio
de vaporosa novia
y conoce el asedio que predican sus labios,
sus piernas instantáneas
y todo lo demás.
...
Desesperado es la palabra, el movimiento natural
de los labios cosidos al secreto
(arroja por la borda todo lastre retórico,
todo lo que no duele, y se hace fuerte
en la sonoridad de su derrota).
Quisiera, una, dos, ¡tres veces!, salir
de su breve recinto amurallado
(caparazón de espuma y acorazada víscera)
de la corazonada que atormenta
su cenagoso juicio;
no tiene a dónde ir, su condición
es la del elegido,
obligado a entregarse por completo
a la devastación de la memoria.
...
Enfrente, un vaso atónito de vino
lanza destellos carmesíes hacia la parte de la sombra
que oculta lo imposible,
proyecta vivo espacio
en dirección al hueco afirmativo.
El torbellino gira emitiendo cultura milenaria;
urnas de griega estirpe y arabescos
amanecen radiantes
sobre el bajo horizonte del infierno.
La mesa duerme el sueño de los justos,
un sueño insoportable.
Él, en tanto, no bebe,
solamente calcula el impacto del líquido,
investiga la huella luminosa,
el indicio perfecto,
la crianza perlada de sudor.
La sed percute su demencia entre las sienes; su delirio
esparce láminas aviesamente
por el centro neurálgico del miedo,
guadañas vigilantes.
De pronto, es la madera lo que surge,
tan regia y tan arbórea
que produce terreno en la conciencia,
un sedimento baldío
en el que brotan tallos de miseria,
troncos de soledad.
Entonces, ya son tres
los hombres que lo habitan, tres ideas distintas,
tres velas simultáneas
que se encienden afables y preguntan
por una madre enferma,
por un trabajo honrado,
por una verdadera eternidad.
Son tres en soledad, creciendo solos,
dialogando con ecos y fantasmas.
Uno bebe del vaso medio lleno,
otro escupe en el cuenco delicado,
y un tercero se extiende en la glosa adecuada
a semejante colorido rojo,
¡Marte furioso y filigrana en serie!
Debate el triunvirato su estrategia
en una sala rota del recuerdo.
Uno exige acabar con el ensayo,
otro busca la gloria
y el tercero en discordia discute con la única
sombra presente en las sesiones de la inestable conferencia
acerca de lo humano y lo divino:
que si un altar sagrado, que si un verso...
...
Pero el ruido le roba la paciencia
(y es así porque sale de la voz),
el ruido vecindario, comunal,
el ruido de las grúas
izando al cielo piedra y más acero,
le exime de sí mismo y le convierte
en un reaccionario;
le confiere entidad,
aun remota y salvaje,
algo como la métrica del trueno,
la figura del salto primitivo.
Asciende velozmente por la grada tonal
traspasándole cráneo y pensamiento,
martillea, taladra,
dispara con la buena puntería
del arma con un solo cargador,
del soldado sin alma.
Es densidad, y ocurre
en los barrios extremos de las bellas ciudades,
donde los sueños rompen a llorar
y las estrellas lucen un destino sangriento.
El ruido le divide y le contagia
su discordante acento,
su mestizo compás;
es libertad y suena
a cadenas de hierro agonizante,
a prodigiosa fragua,
a fundición de guerra.
Estremecido, absorbe
decibelios azules
que anticipan el tránsito modélico
del cañón a la carne,
el aéreo periplo de la bala,
ceñida a su principio de orfandad,
y puede oír el llanto mutilado
del cadáver horrendo,
el sepulcral discurso
que improvisa la herida tumefacta,
la escala musical del propio desaliento.
Le roba la decencia;
aquel vestigio último
de solidaridad que mantenía,
en contra de sus áridos instintos,
es cercenado a golpe de timbal.
Se le mueren los padres,
el mundo es más extraño,
el mundo es un aullido, una ráfaga seca.
Es como si la muerte le hubiera poseído
dejando vivo al animal salvaje,
sólo el mordisco y el zarpazo ronco,
solamente una nota de espanto sideral.
Y se le caen los nervios a pedazos.
Y se muerde los labios colorados
hasta que, a borbotones,
fluye la esencia de los besos
y sale a chorros el carmín profundo,
hasta que palidecen sus entrañas
y la temperatura de su frente
alcanza el sumo grado del volcán.
...
Escapa del amor
que las buenas personas parecen profesarle,
las personas inmensas
que abarcan y estrangulan
como dioses sin ética.
También del puro amor que empaña los cristales
y huele al negro poso del café.
Se empeñan en quererlo con alguna maldad,
cada uno la suya, intransferible:
la faceta perversa
que cultivan los santos perdedores
(por cierto que pretenden
hacer de la clemencia un arte malicioso,
de la necesidad una virtud corrupta).
Ya sabe que lo toman por imbécil,
un racismo genético,
más allá del pigmento y la riqueza,
más allá de los libros,
más allá, sobre todo, de la música.
...
Un portazo infantil
inicia la dantesca serenata.
Después, un arrastrar de viejos muebles
-que es, en definitiva, un arrastrarse-,
chirridos, golpes secos,
estallidos de furia de las cosas,
que se hacen añicos,
se deshacen en filos traicioneros,
espadas que perforan los tímpanos inermes.
Él atiende y escucha, todo oídos
hacia el eco del salmo
que le susurra el odio,
hasta que prevalece sobre el brutal estruendo,
sobre el fragor del vertical tumulto
(la batalla que libran los objetos
y los hombres de bien).
...
Sale a la calle y trata de tomar
algún camino en paz.
A su espalda, la urbe
boquea como un pez fuera del agua,
pesa, vomita humo,
aúlla en las sirenas de ambulancias y fábricas
ríe con un repique de campanas,
¡tanta vida contiene!
Su vivo paso alcanza el primer árbol libre,
afilado ciprés.
Hay un bosque de cruces
a la vera impaciente del sendero,
una perforación bajo sus plantas,
una violación
del profundo secreto de la tierra.
Disfruta del hermético escenario
con un escalofrío. Sigue andando, deprisa,
entre los panteones,
el gesto lapidario
para forzar alguna simetría,
por confinar el tiempo en una esfera
-reconvertida en celda matemática-,
y jugar al balón
con los duendes oscuros
que devoran las horas a puñados.
Se imagina en el pozo,
debajo de la hierba,
en lo hondo y estrecho, en el desierto
al que llegan tan solo los picos de los cuervos,
en una fértil tumba
rodeada de vivas creaciones.
Entonces, amanece y, resignado, emprende
el regreso al futuro,
a la vulneración y la vergüenza.
segunda parte
Y necesita un arma.
No soporta la idea
de llamarse profeta desarmado.
Ha de vivir con ella,
ha de ser otro hombre con pistola,
otro muerto con ganas de matar.
(Apuntaremos a la sien del mundo;
una vez, dos, tres veces
apretaremos el gatillo y dejaremos que la sabia
naturaleza actúe conforme a sus preceptos.
Seremos asesinos,
iguales en el hierro, en la sed de venganza,
o seremos patriotas,
llevaremos banderas en la piel.)
Así, cuando le miren,
sabrá que reconocen su postura
y reconocerán su acento peligroso
cuando les hable de la fría noche
en su pequeña lengua de babel.
(Seremos religiosos,
elevaremos torres infinitas
en homenaje a nuestra fortaleza).
...
Desesperado es la palabra, el mantra,
y lo repite y lo refrenda y casi
lo inocula en un plato de lentejas,
y casi lo eyacula
entre los muslos fláccidos de una mujer adulta.
Y todo porque él, en su ignorancia,
en su interior -abarrotado ahora
de fantasmas civiles-,
en el grotesco precipicio de su miseria incontrolada,
guarda un vestigio de sinceridad,
esconde un átomo sobresaliente
de glorioso veneno
que deforma su espíritu.
Tras esa inclinación,
flaquea su osadía:
siquiera balbucea una plegaria,
mucho menos un verso
que insinúe el color de la verdad.
Y todo porque él
es, de principio a fin, una mentira.
¡Oh, la gran travesura!,
la piedra en el zapato de charol.
...
Mientras otros crecían insultantes,
él asistía a clases de violencia,
inolvidables clases de jerarquía y llanto,
cursos acelerados de impudicia,
como ríos valientes
ajusticiados por el mar en calma,
seminarios de miedo y perdición.
La piedra en el zapato de los días de fiesta,
sometidos al mismo
simulacro de incendio,
a la misma presión, tan destructiva,
de los lunes, los martes y los miércoles
sujetos al estudio del sistema nervioso,
jornadas extenuantes
que se desarrollaban sin orden ni concierto
fabricándole un mundo
de ansiedades y anhelos infrecuentes.
¡Qué gruesa diferencia
latía en su infantil premonición!
El distintivo rojo que autoriza distancias
y más tarde dispensa sacrificios,
la culpabilidad transustanciada,
el estigma fluvial
en el pavor que inspiran los océanos
al mineral afluente desnutrido.
La vida bajo el yugo del amor imposible.
A veces, protegiendo sus órganos vitales,
esquivando caricias dolorosas.
De pronto, contagiado del ánimo sereno
de las sombras abiertas,
forjándose un destino soportable,
ahí, contra las tablas,
igual que un pobre toro moribundo,
llenos los ojos de belleza y tránsito.
...
La belleza era una porque sí.
Ya no había belleza en ningún lado,
ni en la glauca extensión de los bosques discretos,
ni en las ligeras piedras de las torres,
ni acaso en la fragancia del jardín imprudente.
Sólo ella era hermosa por completo.
Sólo en ella cobraba algún sentido
la idea de la plena certidumbre.
Una sola mujer en el planeta,
en la galaxia entera,
en el vasto universo escurridizo,
con sus piernas de amor, su mirada lejana
y esa piel erizada de vacío,
esa luz germinal e inaccesible.
Una mujer con una sola voz,
el planeta con una sola voz,
la galaxia con una voz vibrante...
¡Qué anuncia el universo
sino la destrucción de la belleza?,
¿qué, sino el nacimiento de una nueva pasión?
...
Despiadado, se indulta de continuo
-gobernador de toda su amargura-,
perdona sus pecados,
en especial los más escandalosos,
y purga, sin embargo, la única virtud
que atenúa su esencia depravada,
la esperanza secreta del amor,
la casita encantada del amor,
donde nadie despierta
y ejecutan los elfos sus danzas olvidadas.
Ha de surtir al mundo de su estética
-las obscenas visiones que perturban
el dominio del ángel,
el teatro desnudo de artificio-,
para desalojar al demonio del arte
de su costoso palco
con vistas a los negros corazones,
para obligar al genio a desmentir su origen
y a rechazar de plano la divina patria
que le atribuyen los esclarecidos,
¡ah, los pequeños sabios!,
inmunes al contacto de la noche.
Una estética burda,
que mire de reojo,
fundada en el temor a su propio reflejo.
Una moral incursa en el delito,
torpe como los dedos de un anciano.
...
Qué torpes para el beso los labios de un anciano,
labios conmovedores
de movimiento injusto:
recuerda la energía de su padre,
la fuerza en blanco y negro de sus manos enormes
que apretaban montañas,
el premioso declive de su concentración.
Está en la encrucijada,
en una rebanada espaciotemporal
que vira como un buque
de guerra sobre el ríspido oleaje
de sinceros pronósticos y conmemoraciones,
sin timonel risueño,
expuesto a la equidad elemental del clima
que lo mismo reparte el maná que las piedras,
el céfiro que el norte huracanado.
El bourbon contradice su reciente propósito de enmienda
con industrial implante,
se ve minimizado su anhelo de justicia
y forcejea con las apariencias.
Vislumbra y cree en alguien
más bello que la Luna,
pero ve las verrugas y ve los moratones
y las venas añiles dilatando los muslos
y ya no se enamora,
sino que aguarda cauteloso a la siguiente epifanía.
Menuchin redivivo,
era un tísico impacto de criatura...
y recuerda las manos de su madre
rompiendo en él, tempestuosas, dos tempestades azotando,
rizando el rizo, destruyendo puentes,
forjando espuelas en la boca fresca,
égidas en el llanto indiscutible.
Fuera, la luz remata su espléndida labor;
el gato blanco asilvestrado del parque riela en lontananza
y los autos sestean sus motores;
las cosas son, en general, menos de lo que eran cuando
el día aquilataba su argentina opulencia
y desgranaba raptos de bravura
sobre sus metafísicos contornos.
De pronto, algo le zumba y le confunde
(el dedo en el gatillo es proverbial
en el buen policía,
el suyo roza la palanca breve
-fricción que diviniza-,
galante con tal dalle en miniatura,
y el hombre cede paso al coloso troyano,
amurallado en su talón de Aquiles,
ebrio de impunidad aguardentosa).
Unfarotierraadentrounmercancías
unpuertounaeropuertounmatadero,
o un sueño de hojalata
que brinda una visión abrupta del destino.
A la vez, con el trueno y la sabática
zambra del campanario,
el aullido mistral de la alarma antirrobo
y el berrinche de un niño pendenciero.
¡Gansa totalidad!
El hecho supersónico,
sucede en un abrir y cerrar de ojos,
novedosa agresión.
Entonces, abre puertas y ventanas
para que el hipnotismo ciudadano
acceda a su morada indecorosa
y le saque del coma de la iluminación.
Le pican los mosquitos
y se rasca la cara
con el grosero afán de un perro flaco;
le amanece una voz televisiva
por los orientes de la heráldica placa del asesino a sueldo,
seguida de otras muchas que conminan y ofenden:
se acuerda del amor -verdadero demiurgo-
y es como si el amor le recordase
toda una vida afuera, inmaculada
de aureolas y nimbos y medallas al mérito inconsciente,
una clásica vida familiar
con su lazo de amor interactivo,
su villanía esférica, su lastre.
...
(Tampoco le han cogido de la mano)
FIN
(si no puede ser, no puede ser)
...
Sentado frente al vaso, una, dos, tres
veces sentado frente al mismo vaso,
siempre medio vacío.
primera parte
Los años merodean
por las inmediaciones de su vida
como lobos hambrientos,
los días son estrellas
fugaces y las horas
gotas de lluvia que pronuncian vuelo
con la voz incendiada de relámpagos.
Él percibe la ira,
el aura cadavérica
que adorna los esfuerzos colectivos,
la cólera del sexo,
y recibe descargas
eléctricas del suave parloteo
del viento itinerante.
Convive con el mal, un mal de altura,
vertiginoso, arisco, mercurial;
además de la voz, el corrosivo
siseo del enjambre,
el fuego amigo, el soplo
derramado entre lágrimas ajenas
-serio ciclón de fuerza masculina-
que, si desequilibra, pone en guardia
y, si avisa, es traidor y es oponente.
Además de la voz irreversible
que nunca le permite soledades,
el murmullo del agua
dividida y el peso
arrollador del trino melodioso
-cancionero global,
un repentino coro de jilgueros ausentes-,
junto a la púrpura del arpa, abandonada a su liviano
y regular estilo,
el fronterizo eco
de un millón de gargantas afiladas.
...
Menos que un ser en permanente espera,
una roca en su trono polvoriento,
reina de la quietud,
segura de su peso, desafiante.
¡Qué aferrado a la tierra y la madera!,
raíz que se consiente, así de lóbrega,
así de recta en el oscuro vientre.
Menos que un hombre recto,
menos que la nostalgia de la forma,
el tallo inverso, víctima
de la voracidad de la ciega materia.
...
No disfrutó jamás del sano aspecto
de los varones bien alimentados,
una indigencia natural, la suya,
un desaliño del que adolecía,
una estructura falsa.
Demasiado delgado
y demasiado lívido,
con esa cara triste,
fácil para los malos detectives.
No es que no fuesen mártires sus padres, que lo eran,
o que no soportasen privaciones,
que lo hacían estoica y crudamente,
es que sobre sus hombros diminutos,
sobre su espalda, apenas vigorosa,
recaía el ingente peso de la familia
con toda la violencia del error.
...
Bebe y olvida cicatrices; aprende pájaros sin cielo,
lecciones magistrales
que la desilusión se empeña en impartirle.
Se mira en el espejo y sigue viendo
aquel niño infeliz dotado de poderes,
aquel pequeño diablo
que tanto prometiera al sufrimiento.
...
Debería cuidar de comportarse:
saludar al obrero que vuelve del trabajo
con la jovialidad del estudiante
y el ceño inconsistente del padre de familia,
hablar del clima inagotable usando rápidas palabras.
Mas su comportamiento es discutible,
desde el punto de vista más vulgar,
así que se discute en los rellanos,
se analiza también en los portales
y suele estar presente
en las conversaciones de ascensor.
Quisiera persuadirles
de la benignidad de sus propósitos.
Que los ojos detrás de las mirillas
le aceptasen el gesto desgarbado,
el ligero desvío del tabique,
los dientes incompletos,
que los ojos detrás de las ventanas
le observaran en toda su congoja.
Le gustaría, en fin,
que proyectase fuego en su intención oscura
el fulgor inocente de un millar de sonrisas,
pero no le responden los sentidos
y musita silencio
en el esquivo idioma de los trenes
que circulan desiertos y se alejan.
...
Ya no reparte cartas ni baraja los naipes.
Apenas coge el truco
y ya se lo han cambiado y tarda un rato largo
en volver a zafarse de la magia,
en recobrar el pulso acelerado,
la condición humana.
Las mujeres le cambian de sitio el corazón,
que palpita en su boca;
al segundo mordisco, la saliva y la sangre
forman esencia, fraguan en su entraña
humores negros, bilis,
filtros desesperados.
Las adora y las teme. A una de ellas,
la teme porque adora su maternal refugio
de vaporosa novia
y conoce el asedio que predican sus labios,
sus piernas instantáneas
y todo lo demás.
...
Desesperado es la palabra, el movimiento natural
de los labios cosidos al secreto
(arroja por la borda todo lastre retórico,
todo lo que no duele, y se hace fuerte
en la sonoridad de su derrota).
Quisiera, una, dos, ¡tres veces!, salir
de su breve recinto amurallado
(caparazón de espuma y acorazada víscera)
de la corazonada que atormenta
su cenagoso juicio;
no tiene a dónde ir, su condición
es la del elegido,
obligado a entregarse por completo
a la devastación de la memoria.
...
Enfrente, un vaso atónito de vino
lanza destellos carmesíes hacia la parte de la sombra
que oculta lo imposible,
proyecta vivo espacio
en dirección al hueco afirmativo.
El torbellino gira emitiendo cultura milenaria;
urnas de griega estirpe y arabescos
amanecen radiantes
sobre el bajo horizonte del infierno.
La mesa duerme el sueño de los justos,
un sueño insoportable.
Él, en tanto, no bebe,
solamente calcula el impacto del líquido,
investiga la huella luminosa,
el indicio perfecto,
la crianza perlada de sudor.
La sed percute su demencia entre las sienes; su delirio
esparce láminas aviesamente
por el centro neurálgico del miedo,
guadañas vigilantes.
De pronto, es la madera lo que surge,
tan regia y tan arbórea
que produce terreno en la conciencia,
un sedimento baldío
en el que brotan tallos de miseria,
troncos de soledad.
Entonces, ya son tres
los hombres que lo habitan, tres ideas distintas,
tres velas simultáneas
que se encienden afables y preguntan
por una madre enferma,
por un trabajo honrado,
por una verdadera eternidad.
Son tres en soledad, creciendo solos,
dialogando con ecos y fantasmas.
Uno bebe del vaso medio lleno,
otro escupe en el cuenco delicado,
y un tercero se extiende en la glosa adecuada
a semejante colorido rojo,
¡Marte furioso y filigrana en serie!
Debate el triunvirato su estrategia
en una sala rota del recuerdo.
Uno exige acabar con el ensayo,
otro busca la gloria
y el tercero en discordia discute con la única
sombra presente en las sesiones de la inestable conferencia
acerca de lo humano y lo divino:
que si un altar sagrado, que si un verso...
...
Pero el ruido le roba la paciencia
(y es así porque sale de la voz),
el ruido vecindario, comunal,
el ruido de las grúas
izando al cielo piedra y más acero,
le exime de sí mismo y le convierte
en un reaccionario;
le confiere entidad,
aun remota y salvaje,
algo como la métrica del trueno,
la figura del salto primitivo.
Asciende velozmente por la grada tonal
traspasándole cráneo y pensamiento,
martillea, taladra,
dispara con la buena puntería
del arma con un solo cargador,
del soldado sin alma.
Es densidad, y ocurre
en los barrios extremos de las bellas ciudades,
donde los sueños rompen a llorar
y las estrellas lucen un destino sangriento.
El ruido le divide y le contagia
su discordante acento,
su mestizo compás;
es libertad y suena
a cadenas de hierro agonizante,
a prodigiosa fragua,
a fundición de guerra.
Estremecido, absorbe
decibelios azules
que anticipan el tránsito modélico
del cañón a la carne,
el aéreo periplo de la bala,
ceñida a su principio de orfandad,
y puede oír el llanto mutilado
del cadáver horrendo,
el sepulcral discurso
que improvisa la herida tumefacta,
la escala musical del propio desaliento.
Le roba la decencia;
aquel vestigio último
de solidaridad que mantenía,
en contra de sus áridos instintos,
es cercenado a golpe de timbal.
Se le mueren los padres,
el mundo es más extraño,
el mundo es un aullido, una ráfaga seca.
Es como si la muerte le hubiera poseído
dejando vivo al animal salvaje,
sólo el mordisco y el zarpazo ronco,
solamente una nota de espanto sideral.
Y se le caen los nervios a pedazos.
Y se muerde los labios colorados
hasta que, a borbotones,
fluye la esencia de los besos
y sale a chorros el carmín profundo,
hasta que palidecen sus entrañas
y la temperatura de su frente
alcanza el sumo grado del volcán.
...
Escapa del amor
que las buenas personas parecen profesarle,
las personas inmensas
que abarcan y estrangulan
como dioses sin ética.
También del puro amor que empaña los cristales
y huele al negro poso del café.
Se empeñan en quererlo con alguna maldad,
cada uno la suya, intransferible:
la faceta perversa
que cultivan los santos perdedores
(por cierto que pretenden
hacer de la clemencia un arte malicioso,
de la necesidad una virtud corrupta).
Ya sabe que lo toman por imbécil,
un racismo genético,
más allá del pigmento y la riqueza,
más allá de los libros,
más allá, sobre todo, de la música.
...
Un portazo infantil
inicia la dantesca serenata.
Después, un arrastrar de viejos muebles
-que es, en definitiva, un arrastrarse-,
chirridos, golpes secos,
estallidos de furia de las cosas,
que se hacen añicos,
se deshacen en filos traicioneros,
espadas que perforan los tímpanos inermes.
Él atiende y escucha, todo oídos
hacia el eco del salmo
que le susurra el odio,
hasta que prevalece sobre el brutal estruendo,
sobre el fragor del vertical tumulto
(la batalla que libran los objetos
y los hombres de bien).
...
Sale a la calle y trata de tomar
algún camino en paz.
A su espalda, la urbe
boquea como un pez fuera del agua,
pesa, vomita humo,
aúlla en las sirenas de ambulancias y fábricas
ríe con un repique de campanas,
¡tanta vida contiene!
Su vivo paso alcanza el primer árbol libre,
afilado ciprés.
Hay un bosque de cruces
a la vera impaciente del sendero,
una perforación bajo sus plantas,
una violación
del profundo secreto de la tierra.
Disfruta del hermético escenario
con un escalofrío. Sigue andando, deprisa,
entre los panteones,
el gesto lapidario
para forzar alguna simetría,
por confinar el tiempo en una esfera
-reconvertida en celda matemática-,
y jugar al balón
con los duendes oscuros
que devoran las horas a puñados.
Se imagina en el pozo,
debajo de la hierba,
en lo hondo y estrecho, en el desierto
al que llegan tan solo los picos de los cuervos,
en una fértil tumba
rodeada de vivas creaciones.
Entonces, amanece y, resignado, emprende
el regreso al futuro,
a la vulneración y la vergüenza.
segunda parte
Y necesita un arma.
No soporta la idea
de llamarse profeta desarmado.
Ha de vivir con ella,
ha de ser otro hombre con pistola,
otro muerto con ganas de matar.
(Apuntaremos a la sien del mundo;
una vez, dos, tres veces
apretaremos el gatillo y dejaremos que la sabia
naturaleza actúe conforme a sus preceptos.
Seremos asesinos,
iguales en el hierro, en la sed de venganza,
o seremos patriotas,
llevaremos banderas en la piel.)
Así, cuando le miren,
sabrá que reconocen su postura
y reconocerán su acento peligroso
cuando les hable de la fría noche
en su pequeña lengua de babel.
(Seremos religiosos,
elevaremos torres infinitas
en homenaje a nuestra fortaleza).
...
Desesperado es la palabra, el mantra,
y lo repite y lo refrenda y casi
lo inocula en un plato de lentejas,
y casi lo eyacula
entre los muslos fláccidos de una mujer adulta.
Y todo porque él, en su ignorancia,
en su interior -abarrotado ahora
de fantasmas civiles-,
en el grotesco precipicio de su miseria incontrolada,
guarda un vestigio de sinceridad,
esconde un átomo sobresaliente
de glorioso veneno
que deforma su espíritu.
Tras esa inclinación,
flaquea su osadía:
siquiera balbucea una plegaria,
mucho menos un verso
que insinúe el color de la verdad.
Y todo porque él
es, de principio a fin, una mentira.
¡Oh, la gran travesura!,
la piedra en el zapato de charol.
...
Mientras otros crecían insultantes,
él asistía a clases de violencia,
inolvidables clases de jerarquía y llanto,
cursos acelerados de impudicia,
como ríos valientes
ajusticiados por el mar en calma,
seminarios de miedo y perdición.
La piedra en el zapato de los días de fiesta,
sometidos al mismo
simulacro de incendio,
a la misma presión, tan destructiva,
de los lunes, los martes y los miércoles
sujetos al estudio del sistema nervioso,
jornadas extenuantes
que se desarrollaban sin orden ni concierto
fabricándole un mundo
de ansiedades y anhelos infrecuentes.
¡Qué gruesa diferencia
latía en su infantil premonición!
El distintivo rojo que autoriza distancias
y más tarde dispensa sacrificios,
la culpabilidad transustanciada,
el estigma fluvial
en el pavor que inspiran los océanos
al mineral afluente desnutrido.
La vida bajo el yugo del amor imposible.
A veces, protegiendo sus órganos vitales,
esquivando caricias dolorosas.
De pronto, contagiado del ánimo sereno
de las sombras abiertas,
forjándose un destino soportable,
ahí, contra las tablas,
igual que un pobre toro moribundo,
llenos los ojos de belleza y tránsito.
...
La belleza era una porque sí.
Ya no había belleza en ningún lado,
ni en la glauca extensión de los bosques discretos,
ni en las ligeras piedras de las torres,
ni acaso en la fragancia del jardín imprudente.
Sólo ella era hermosa por completo.
Sólo en ella cobraba algún sentido
la idea de la plena certidumbre.
Una sola mujer en el planeta,
en la galaxia entera,
en el vasto universo escurridizo,
con sus piernas de amor, su mirada lejana
y esa piel erizada de vacío,
esa luz germinal e inaccesible.
Una mujer con una sola voz,
el planeta con una sola voz,
la galaxia con una voz vibrante...
¡Qué anuncia el universo
sino la destrucción de la belleza?,
¿qué, sino el nacimiento de una nueva pasión?
...
Despiadado, se indulta de continuo
-gobernador de toda su amargura-,
perdona sus pecados,
en especial los más escandalosos,
y purga, sin embargo, la única virtud
que atenúa su esencia depravada,
la esperanza secreta del amor,
la casita encantada del amor,
donde nadie despierta
y ejecutan los elfos sus danzas olvidadas.
Ha de surtir al mundo de su estética
-las obscenas visiones que perturban
el dominio del ángel,
el teatro desnudo de artificio-,
para desalojar al demonio del arte
de su costoso palco
con vistas a los negros corazones,
para obligar al genio a desmentir su origen
y a rechazar de plano la divina patria
que le atribuyen los esclarecidos,
¡ah, los pequeños sabios!,
inmunes al contacto de la noche.
Una estética burda,
que mire de reojo,
fundada en el temor a su propio reflejo.
Una moral incursa en el delito,
torpe como los dedos de un anciano.
...
Qué torpes para el beso los labios de un anciano,
labios conmovedores
de movimiento injusto:
recuerda la energía de su padre,
la fuerza en blanco y negro de sus manos enormes
que apretaban montañas,
el premioso declive de su concentración.
Está en la encrucijada,
en una rebanada espaciotemporal
que vira como un buque
de guerra sobre el ríspido oleaje
de sinceros pronósticos y conmemoraciones,
sin timonel risueño,
expuesto a la equidad elemental del clima
que lo mismo reparte el maná que las piedras,
el céfiro que el norte huracanado.
El bourbon contradice su reciente propósito de enmienda
con industrial implante,
se ve minimizado su anhelo de justicia
y forcejea con las apariencias.
Vislumbra y cree en alguien
más bello que la Luna,
pero ve las verrugas y ve los moratones
y las venas añiles dilatando los muslos
y ya no se enamora,
sino que aguarda cauteloso a la siguiente epifanía.
Menuchin redivivo,
era un tísico impacto de criatura...
y recuerda las manos de su madre
rompiendo en él, tempestuosas, dos tempestades azotando,
rizando el rizo, destruyendo puentes,
forjando espuelas en la boca fresca,
égidas en el llanto indiscutible.
Fuera, la luz remata su espléndida labor;
el gato blanco asilvestrado del parque riela en lontananza
y los autos sestean sus motores;
las cosas son, en general, menos de lo que eran cuando
el día aquilataba su argentina opulencia
y desgranaba raptos de bravura
sobre sus metafísicos contornos.
De pronto, algo le zumba y le confunde
(el dedo en el gatillo es proverbial
en el buen policía,
el suyo roza la palanca breve
-fricción que diviniza-,
galante con tal dalle en miniatura,
y el hombre cede paso al coloso troyano,
amurallado en su talón de Aquiles,
ebrio de impunidad aguardentosa).
Unfarotierraadentrounmercancías
unpuertounaeropuertounmatadero,
o un sueño de hojalata
que brinda una visión abrupta del destino.
A la vez, con el trueno y la sabática
zambra del campanario,
el aullido mistral de la alarma antirrobo
y el berrinche de un niño pendenciero.
¡Gansa totalidad!
El hecho supersónico,
sucede en un abrir y cerrar de ojos,
novedosa agresión.
Entonces, abre puertas y ventanas
para que el hipnotismo ciudadano
acceda a su morada indecorosa
y le saque del coma de la iluminación.
Le pican los mosquitos
y se rasca la cara
con el grosero afán de un perro flaco;
le amanece una voz televisiva
por los orientes de la heráldica placa del asesino a sueldo,
seguida de otras muchas que conminan y ofenden:
se acuerda del amor -verdadero demiurgo-
y es como si el amor le recordase
toda una vida afuera, inmaculada
de aureolas y nimbos y medallas al mérito inconsciente,
una clásica vida familiar
con su lazo de amor interactivo,
su villanía esférica, su lastre.
...
(Tampoco le han cogido de la mano)
FIN